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– Discúlpeme, señor Lal, hay un cliente esperándole, así que, si no le importa, yo cuidaré de Lemuel.

El asesino se acercó a nosotros con paso despreocupado, aunque algo encorvado. Sonreía animadamente y había levantado una mano como si estuviera saludando. Ronny Neil, Scott y Sameen lo miraron. Miraron a aquel tipo larguirucho y de aspecto estrambótico, con su pelo blanco y salvaje y su entusiasmo.

– Soy amigo de Lemuel -dijo el asesino a Sameen-. No pasa nada.

– ¿Cómo sabe usted mi nombre? -preguntó Sameen.

– Está escrito en la paleta de críquet.

Sameen entrecerró los ojos con recelo.

– ¿Te puedo dejar con él? -me preguntó.

Yo asentí. Me daba miedo hacer cualquier otra cosa.

Sameen asintió a su vez.

– Si tienes algún problema, ven a verme -me dijo, y volvió a su oficina.

Me gustó que Sameen hubiera salido para ayudarme. Me sentía agradecido, incluso conmovido, pero en ningún momento creí que aquel hombre inofensivo, casi invisible, pudiera ser rival para Ronny Neil y Scott, ni siquiera con una paleta de críquet En cambio el asesino ya era otra cosa.

El alivio que sentí desapareció enseguida. El asesino podía despachar a Ronny Neil y Scott, pero no pude evitar sentir que estaría mejor con ellos. Me dieron ganas de suplicarles que no me dejaran solo con él.

– ¿Qué quieres? -preguntó Ronny Neil con voz lenta y pastosa. Se mantenía bien derecho, pero seguía siendo sus buenos siete centímetros más bajo que el desconocido.

– Estaba buscando a Lemuel -dijo el asesino. Me puso una mano en el hombro e hizo ademán de llevarme hacia la piscina.

Yo no quería ir. Quería aferrarme a algo, resistirme. Pero no había forma de resistirse, así que fui.

– ¿Es tu novio? -gritó Ronny Neil a mi espalda.

Yo no hice caso. Pero el asesino sí. Se dio la vuelta y con el índice y el pulgar dio forma a una pistola y les disparó a los dos.

¿Hasta qué punto debía estar asustado? Ya sabía que el asesino estaba allí. Y si había decidido ir a la piscina era justamente por eso. Y estaríamos en público. A pesar de lo cual, el solo hecho de tenerlo tan cerca me producía terror.

Como si aquel fuera su sitio, como si él fuera el anfitrión y yo el invitado, el asesino me guió entre la multitud de vendedores de enciclopedias. Para tratarse de un criminal, no parecía que la gente le asustara.

En mi aturdimiento, no la vi acercarse. Pero allí estaba.

– He conocido a tu amigo -me dijo Chitra señalando al asesino con sus uñas pintadas de rojo. Estaba junto a mí, sonriendo cordialmente, incluso estúpidamente, como si hubiera empezado la cerveza que hacía una de más. Y me estaba hablando a mí… nuestro primer intercambio del fin de semana. A pesar del miedo, me sentí entusiasmado al oír su voz, suave y alta, con un acento que era británico y no lo era-. Es muy divertido.

Cogí una cerveza, la abrí y bebí sin paladear, tratando de no hacer demasiado ruido al tragar.

– Sí, es un tipo genial -le dije yo. Me volví hacia el asesino-. ¿Qué haces aquí? -Traté de controlar el temblor de mi voz, de hablar como cuando alguien que conoces se presenta sin avisar. Pero fracasé estrepitosamente.

– Te estaba buscando, Lemuel. ¿Nos disculpas un momento?

– Por supuesto -dijo Chitra.

El asesino me puso la mano en la espalda y nos apartamos de los demás. No me hizo mucha gracia que me tocara de aquella forma, en parte porque era el asesino, pero también porque a aquella gente le faltaría tiempo para tacharme de gay. En realidad, no es que les importaran mis tendencias sexuales, pero el insulto brotaría de forma espontánea de labios de gente como Ronny Neil y Scott, que cambiarían sin problemas el «nenaza» o «judío» por «marica».

El asesino se detuvo junto a la máquina de caramelos que había entre los dos aseos. Desde fuera se percibía el olor nauseabundo y dulzón de los ambientadores.

– ¿Por qué has vuelto a la caravana? -me preguntó.

Bueno, de eso se trataba, por eso me había seguido hasta allí. Noté el rugido del pánico en mis oídos. Me habían pillado, pero ¿en qué exactamente? Tendría que relajarme, pensé. Ahora que sabía de qué iba el asunto, podría controlar la situación. Tal vez. Por otro lado, aquel tipo resolvía sus problemas matando, y en aquellos momentos tenía un asuntillo pendiente conmigo, y eso me resultaba muy desalentador.

– No tuve elección. -Las palabras salieron atropelladamente, apresuradas y vacías. No había nada en el lenguaje corporal del asesino que fuera amenazador, pero yo estaba tratando de salvar mi vida-. Por error le entregué la solicitud equivocada a mi jefe. -Y le expliqué el resto, que Bobby había insistido en volver, que no conseguí hacerle cambiar de opinión.

El asesino consideró mi explicación durante unos segundos.

– Muy bien -dijo-. ¿Y tu jefe no vio nada raro?

Meneé la cabeza.

– Llamó al timbre, luego llamó con el puño y nos fuimos.

– Porque a mí me pareció curioso -dijo el asesino-. Desde donde estaba, me pareció curioso.

– Sí, lo sé. Pero no pude evitarlo.

– Bueno, al final todo ha quedado en nada, ¿verdad? -Me dio una palmadita en el hombro-.Y he conocido a esa chica tan mona. -Se acercó más-. Creo que le gustas -dijo en un aparte.

– ¿De verdad? ¿Qué te ha dicho? -Enseguida comprendí lo absurdo de la pregunta, de aquella conversación, y me sonrojé.

– Me ha dicho que le pareces muy majo. Y lo eres, a pesar de tu timidez.

– ¿Puedo recuperar mi carnet de conducir? -Quería saber qué había dicho Chitra, quería interrogar al asesino, que me contara todos los detalles, cómo lo había dicho, cómo había surgido el tema, su lenguaje corporal, su expresión. Estuve a punto de preguntarle, pero entonces recordé que no era un amigo, que no era alguien con quien pudiera hablar de una chica. Y estaba deseando hablar de algo que no fuera lo majo que seguramente me consideraba un asesino gay. El hombre se encogió de hombros.

– Vale. -Se metió la mano en el bolsillo y lo sacó-. Pero he memorizado tu nombre y dirección, así que, ya sabes, si decides hacerte el listillo sé dónde encontrarte. Aunque no creo que eso sea un problema. Y, demonios, una cosa es incriminar a alguien por un crimen y otra obligarle a hacer cola en la Dirección General de Tráfico.

»Mientras tengas claras cuáles son tus prioridades…

Me guardé el permiso en el bolsillo, extrañamente reconfortado. El asesino estaba siendo razonable; quizá no había por qué preocuparse. Solo que no me lo acababa de creer. Que no fuera siempre, en todo momento, un homicida no cambiaba lo que había hecho, y no hacía que me preocupara menos.

Estaba a punto de decir algo con la esperanza de animarle a marcharse cuando se encendió una especie de flash cinematográfico en mi cabeza. Habíamos estado allí, lo habíamos limpiado todo, pero nos habíamos dejado una cosa.

– Mierda -susurré.

El asesino arqueó una ceja.

– ¿Qué?

– El talonario. -Me salió como un graznido-. Karen me firmó un cheque y el resguardo se quedó en el talonario. El recibo. Tenía asignada esa zona, así que la policía descubrirá enseguida que fui yo.

– Joder. -El asesino meneó la cabeza-. ¿Por qué no lo has pensado antes?

– No estaba precisamente preparado para algo así -dije con un gañido-. No soy un profesional. No tenía ninguna lista de la que ir tachando los pasos.

– Sí, tienes razón, tienes razón. -Se quedó quieto un momento, procesando aquella nueva información-. Muy bien, Lemuel. Tenemos que volver.

– ¿Cómo? No podemos.

– Pues tenemos que hacerlo. Si no, acabarás en la cárcel, amigo mío.