Выбрать главу

—Sí. La he leído.

— ¡Es horrible! —Mrs. Ackroyd cerró los ojos y se estremeció —. Geoffrey Raymond se transformó completamente. Telefoneó a Liverpool, pero en la comisaría no quisieron darle explicaciones. A decir verdad, dijeron que no habían detenido a Ralph. Mr. Raymond insiste en que se trata de un error... ¿cómo decía...? Un canard[3]. He prohibido que se hable de ello delante de los criados. ¡Es una vergüenza! Piense que Flora pudo haberse casado con él.

Mrs. Ackroyd cerró los ojos, angustiada. Empecé a preguntarme cuándo me dejaría transmitirle la invitación de Poirot. Antes de que pudiera hablar, prosiguió:

—Usted estuvo aquí ayer, ¿verdad?, con ese temible inspector Raglán. El muy bruto aterrorizó a Flora hasta hacerla confesar que cogió el dinero del dormitorio del pobre Roger. La cosa es tan sencilla en realidad. La querida niña tenía la intención de pedir prestadas unas cuantas libras, pero no le gustó la idea de molestar a su tío, puesto que había dado órdenes estrictas de que le dejaran en paz. Sabiendo dónde guardaba el dinero, fue arriba y cogió lo que necesitaba.

— ¿Eso es lo que Flora dice?

—Mi querido doctor, ya sabe usted cómo son las muchachas modernas. Obran fácilmente bajo el impulso de la sugestión. Usted no ignora nada, desde luego, sobre la hipnosis y esa clase de cosas. El inspector la regañó, le repitió varias veces la palabra «robar», hasta que a la pobre criatura le sobrevino una inhibición (¿o es un complejo? Siempre confundo estas dos palabras) y quedó convencida de que había robado, en efecto, el dinero. Yo vi enseguida de qué se trataba, pero no siento demasiado el equívoco, porque hasta cierto punto, parece que acercó a los dos: a Héctor y a Flora. Y le aseguro que hubo un momento en que temí lo peor, que hubiera algo entre

ella y el joven Raymond. ¡Imagínese! — La voz de Mrs. Ackroyd subió de tono, horrorizada—. ¡Un secretario particular, prácticamente sin medios!

—Hubiera sido un golpe muy duro para usted —le dije. A continuación, le comuniqué el encargo—. Mrs. Ackroyd, tengo un mensaje para usted de parte de Mr. Poirot.

— ¿Para mí?

Ella pareció alarmarse.

Me apresuré a tranquilizarla y expliqué lo que Poirot deseaba.

—Bien, supongo que si Mr. Poirot nos llama, debemos ir. ¿De qué se trata? Me gustaría saberlo de antemano.

Le aseguré, sin faltar a la verdad, que no sabía más que ella.

—Muy bien —dijo Mrs. Ackroyd, aunque a regañadientes—. Avisaré a los demás y estaremos allí a las nueve.

Me despedí y me reuní con Poirot en el lugar convenido.

—Siento haberme entretenido más de un cuarto de hora, pero una vez que esa buena señora empieza a hablar, no es empresa fácil hacerla callar.

—No importa. Me he divertido. Este parque es magnífico.

Regresamos a casa. Al llegar, y con gran sorpresa nuestra, Caroline, que a todas luces nos había estado esperando, nos abrió la puerta en persona.

Se puso un dedo en los labios. Rebosaba importancia y excitación.

— ¡Úrsula Bourne! —dijo—. ¡La camarera de Fernly Park! ¡Está aquí! La he hecho pasar al comedor. La pobre está en un estado terrible y dice que quiere ver a Mr. Poirot enseguida. Le he dado una taza de té caliente. Verdaderamente, es conmovedor verla de esta manera.

Úrsula estaba sentada delante de la mesa del comedor. Tenía los brazos extendidos sobre la mesa y acababa de erguir la cabeza, que había escondido entre ellos. Sus ojos estaban enrojecidos por el llanto.

— ¡Úrsula Bourne! —murmuré.

Poirot se acercó a ella con las manos extendidas.

—No. Creo que se equivoca. No es Úrsula Bourne, sino Úrsula Patón, Mrs. Ralph Patón, ¿verdad, hija mía?

Capítulo XXII

La historia de Úrsula

La muchacha se quedó mirando un momento a Poirot sin decir palabra. Luego, vencida toda reserva, inclinó de nuevo la cabeza y estalló en sollozos.

Caroline se apartó y, colocando un brazo en torno a la muchacha, le dio unos golpecitos cariñosos en el hombro.

—Vamos, vamos, hija mía —dijo para sosegarla—. Todo se arreglará. Ya lo verá, todo se arreglará.

Bajo su curiosidad y su amor a las habladurías, Caroline esconde un corazón bondadoso. Por un momento, al ver la desesperación de la chica, olvidé hasta la interesantísima revelación de Poirot.

Úrsula se enderezó finalmente, enjugándose los ojos.

—Soy muy débil y tonta —afirmó.

—No, no, hija mía —replicó Poirot bondadoso—. Todos comprendemos la tensión de esta última semana.

—Tuvo que ser una prueba terrible —dije.

— ¿Cómo lo sabe usted? —exclamó Úrsula—. ¿Fue Ralph quien se lo dijo?

Poirot meneó la cabeza.

— ¿Usted sabe lo que me ha traído aquí esta noche? —continuó la muchacha—. ¡Esto! —alargaba un pedazo de papel de diario arrugado y reconocí el párrafo que Poirot había hecho publicar—. Dice que Ralph ha sido detenido. Todo es inútil. Ya no debo callar más.

—Las noticias de los diarios no son siempre ciertas, mademoiselle —murmuró Poirot que parecía algo avergonzado de sí mismo—. De todos modos, creo que obrará con cordura si me lo explica todo. Lo que necesitamos ahora es la verdad.

La muchacha vaciló, mirándole dudosa.

—Usted no confía en mí. Sin embargo, ha venido a verme, ¿verdad? ¿Por qué?

—Porque no creo que Ralph sea culpable —dijo la muchacha en voz baja—. Creo que usted es hábil y descubrirá la verdad, y también que...

— ¿Qué?

— ¡Creo que usted es bueno!

Poirot asintió varias veces.

— ¡Bien, bien! Todo esto está muy bien. Pero, mire, creo de veras que su esposo es inocente. Sin embargo, el asunto no se presenta bien. Si debo salvarlo, es preciso que conozca todos los detalles aunque aparentemente le sean desfavorables.

— ¡Qué bien lo comprende usted! —dijo Úrsula.

— ¿De modo que usted me explicará toda la historia, desde el principio?

—Supongo que no va a hacerme salir de aquí —señaló Caroline, instalándose cómodamente en su sillón—. Lo que quiero saber —continuó— es por qué esta niña se había disfrazado de camarera.

— ¿Disfrazado? —repetí.

—Eso es lo que digo. ¿Por qué lo hizo, criatura? ¿Fue una apuesta?

—Fue para ganarme la vida —contestó Úrsula desabrida.

Animada por nosotros, empezó la historia que reproduzco a continuación con mis propias palabras.

Úrsula Bourne descendía, por lo visto, de una familia irlandesa de noble estirpe, pero venida a menos. Eran siete hijas en su casa y, a la muerte de su padre, casi todas las muchachas se vieron obligadas a ganarse la vida. La hermana mayor de Úrsula se casó con el capitán Folliott. Era la dama que visité aquel domingo y la causa de su actitud no era difícil de adivinar. Decidida a ganarse la vida y no atrayéndole la idea de cuidar niños —única profesión al alcance de una muchacha sin preparación—, Úrsula prefirió colocarse de camarera. Su hermana le daría referencias. En Fernly Park, a pesar de su reserva que, como ya hemos visto, suscitó comentarios, se mostró a la altura de su tarea: activa, competente y responsable.

«Me gustaba mi trabajo —explicó— y me quedaban muchos ratos libres.»

Entonces fue cuando conoció a Ralph Patón. Se amaron y se casaron en secreto. Ralph la convenció, aunque ella rehusó por mucho tiempo acceder a sus deseos. Declaró que su padrastro no daría su consentimiento a su boda con una muchacha pobre. Era preferible casarse en secreto y darle la noticia más adelante, en un momento favorable.

Así fue como Úrsula Bourne se transformó en Úrsula Patón. Ralph declaró que pensaba pagar sus deudas, encontrar un empleo y, cuando tuviese una posición que le permitiera mantener a su mujer y vivir independiente-mente de su padre adoptivo, le diría la verdad.