Se volvió hacia Poirot.
—Mr. Ackroyd pensaba comprar un dictáfono —explicó—. Eso nos hubiera permitido hacer mucho más trabajo en menos tiempo. La firma en cuestión nos envió un representante, pero no llegamos a un acuerdo. Mr. Ackroyd no se decidió a comprarlo.
Poirot miró al mayordomo.
— ¿Puede usted describirme a ese joven, mi buen Parker?
—Era rubio, señor, y de baja estatura. Bien vestido, llevaba un traje azul marino. Un muchacho muy presentable, señor, para ser un sencillo empleado.
Poirot se volvió hacia mí.
—El hombre que usted vio ante la verja era alto, ¿verdad, doctor?
—Sí. Mediría un metro ochenta por lo menos.
—Entonces, no van por ahí los tiros —declaró el belga—. Gracias, Parker.
El mayordomo se dirigió a Raymond.
—Mr. Hammond acaba de llegar, señor. Desea saber si puede ser útil en algo y le gustaría hablar un momento con usted.
—Voy en seguida —respondió el joven y salió apresuradamente.
Poirot interrogó al jefe de policía con la mirada.
—Es el notario de la familia —aclaró el jefe.
—Mr. Raymond está muy atareado —murmuró Poirot—. Parece diligente.
—Creo que Mr. Ackroyd le consideraba un secretario muy valioso.
— ¿Hace tiempo que está aquí?
—Unos dos años.
—Desempeña sus funciones concienzudamente, de eso estoy seguro. ¿Cuáles son sus diversiones? ¿Es aficionado a algún deporte?
—Los secretarios particulares no tienen mucho tiempo para divertirse —señaló el coronel con una sonrisa—. Creo que Raymond juega al golf y en verano al tenis.
— ¿No va a las carreras de caballos?
—No creo que le interesen.
Poirot asintió y dio la sensación de perder todo interés por el asunto. Lanzó una mirada al despacho.
—He visto lo que había que ver, me parece.
Yo también eché una ojeada.
—Si estas paredes pudiesen hablar —murmuré.
Poirot movió la cabeza.
—No basta con una lengua. También deberían tener ojos y oídos. Pero no esté demasiado seguro de que estas cosas inertes —tocó ligeramente la estantería al hablar— permanezcan siempre mudas. A veces me hablan: las sillas, las mesas, me envían su mensaje. —Se volvió hacia la puerta.
— ¿Qué mensaje? —exclamé—. ¿Qué le han dicho hoy?
Miró por encima del hombro y enarcó las cejas enigmáticamente.
—Una ventana abierta. Una puerta cerrada. Un sillón que ha cambiado de sitio. A las tres cosas les digo: ¿Por qué? Y no encuentro contestación.
Meneó la cabeza, hinchó el pecho y se quedó mirándonos y pestañeando. Tenía un aspecto sumamente ridículo y parecía convencido de su propia importancia. Me cruzó por la mente la duda de que no fuera en realidad tan buen detective como decían. ¿Acaso no se debería su gran reputación a una serie de felices casualidades? Creo que la misma idea asaltó al coronel, que frunció el entrecejo.
— ¿Desea usted ver algo más, Mr. Poirot? —preguntó el coronel bruscamente.
— ¿Tal vez tendrá usted la bondad de enseñarme la vitrina de donde fue extraída el arma? Después de lo cual no abusaré más de su amabilidad.
Fuimos al salón. Pero, por el camino, el policía detuvo al coronel y, tras cambiar con él unas palabras, éste se excusó y nos dejó solos. Enseñé la vitrina a Poirot y, después de abrir y cerrar dos o tres veces la tapa, el detective abrió la ventana y salió a la terraza, yo le seguí.
El inspector Raglán doblaba la esquina de la casa y se acercaba hacia nosotros. Parecía satisfecho de sí mismo
— ¡Ah, ah, Mr. Poirot! Este asunto nos dará poco trabajo. Lo siento. Un muchacho como él echado a perder.
Poirot cambió de expresión y habló con gran mesura.
—Temo que no voy a serle de gran utilidad en este caso.
—Otro día será —añadió Raglán con amabilidad—. Aunque no tenemos crímenes a diario en este tranquilo rinconcito del mundo.
Poirot le miró con admiración.
—Ha trabajado usted con una rapidez maravillosa —observó—. ¿Cómo ha llegado a este resultado, si me permite preguntárselo?
—Por supuesto. Ante todo con método. Eso es lo que digo siempre: método.
— ¡Ah! —exclamó su interlocutor—. Éste es también mi lema. Método, orden y las pequeñas células grises.
— ¿Las células grises? —dijo el inspector asombrado.
—Las pequeñas células grises del cerebro —explicó el belga.
— ¡Desde luego! Supongo que todos las usamos.
—Más o menos. Hay diferencias de calidad. Además, es preciso tener en cuenta la psicología de un crimen. Hay que estudiarla.
— ¡Ah! Usted es partidario de esa teoría del psicoanálisis. Mire, yo soy un hombre sencillo.
—Estoy seguro de que Mr. Raglán no estaría de acuerdo —le interrumpió Poirot con una leve reverencia.
Raglán, un tanto sorprendido, le devolvió la cortesía.
—No me entiende —añadió con una sonrisa—. Son, las confusiones derivadas de hablar idiomas distintos. Me refiero a cómo he empezado a trabajar. Ante todo método. Mr. Ackroyd fue visto vivo todavía a las diez menos cuarto por su sobrina, miss Flora Ackroyd. Éste es el hecho número uno, ¿verdad?
—Si usted lo dice.
—Pues bien, así es. A las diez y media el doctor, aquí presente, afirma que Mr. Ackroyd estaba muerto hacía media hora. ¿No es así, doctor?
—Así es, media hora o algo más.
—Muy bien. Eso nos da exactamente un cuarto de hora, durante el cual debe de haber sido cometido el crimen. He hecho una lista de todos los habitantes de la casa, apuntando al lado de cada uno el lugar donde se encontraban y lo que hacían entre las 9.45 y las 10 de la noche.
Alargó una hoja de papel a Poirot. La leí por encima del hombro de éste. Decía, en una letra muy clara, lo siguiente:
Comandante Blunt
:
En la sala del billar con Mr. Raymond. (Este último confirma el hecho.)
Mr. Raymond
:
En la sala del billar. (Ver comandante Blunt.)
Mrs. Ackroyd:
A las 9.45 presenció la partida de billar. Se fue a la cama a las 9.55. (Raymond y Blunt la vieron subir la escalera.)
Flora Ackroyd:
Fue directamente del despacho de su tío a su cuarto del piso superior. (Confirmado por Parker y Elsie Dale, la camarera.)
CRIADOS
Parker:
Mayordomo. Fue directamente a la cocina. (Confirmado por miss Russell, el ama de llaves, que bajó a hablarle a las 9.47 y se estuvo allí por lo menos diez minutos.)
Miss Russelclass="underline"
(Ver Parker.) Habló con Elsie Dale, la camarera, arriba, a las 9.45.
Úrsula Bourne:
Camarera. Estuvo en su cuarto hasta las 9.55. Luego en el comedor del servicio.
Mrs. Cooper:
Cocinera. Estaba en el comedor del servicio.
Gladys Jones:
Segunda camarera. Estaba en el comedor del servicio.
Elsie Dale:
Arriba, en su dormitorio. Vista por miss Russell y miss Flora Ackroyd.
Mary Thripp:
Ayudante de la cocinera. Estaba en el comedor del servicio.
—La cocinera lleva aquí siete años, la camarera dieciocho meses y Parker un año. Los demás son nuevos en la casa. Excepto Parker, que resulta algo sospechoso, todos parecen excelentes personas.