Estaba cerrada. Michael se arrodilló y vació cuidadosamente su contenido sobre la alfombra que estaba al pie de la cama: ropa, lencería, cosméticos. Le sorprendió que aquella mujer superordenada no hubiera deshecho la maleta nada más llegar a casa y pensó que, a juzgar por el quinteto con clarinete puesto en el tocadiscos y por el cenicero lleno de colillas que había junto a una de las butacas del salón, quizá no hubiera usado el dormitorio en absoluto.
Registró todos los compartimientos de la maleta y, al concluir, se volvió hacia Hildesheimer, que no se había movido del umbral, e hizo un gesto negativo con la cabeza. Ni agenda, ni conferencia, ni notas, nada de nada.
Eran las dos de la mañana cuando el inspector jefe Michael Ohayon llamó al Centro de Control desde el dormitorio de la doctora Eva Neidorf, les dio su dirección y pidió que le enviaran a su equipo para registrar la casa.
– Y mandadme también al experto en huellas dactilares de Investigación Criminal -añadió con voz fatigada. Repasó con mirada escéptica la habitación, que parecía sin vida, como si llevara mucho tiempo sin ser ocupada y, sin embargo, tenía varias superficies sin rastro de polvo. Comprendiendo demasiado bien lo que eso significaba, colgó el auricular y le dijo a Hildesheimer que, sin lugar a dudas, alguien se les había adelantado, alguien que había realizado su labor con gran meticulosidad y sin dejar huellas.
Bajaron al salón para esperar a la policía.
Hildesheimer se acurrucó en uno de los butacones. Michael estuvo rondando inquieto por la habitación mientras se preguntaba qué le daba ese aire tan elegante. Miró el elevado techo, las hornacinas rematadas por un arco, la colección de discos, los adornos, y pensó en el tiempo, el dinero y la energía que se habían invertido en aquella casa. Indagando los motivos, pensó que algunas personas encontraban en la decoración de sus casas una salida para sus impulsos artísticos. Por razones que prefirió no tener en cuenta, esa idea generaba en él hostilidad, mas a pesar de ello no podía evitar que le inspirase admiración.
Por enésima vez se hizo la misma pregunta de siempre y terminó por preguntarle a Hildesheimer si no se le ocurría quién podría explicarles qué contenía la conferencia para haberla hecho desaparecer de la faz de la tierra. El anciano negó con la cabeza y dijo que no tenía ni idea, como tampoco tenía ni idea de dónde podrían estar las notas. No lograba pensar en otra cosa, dijo con voz cascada.
Hacía mucho frío en la habitación y los dos se arrebujaron con sus abrigos a la espera de que sonara el timbre de la puerta. Michael se levantó de un salto y fue a abrir en cuanto lo oyó. Fuera, bajo la lluvia torrencial, estaban Eli y Tzilla, los miembros de su equipo habitual, y detrás de ellos, Shaul, del Instituto de Investigación Criminal.
Tzilla tenía la boca abierta de par en par, dispuesta para decir algo que Michael adivinaba de antemano, básicamente que dónde demonios se había metido durante toda la noche, pero se le adelantó ofreciéndoles una descripción detallada de los últimos acontecimientos. Mirándolos a la cara mientras hablaba, Michael vio cómo asimilaban la importancia de que hubieran desaparecido la agenda de direcciones y las notas de la conferencia. Concluyó con las palabras:
– Fuera de la casa también: huellas de neumáticos o de pisadas; dentro, hasta el mínimo pedacito de papel… Ponedlos en orden, no tiréis nada y no os mováis de aquí hasta que vengan a relevaros; contestad las llamadas telefónicas, pero tened cuidado -y los tres pasaron como una exhalación por delante de Hildesheimer y echaron a correr escaleras arriba hasta el segundo piso.
Hildesheimer se había quedado aparte y en silencio, estudiando los rostros de los recién llegados mientras Michael les daba instrucciones. Una vez que se hubieron ido, éste le explicó que el equipo iba a registrar todas las habitaciones, buscando también huellas dactilares, aunque, en vista de la escasez de polvo que había en la planta baja y en el dormitorio, albergaba escasas esperanzas de que encontraran algo en ese sentido.
Por su expresión, se diría que Hildesheimer no albergaba ninguna esperanza en ningún sentido. Comentó que Eva había sido una persona muy reservada y encerrada en sí misma y que ahora su mundo se estaba viendo sometido a una invasión implacable. Concluyó exclamando un «ach» desesperado. Michael se ofreció delicadamente a llevarlo a casa, pero el anciano rechazó el ofrecimiento con impaciencia. Quería quedarse para ver si descubrían algo. Michael asintió, se quitó los guantes, los guardó en el bolsillo y comenzó a husmear por la habitación.
Hildesheimer le preguntó si pasaba muchas noches como ésa y recibió un suspiro a modo de respuesta. ¿Cómo podía soportarlo?, preguntó el anciano, y Michael respondió que trataba de descansar entre caso y caso. Cuando el profesor le preguntó sobre su vida familiar y sobre cómo podía resistir las tensiones de «un trabajo como ése», Michael se encogió de hombros y dijo:
– ¿Quién ha dicho que las resista? -y con una sonrisa de tristeza añadió que, desde que se había divorciado, lo que le resultaba más difícil era conservar la relación con su hijo; después de reflexionar durante un minuto, agregó que él también tenía un trabajo solitario.
Hildesheimer asintió y abatió la cabeza, sin preguntar nada más, y Michael reanudó la inspección del espacioso salón. Se detuvo delante de un cuadro, de una estatuilla, y al final entró en la cocina y clavó la vista en una mesa redonda de estilo rústico. De pronto sintió un escalofrío que le hizo aproximarse a la ventana, y lo que vio entonces lo llenó de ira contra su propia torpeza.
– ¡Shaul! ¡Shaul! -dijo a voces saliendo de la cocina.
Shaul llegó corriendo, y pisándole los talones apareció Tzilla. Eli estaba en la otra ala de la casa y no había oído las voces. Michael los arrastró hacia la ventana. Vieron que faltaba uno de los cristales y que había esquirlas de cristal en el suelo; los barrotes blancos de la reja estaban doblados.
– Apartaos; me quitáis la luz -dijo Shaul aproximándose.
Tzilla y Michael se retiraron hasta la entrada de la cocina. Hildesheimer se levantó y se colocó a su lado (entre la cocina y el salón no había puerta, tan sólo un amplio vano). Shaul salió de la habitación y regresó al cabo de un momento cargado con un gran maletín. Después de calzarse unos guantes de goma y de examinar los hallazgos, de realizar mediciones (con ayuda de unos polvos, una lente de aumento y un poderoso foco) y de sacar unas fotos, volvió a salir; oyeron cómo se abría la puerta de la casa y, unos minutos después, la cabeza de Shaul asomó por el otro lado de la ventana de la cocina, donde repitió el procedimiento anterior.
Sin ningún esfuerzo, Shaul retiró la reja de la ventana y le pidió a Michael que saliera a donde estaba él. Desde la cocina le oyeron darle la siguiente explicación:
– Fíjate en la reja; la han doblado y la han arrancado, después han roto el cristal para abrir la ventana y colarse dentro. Y aquí se ve dónde el hombre en cuestión arañó la pared con el zapato al trepar al alféizar. Y mira cómo han removido la tierra debajo de la ventana; quienquiera que lo haya hecho se tomó la molestia de cubrir sus huellas, de usar guantes y de marcharse por donde había venido, volviendo a colocar la reja en su sitio.
– ¿Qué crees que utilizó para desencajar la reja? -le oyeron decir a Michael con voz queda los que estaban en la cocina.
– Probablemente una barra de hierro. Quizá la encuentres en los alrededores, si es que no se la llevó.
Las voces comenzaron a alejarse y, unos minutos más tarde, Shaul y Michael reaparecieron en la cocina. Shaul se arrodilló junto a la ventana y, con ayuda de un cepillito, comenzó a recoger los fragmentos de cristal en una bolsa de plástico, que guardó cuidadosamente en su maleta.
– Ya veis -dijo-, el cristal roto cayó hacia dentro, y quienquiera que lo rompiera lo barrió, pero se le escaparon algunas esquirlas. Además trató de enderezar la reja desde fuera, y volvió a colocarla en su sitio. ¿Dónde está la basura? -se volvió hacia Hildesheimer, que señaló el lugar donde suelen guardarse los cubos de basura: bajo la pila de lavar.