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— ¡Oh! Parker. Mr. Ackroyd no quiere que se le vuelva a molestar esta noche. ¿Está bien así? —preguntó en voz baja.

—Me parece que sí, miss Flora —dijo Parker. Luego, levantando la voz de un modo teatral, continuó—: Muy bien, señorita. ¿Cierro como siempre?

—Sí, haga el favor.

Parker se retiró por la puerta. Flora le siguió y empezó a subir la escalera central.

— ¿Basta con esto? —preguntó por encima del hombro.

—Admirable —declaró el detective, frotándose las manos—. A propósito, Parker, ¿está seguro de que había dos vasos en la bandeja aquella noche? ¿Para quién era el segundo?

—Acostumbraba a llevar dos vasos, señor —dijo Parker—. ¿Desea algo más?

—Nada, gracias.

Parker se retiró, digno como siempre. Poirot permaneció en el centro del vestíbulo con las cejas arqueadas y Flora bajó y se reunió con nosotros.

— ¿Ha ido bien el experimento, monsieur Poirot? —preguntó—. No acabo de entenderlo.

Poirot le sonrió con admiración.

—No es necesario que lo comprenda. Pero, dígame, ¿había en efecto dos vasos en la bandeja de Parker aquella noche?

Flora reflexionó un momento.

—No puedo recordarlo. Creo que sí. ¿Era éste el objetivo de su experimento?

Poirot la cogió de la mano y se la acarició.

—Siempre me interesa saber si la gente me dice la verdad.

— ¿Le dijo la verdad Parker?

—Me parece que sí —contestó Poirot pensativo.

Unos minutos más tarde caminábamos de regreso al pueblo.

— ¿Por qué tanto interés por los vasos? —pregunté con curiosidad.

Poirot se encogió de hombros.

—Había que decir algo. Podría haber preguntado cualquier otra cosa.

Me quedé mirándole.

—De todos modos, amigo mío —añadió más seriamente—, ahora sé algo que deseaba saber y dejémoslo así por ahora.

Capítulo XVI

Una velada jugando al Mah-Jong

Aquella noche nos reunimos en casa para jugar al Mah-Jong. Estas diversiones eran muy populares en King's Abbot. Los invitados llegaron con chanclos e impermeables después de cenar. Les ofrecimos café y, más tarde, pasteles, emparedados y té.

Aquella noche nuestros invitados eran miss Gannett y el coronel Cárter, que vivía cerca de la iglesia. Durante esas reuniones, se charlaba por los codos hasta el punto de interferir seriamente en el juego. Acostum-brábamos a jugar al bridge, pero jugar al bridge y conversar al mismo tiempo es horrible. El Mah-Jong es mucho más apacible. Se elimina la pregunta airada de por qué demonios el compañero no ha salido con una carta determinada y, aunque también se expresan las críticas con toda franqueza, no existe el mismo espíritu agresivo.

—La noche es fría, ¿verdad, Sheppard? —dijo el coronel Cárter, calentándose la espalda delante del hogar. Caroline se había llevado a miss Gannett a su cuarto y la ayudaba a quitarse el abrigo y los chales que la cubrían de pies a cabeza—. Me recuerda los desfiladeros de Afganistán.

— ¿De veras? —dije cortésmente.

— ¡Qué misteriosa muerte la de ese pobre Ackroyd! —continuó el coronel aceptando una taza de café—. Eso traerá cola. Entre nosotros, Sheppard, he oído mencionar la palabra chantaje.

El coronel me lanzó una mirada significativa.

—Seguro que detrás de todo eso hay una mujer.

Caroline y miss Gannett se nos acercaron en aquel instante. Miss Gannett tomaba café mientras Caroline sacaba la caja del Mah-Jong y desparramaba las fichas.

— ¿Lavando las fichas, eh? —comentó el coronel burlón—. Es lo que solíamos decir en el Club Shanghai.

Tanto Caroline como yo opinamos que el coronel Cárter no había estado nunca en el Club Shangai y que jamás llegó más allá de la India, donde se dedicaba a hacer juegos de manos con las latas de conserva de carne y de mermelada de manzana durante la Gran Guerra. Sin embargo, el coronel es un militar con todas las de la ley y, en King's Abbot, permitimos a nuestros conciudadanos que cultiven libremente su idiosincrasia.

— ¿Empezamos? —preguntó mi hermana.

Nos sentamos en torno de la mesa. Durante cinco minutos hubo un silencio completo, debido al hecho de que todos los jugadores luchaban entre ellos para ver quién era el primero en tener construida la muralla.

—Empieza, James —dijo Caroline—. Eres el «viento del Este».

Aparté una ficha. El juego prosiguió, roto el silencio por las monótonas observaciones de «tres bambúes», «dos discos», «cinco caracteres», pung y los frecuentes unpung de miss Gannett, como prueba de su costumbre de reclamar fichas a las que no tenía derecho.

—He visto a Flora Ackroyd esta mañana —dijo miss Gannett—. Pung... No, unpung. Me he equivocado.

—«Cuatro discos» —contestó Caroline—. ¿Dónde la ha visto usted?

—Ella no me ha visto —replicó miss Gannett, que daba a sus palabras esa enorme importancia que sólo en los pueblos se atribuye a hechos de esa naturaleza.

— ¡Ah! —contestó Caroline—. Chow.

—Creo —dijo miss Ganett, momentáneamente distraída— que ahora se dice chee y no chow.

— ¡Tonterías! —exclamó Caroline—. Siempre he dicho chow.

—En el Club Shanghai decíamos chow —declaró el coronel.

Miss Gannett calló derrotada.

— ¿Qué decía usted respecto a Flora Ackroyd? —preguntó Caroline, al cabo de un momento—. ¿Estaba con alguien?

—Ya lo creo —respondió miss Gannett.

Las miradas de ambas mujeres se cruzaron y parecieron intercambiar información.

— ¿De veras? —dijo mi hermana con interés—. No me sorprende.

—Esperamos que usted juegue, miss Caroline —intervino el coronel. A menudo pretende dar la impresión de que sólo le interesa el juego, pero nadie se deja engañar por su actitud.

—Si quieren que les diga... —manifestó miss Gannet—. ¿Qué ha tirado, querida, «un bambú»? ¡Oh, no! Ahora me doy cuenta, es «un disco». Pues bien, si quieren que les diga, Flora es muy afortunada. ¡Ha tenido mucha suerte!

— ¿Por qué, miss Gannett? —preguntó el coronel—. Pung. Me quedo este «dragón verde». ¿Por qué dice que miss Flora ha tenido suerte? Ya sé que es una muchacha encantadora y todo eso que se dice.

—No sé mucho sobre crímenes —señaló miss Gannett con el tono de quien no ignora nada—, pero puedo decirle una cosa. La primera pregunta que hacen es siempre: « ¿Quién ha sido el último en ver vivo al muerto?». Y se sospecha de la persona en cuestión. Ahora bien, Flora Ackroyd fue la última en ver a su tío todavía vivo. Las cosas podían haberse complicado para ella. Mi opinión es que Ralph Patón no se presenta para alejar las sospechas de ella.

—Vamos, vamos —protesté suavemente—, ¿no va usted a sugerir que una muchacha de la edad de Flora Ackroyd es capaz de asesinar a su tío a sangre fría?

—No estoy segura —contestó miss Gannett—. Acabo de leer un libro que habla de los bajos fondos de París. En él se cuenta que algunas de las peores criminales son muchachas jóvenes con rostro de ángeles.

— ¡Eso es en Francia! —replicó Caroline al instante.

—Desde luego —continuó el coronel—. Ahora les diré una cosa curiosa, una historia que se contaba por los bazares de la India.

La historia del coronel era interminable y escasamente interesante. Algo que ocurrió en la India hacia muchos años no era comparable ni por un momento con un acontecimiento que había sucedido en Kings Abbot hacía dos días.

Caroline puso fin al relato del coronel ganando la partida de Mah-Jong. Después de alguna discusión promovida, como siempre, por mi revisión de las cuentas más bien deficientes de Caroline, empezamos una nueva par-tida.