Siempre ha sido mi deseo ir a América del Sur. Levanté la vista y comprobé que Mr. Porrott me miraba con simpatía. Parecía un tipo comprensivo.
— ¿Irá usted allí? —preguntó.
Sacudí la cabeza mientras suspiraba.
—Podía haber ido. Hace un año. Pero fui un loco y, peor que loco, ambicioso. Arriesgué lo tangible por una sombra.
—Comprendo. ¿Especuló usted?
Asentí tristemente, pero, a pesar mío, me sentía secretamente satisfecho. Aquel hombre ridículo se mostraba tan solemne.
— ¿No sería con los Petróleos Porcupine? —preguntó de pronto.
Le miré con asombro.
—Pensé en ellos, pero acabe optando por una mina de oro en Australia occidental.
Mi vecino me miraba con una extraña expresión que no lograba definir.
—Es el destino —dijo finalmente.
— ¿A qué se refiere? —pregunté algo irritado.
—El destino es lo que hace que yo viva al lado de un hombre que toma en serio los Petróleos Porcupine y las minas de oro australianas. Dígame, ¿es usted aficionado también a las damas de cabello rojizo?
Le miré boquiabierto y se echó a reír.
—No tema usted, no estoy loco. Ha sido una pregunta tonta. Verá usted, el amigo de quien le he hablado era joven, creía que todas las mujeres eran buenas y, la mayoría, hermosas. Pero usted tiene ya cierta edad, es médico y conoce la locura y la vanidad de esta vida nuestra. Bueno, bueno, somos vecinos. Le ruego que acepte y presente a su distinguida hermana mi mejor calabacín.
Se inclinó y me alargó un enorme ejemplar de la tribu que acepté con el mismo espíritu con que me lo ofrecía.
—Vamos —dijo el hombre alegremente—. No he perdido la mañana. He trabado conocimiento con un hombre que se parece algo a mi lejano amigo. A propósito, querría hacerle una pregunta: sin duda conocerá a todos los habitantes de este pueblo. ¿Quién es el joven de cabellos y ojos negrísimos y hermoso rostro que anda con la cabeza echada hacia atrás y con una agradable sonrisa en los labios?
La descripción no dejaba lugar a dudas.
—Debe de tratarse del capitán Ralph Patón.
—No le había visto hasta ahora.
—Hace tiempo que no ha estado aquí, pero es hijo, o mejor dicho, hijo adoptivo de Mr. Ackroyd, de Fernly Park.
Mi vecino hizo un gesto de impaciencia.
— ¡Podía haberlo adivinado! Mr. Ackroyd habla a menudo de él.
— ¿Conoce usted a Ackroyd? —dije con cierta sorpresa.
—Conocí a Mr. Ackroyd en Londres, cuando estuve trabajando allí. Le he pedido que no hable de mi profesión en este pueblo.
—Comprendo —dije divertido por lo que taché de ridícula vanidad por su parte.
—Uno prefiere guardar el incógnito —continuó el tipo con una sonrisa afectada—. No me atrae la notoriedad y no he intentado siquiera corregir la versión local de mi nombre.
— ¿De veras? —contesté algo desconcertado.
—El capitán Ralph Patón —musitó Porrott— ¿Es el prometido de la sobrina de Mr. Ackroyd, la encantadora miss Flora?
— ¿Quién se lo ha dicho? —pregunté muy asombrado.
—Mr. Ackroyd, hace una semana. Está encantado. Hace tiempo que lo deseaba, según he podido comprender. Creo que incluso ha abusado imprudentemente de su influencia sobre el joven. Un muchacho debe casarse según su gusto, no para complacer a un padrastro de quien espera heredar.
Yo me encontraba presa de la mayor confusión. No comprendía que Ackroyd hiciera confidencias a un peluquero y discutiera con él la boda de su sobrina con su hijastro. Ackroyd se muestra lleno de bondad y deferencia con sus inferiores, pero tiene un alto sentido de la dignidad. Empecé a sospechar que Porrott no era peluquero.
Para ocultar mi confusión, dije lo primero que me pasó por la cabeza.
— ¿Qué le hizo fijarse en Ralph Patón? ¿Su físico?
—No, aunque es muy guapo para tratarse de un inglés, lo que las escritoras llamarían un dios griego. Hay algo en ese joven que no comprendo.
Pronunció esta última frase con un tono que me causó una impresión indefinida. Era como si analizara al joven con ayuda de un conocimiento secreto que yo no compartía. Me quedé con esta impresión, porque en aquel instante mi hermana me llamó desde la casa.
Entré y vi a Caroline con el sombrero puesto. Acababa de regresar del pueblo.
—He visto a Mr. Ackroyd —anunció sin preámbulo alguno.
— ¿Sí?
—Le detuve, como es natural, pero tenía mucha prisa y parecía deseoso de escapar.
No dudé un momento de que así fuera. Actuaría con Caroline como yo hiciera horas antes con miss Gannett.
—Le pregunté de inmediato por Ralph. Se ha quedado asombrado. No tenía la menor idea de que el muchacho estuviese aquí. Llegó a decir que debía de estar equivocada. ¡Equivocarme yo!
— ¡Eso es ridículo! ¡Tendría que conocerte mejor!
—Después me dijo que Ralph y Flora están comprometidos.
—Lo sabía —interrumpí con modesto orgullo.
— ¿Quién te lo dijo?
-—Nuestro nuevo vecino.
Caroline vaciló unos segundos, como la bola de una ruleta que baila con coquetería entre dos números. Entonces rechazó la tentación del cebo.
—Le dije a Mr. Ackroyd que Ralph se aloja en el Three Boars.
—Caroline, ¿no piensas nunca en que puedes hacer mucho daño con esta costumbre de repetirlo todo indiscriminadamente?
— ¡Pamplinas! —replicó mi hermana—. Es preciso que la gente se entere. Considero mi deber avisarles. Mr. Ackroyd se mostró muy agradecido.
—Sigue, sigue —añadí, consciente de que no había concluido.
—Creo que fue directamente al Three Boars, pero si lo hizo no encontró a Ralph.
— ¿No?
—No, porque cuando yo regresaba por el bosque...
— ¿Por el bosque?
Caroline tuvo la gracia de sonrojarse.
— ¡El día era tan hermoso! Decidí dar un paseo. El bosque está precioso en esta época del año, con esos tintes otoñales.
A Caroline le importan un comino los bosques, sea la estación que sea. Naturalmente, los considera como lugares donde uno se moja los pies y donde toda especie de cosas desagradables pueden caerte sobre la cabeza. Era, sin duda, el instinto de la mangosta lo que la llevó a nuestro bosque local, que es el único lugar cercano al pueblo
de King's Abbot donde se puede hablar con una muchacha sin que se enteren los habitantes. Ese bosque es contiguo a Fernly Park.
—Continúa —le dije.
—Volvía, como te digo, por el bosque, cuando oí voces.
Caroline hizo una pausa.
— ¿Sí?
—Una pertenecía a Ralph Patón, la reconocí de inmediato. La otra era de una muchacha. Naturalmente, no quería escuchar.
— ¡Claro que no! —interrumpí con un sarcasmo que, sin embargo, se desperdició con Caroline.
—Pero era inevitable oírles. La chica le dijo algo que no comprendí y Ralph le contestó muy enfadado: « ¡Querida! ¿No comprendes que es muy probable que el viejo me deje sin un chelín? Se ha ido cansando de mí durante estos últimos años. Otro disgusto y la cosa estará fatal. ¡Necesitamos el dinero, mujer! Seré un hombre rico cuando el viejo muera. Es avaro, pero tiene la bolsa bien repleta. No tengo ganas de que cambie su testamento. Déjamelo a mí y no te preocupes.»
»Ésas fueron sus palabras textuales. Las recuerdo muy bien. Por desgracia, en aquel momento mi pie tropezó con una ramita seca. Bajaron la voz y se alejaron. No podía correr detrás de ellos, así que no vi quién era la chica.
— ¡Que humillación! Supongo, sin embargo, que al sentirte indispuesta, te apresuraste a ir al Three Boars y pedir una copa de coñac en el bar, para ver si todas las camareras estaban de servicio.
—No era ninguna camarera —dijo Caroline sin vacilar—. Estoy casi segura de que se trataba de Flora Ackroyd, pero...
— ¡Pero no parece lógico! —la interrumpí.
—Si no era Flora, ¿quién entonces?
Rápidamente, mi hermana enumeró una lista de muchachas solteras que viven en los alrededores, con muchos argumentos a favor y en contra.