Por otra parte las relaciones que mantenía con Levy eran tensas. Sin saber cómo ni por qué se había llegado a imponer ese modelo de relación entre ellos, Michael siempre estaba a la defensiva ante Levy y todos sus encuentros acababan dando lugar a enfados y humillaciones. Siempre sentía la misteriosa necesidad de disculparse ante Ariyeh Levy. Y en el futuro tendría que trabajar con él, bajo su dirección, en aquel ambiente tenso y tirante. Una razón más para sentir que Shorer se marchara.
Michael sacó un cigarrillo del paquete que había dejado sobre el escritorio, lo encendió y empezó a hablar, como si estuviera dirigiéndose a sí mismo.
Comenzó por resumir, pausada y tranquilamente, los acontecimientos del sábado por la mañana. Describió la estructura del Instituto, las relaciones formales entre sus miembros y los escasos matices de carácter más sutil que había llegado a comprender. Explicó el significado de los términos «candidato» y «analista instructor» y les habló de las supervisiones y de las reuniones de los sábados. Describió a Hildesheimer y a Linder. Definió el Comité de Formación como «el órgano tanto legislativo como ejecutivo…, el grupo de dirigentes, la verdadera autoridad que rige el Instituto».
Después pasó a hablar de la pistola y de su extraña aparición en el hospital. Levy le interrumpió para preguntarle cuándo sería posible interrogar al paciente, al doctor Baum «o a cualquiera que pueda decirnos algo sobre cómo llegó allí. ¿Y por qué no te presentaste antes en el hospital?».
Michael les refirió su viaje a Tel Aviv, la entrevista con el yerno, la conversación con Hildesheimer y la visita a casa de Neidorf.
– Nuestro problema va a ser el tipo de personas que están implicadas -concluyó a modo de resumen, después de describir la búsqueda de una copia de la conferencia.
– Ya hemos tratado con ese tipo de gente antes -dijo Levy, tamborileando desdeñosamente con los dedos sobre el escritorio. Rememoró el caso del asesinato de la amante de un abogado, que había sido declarado culpable, y otros casos similares resueltos durante los últimos años-. Aunque, pensándolo bien, ahora tendremos que tratar con una panda de sabelotodos de un tipo al que nunca nos hemos enfrentado. Al fin y al cabo, son psicólogos. Tendrás que estar en guardia, Ohayon. Ten cuidado para que no te engañen como a un chino con sus tretas.
– En realidad -dijo Michael- no era a eso a lo que me refería. No se trata de la posición social. Quería decir que forman un grupo muy cerrado, con normas especiales y una estructura de poder particular. Y los pacientes también: Dios sabe lo que ocurre en las sesiones que celebran con los pacientes y los supervisados, todo queda de puertas adentro. Y qué me decís de que la conferencia desapareciera ese mismo día, igual que la lista de todas las personas que estaban en tratamiento con ella. No sé cómo vamos a reconstruir lo que ha sucedido. Pero estoy seguro de una cosa: el asesinato está relacionado con alguien de la esfera profesional de Neidorf. Probablemente, aunque no necesariamente, con alguien del Instituto, pero en cualquier caso con una persona a la que la doctora trataba o supervisaba. Y ahora todo ha desaparecido: la conferencia, la lista de pacientes, las notas que según el anciano la doctora guardaba en el lugar que él me mostró, y el diario. En resumen, todo lo que podría revelarnos algo acerca de sus relaciones profesionales.
Shorer, que hasta entonces no había despegado los labios, dijo:
– Hay algo que no comprendo. ¿Dices que la llave de la casa no estaba en el llavero y que, a pesar de eso, entraron por la fuerza? ¿Cómo te lo explicas?
Michael confesó que todavía no lo sabía, y miró a los ojos a Ariyeh Levy.
– Una llave y un allanamiento de morada -dijo pensativamente Emanuel Shorer-. O tenemos que vérnoslas con dos personas distintas o alguien está tratando de desviarnos de la pista. Quizá haya dos personas implicadas. Y algo más. Si alguien sustrajo la llave en el Instituto, ¿por qué no se llevó el manojo entero? Quizá para evitar que acudiéramos en seguida a la casa. Si no hubieras encontrado las llaves, habrías puesto la casa bajo vigilancia, ¿verdad?
Michael le recordó que no había encontrado las llaves. Hildesheimer se las había entregado por la noche, cuando fue a verlo a su casa.
Levy no fue tan indulgente como Shorer. Dirigiendo una mirada incisiva a Michael, le dijo:
– La verdad es que no entiendo por qué no fuiste directamente a la casa. Por lo visto, la misma persona que la mató y le sustrajo la llave se dirigió inmediatamente a la casa y encontró los papeles que andaba buscando. Es elemental, ¿no te parece? Pero ¿en qué estarías pensando? ¡Olvidarse así de la casa, sabiendo que a la víctima le habían quitado las llaves! ¡Hay que ver! Y después, si no lo he comprendido mal, hubo alguien más que se coló en la vivienda, alguien que iba a buscar algo y que no habría podido introducirse en la casa si hubiera estado vigilada.
Michael trató de defenderse diciendo que, al concentrarse en la escena del crimen, no se le había ocurrido pensar en las llaves, ni en las copias de la conferencia, ni en las notas, y que en el Instituto se había armado un buen barullo, con tanta gente y periodistas por todos lados.
– Sí, pero los de Investigación Criminal tendrían que haber caído en la cuenta y haber sugerido que se enviara un vigilante a la casa o algo así -dijo Shorer, en un intento de desviar la atención del comisario jefe del hecho de que, en su calidad de jefe del equipo especial de investigación, Michael tenía la responsabilidad exclusiva del asunto-. Y además -prosiguió cambiando de tema-, me pregunto por qué en el Instituto… ¿Por qué no la mataron en su casa?
– ¡Exactamente! -asintió Michael con vehemencia-. Ahí es donde quería ir a parar al poneros en antecedentes sobre el Instituto. Ha tenido que ser alguien a quien la doctora no quería recibir en su casa. Hay un montón de normas profesionales que explicarían por qué no podía recibir a esa persona en su domicilio.
– Sí -dijo Shorer dubitativamente-, pero, según lo que has dicho, tenía una sala de consultas en casa. ¿Por qué no allí?
– Mira, evidentemente fue Neidorf quien decidió el lugar del encuentro -dijo Michael, sin entender lo que estaba sugiriendo su jefe.
– No. Lo que pretendía decir es que el Instituto es un sitio arriesgado para cometer un asesinato. Piensa en Gold, por ejemplo, que se presentó allí para colocar las sillas; nada le impedía haber ido más temprano. Y es obvio que el asesinato fue planeado con antelación, hacía varias semanas que habían robado la pistola. Una vez que has robado una pistola, se puede suponer que vas a planear las cosas con mayor cuidado.
– Sí -dijo Michael-, pero te olvidas de que Neidorf acababa de regresar del extranjero anteayer. Probablemente no había otra alternativa.
– No, no me olvidaba de eso. Lo recordaba -Shorer apoyó las manos sobre la mesa-, y ése es precisamente el quid del asunto: quienquiera que la haya asesinado debía de tener un motivo apremiante para hacerlo en ese momento y en ese lugar precisos, seguramente quería evitar que Neidorf llegara a hacer algo. Es una cuestión a tener en cuenta a la hora de averiguar el móvil.
Michael asintió con la cabeza. El comisario jefe los miró alternativamente y Michael percibió el momento en que se le hizo la luz.
– En otras palabras, ¿los dos pensáis que debemos concentrarnos en la conferencia? -preguntó Levy confuso, y ambos asintieron por turnos. Michael suspiró y se quejó de que, por si fuera poco que nadie supiese de qué trataba la conferencia, también hubiera dificultades para localizar la lista de personas que estaban tratándose con Neidorf.