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Rodeé las escaleras y estuve a punto de resbalar en un charco de cerveza, pero en el último momento salté en el aire y aterricé al pie de la escalera.

Para llegar a la piscina tenía que cruzar un pequeño patio, pasar por delante de recepción y salir por el otro extremo. No llegué tan lejos. Cuando aterricé, noté un olor dulzón y familiar, pero no lo reconocí hasta que sentí una mano en mi hombro.

Era maría. Y no es que para mí hubiera nada siniestro en la marihuana. La asociaba a mi padre, claro, pero mi padre también usaba pantalones y eso no significaba que tuviera que evitarlos. Había fumado maría en alguna ocasión y, aunque me daba dolor de cabeza y me entraba la paranoia, supongo que a veces hay que ser buen chico y pasar por el tubo para ser como los demás. Pero allí, en la carretera, con los otros vendedores de enciclopedias, la maría solo podía asociarse a una cosa: los rednecks.

– ¿Dónde eztá el fuego, judío? -dijo Scott ceceando con voz chillona. No bastaba con que tuviera un defecto de dicción, además hablaba como si llevara un zapato en la boca. Una de sus manazas se apoyaba en mi hombro, de forma muy poco amistosa, y apretaba con fuerza. Sé que si hubiera querido podría haberme soltado, pero habría tenido que forcejear un poco y eso me parecía humillante. No, pensé, lo mejor era hacer como si no me importara. Era una estrategia que había aprendido en el bachillerato. Nunca funcionaba, pero yo me aferraba a ella como un marinero que reza en mitad de la tormenta.

– Zí, ¿dónde eztá? -repitió Ronny Neil. Que se metiera conmigo no significaba que no siguiera despreciando a Scott.

Miré la mano de Scott.

– Tengo que ir a un sitio -dije. El olor rancio de su cuerpo sin asear empezó a notarse por encima del olor a marihuana.

– ¿Adónde tienez que ir? -preguntó Scott.

Tenía los ojos enrojecidos y medio cerrados, y no dejaba de moverse, inquieto. Traté de no mirar el cúmulo de granos que tenía en el mentón, grandes y con la punta blanca.

– Sí -coincidió Ronny Neil, echándose el pelo hacia atrás como un actor en un anuncio de champú. Dio una larga calada, retuvo el humo un momento y luego me lo echó en la cara.

Yo conocía muy bien la gravedad de lo que acababa de hacerme. Si alguien te echa el humo en la cara, a poco que puedas le partes la cara. Era una ofensa, un motivo para ponerse hecho una furia.

– Bobby quiere verme -dije con voz rasposa.

Me pareció una buena mentira. Nadie quería disgustar a Bobby. De eso no había duda.

– Que se joda Bobby, y tú y todos tus jodidos amigos -dijo Ronny Neil.

– Eso -comenté yo- es mucho joder.

– Capullo -agregó Scott. Y me clavó un dedo en el estómago. No excesivamente fuerte, pero sí lo bastante como para que doliera.

Ronny Neil le dio una colleja.

– ¿Te ha dicho alguien que le pegues, jodida foca?

– Solo le he tocado con un dedo -contestó el otro en tono desafiante.

– Puez no le toquez. No toquez a nadie hazta que yo te lo diga, imbécil. -Se volvió hacia mí-. Te crees que Bobby es una gran cosa ¿eh? Pues no es nadie, y no sabe una mierda de lo que pasa aquí. El Jugador confía en nosotros. ¿Lo entiendes? Ni en ti, ni en Bobby. Deja de esconderte detrás de su falda como si fuera tu mamá.

– Bobby es un gilipollas -dijo Scott-. Darle las mejores zonas a una nenaza como tú.

– Una nenaza como tú -repitió Ronny Neil.

– ¿Sabes una cosa? Tengo la sensación de que aquí sobro -dije-. Creo que lo más educado sería disculparme y marcharme.

– Pues yo creo que lo educado sería que te dieran por el culo.

– Tiene gracia -comenté- cómo cambia el estándar de educación de una cultura a otra.

– Te crees muy listo. Esta noche has vuelto otra vez con las manos vacías, ¿eh?

Ronny Neil le pasó la pipa a Scott, que se miró la mano por un momento, tratando de pensar una forma de obligarme a quedarme donde estaba sin tener que tocarme. El chico estudió el terreno y cambió de posición sobre sus pies inestables para cerrarme el paso.

– Pues no, no he vuelto con las manos vacías -dije-. Pero eso no es asunto tuyo.

– Ezta noche, cuando te duermaz, te vamoz a hacer picadillo -dijo Scott.

Ya me habían amenazado con aquello otras veces, pero nunca pasaba nada. No les interesaba que los despidieran, lo único que querían era asustarme. Y funcionaba, porque el que nunca me hubieran hecho nada no significaba que no pudieran hacerlo. Desde luego, eran capaces. La gente como Ronny Neil y Scott no tenía futuro, no podían imaginarse haciendo nada concreto. Para mí, acabar la secundaria significaba que lo peor quedaba atrás; para ellos dos significaba que lo mejor había terminado. Eran perfectamente capaces de hacer algo terrible e irrevocable en un arrebato y mandarse ellos solitos a la cárcel.

Mi determinación de no vacilar empezaba a derrumbarse. Aquel día había visto demasiadas cosas, y por el nudo que notaba en la garganta supe que las lágrimas empezaban a aflorar. Tenía que encontrar la forma de salir de allí.

– Pero ¿qué creéis que estáis haciendo?

Los tres nos dimos la vuelta. Sameen Lal salió del vestíbulo de recepción como una exhalación, con una paleta de críquet en una mano. Tendría cuarenta y tantos, era alto, delgado, y tenía una espesa mata de pelo negro, pómulos marcados, ojos pequeños e intensos y un bigotito elegante. Nos alojábamos allí de vez en cuando, así que ya era capaz de reconocer a algunos de nosotros, y tenía sus propias opiniones. Él y su mujer me habían honrado con algún saludo, un «buenos días», un afable gesto de la cabeza por la noche. Y sabían mi nombre. También parecían ser conscientes de que Ronny Neil y Scott no eran trigo limpio.

– Aquí huele a algo ilegal -dijo Sameen-. Quiero que os vayáis ahora mismo.

– ¿Qué tal, Semen? Yo también lo he olido -dijo Ronny Neil-. Creo que aquí nuestro amigo Lem ha estado fumando cannabis. Tendrías que llamar a la poli y denunciarle.

El chistecito no me hizo mucha gracia, sobre todo aquella noche. Por suerte, Sameen comprendió enseguida la situación.

– Me parece bastante inverosímil. Este es mi motel, y quiero que os vayáis ahora mismo o informaré a vuestro jefe.

– Yo de ti no lo haría. No me gustaría ver este bonito motel ardiendo, no sé si me entiendes.

– Está hablando de quemarlo -expliqué yo, tratando de parecer indiferente ahora que mi rescatador había llegado.

– Yo no he amenazado a nadie -dijo Ronny Neil-. Cuando este motel se queme hasta los cimientos, acordaos: yo nunca he amenazado a nadie.

– No quiero escuchar vuestras amenazas -dijo Sameen-. Vosotros dos sois mala gente. Y ahora marchaos.

– Vale. -Ronny Neil me cogió del brazo y echó a andar llevándome con él-. Vamos.

Sameen levantó la paleta de críquet Solo unos centímetros, pero estaba claro que iba en serio y que comprendía más cosas de las que su reserva podía indicar.

– Dejadle en paz y marchaos.

– No me gusta cómo nos hablas, Semen -dijo Ronny Neil-. ¿Es que ahora decides tú adónde tiene que ir la gente?

Los dos se miraron, esperando cada uno por su lado que pasara algo definitivo. Por encima del murmullo de las conversaciones y la música, junto a la piscina, oí unas palabras. Era la voz de Chitra, y deseé encontrar la forma de excusarme. Por ella, sí, pero también por mí mismo. No quería presenciar más actos de violencia, ni siquiera si eso significaba ver cómo un guardameta le partía el cráneo a Ronny Neil.