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– Sí, y lo has logrado. Yo solo digo que quizá no te interese estudiar en la Universidad de Columbia. En Harvard o Yale, sí. Pero te han rechazado. Quizá han visto algo en tu solicitud y han decidido que no eres bueno. ¿No crees que te estarías rebajando si dejas que Columbia te acepte como premio de consolación?

– Eso que dices es tan estúpido que ni siquiera sé cómo llamarlo.

– Si tuvieras un vocabulario más amplio quizá te habrían aceptado en Harvard. Yo creo que la universidad estatal es mucho mejor. No querrás convertirte en uno de esos esnobs de la Ivy League, ¿verdad?

No pensaba dejar que me convenciera. Lo bueno de Columbia era que allí nadie me conocería. No me encontraría con nadie del instituto ni de mi barrio. Cuando decía dónde me iba a matricular, la mayoría pensaban que les estaba hablando de Carolina del Sur. En la universidad ya no sería el perdedor que antes estaba gordo… sería quien yo dijera que era. No solo podría escapar de Florida, sería una ruptura, quizá la más importante que podía esperar en mi vida. No pensaba desaprovechar la oportunidad.

El día de la graduación, mientras bebía un refresco de naranja con mi familia antes de salir con mis amigos a una fiesta de un primo de uno de ellos, Andy me llevó a un aparte.

– ¿Sabes? -me dijo-, he estado mirando tus papeles para la solicitud de Columbia. Quizá no es el mejor momento, pero no sé cómo piensas pagarlo. Incluso con las becas y los préstamos, necesitarás otros siete mil dólares anuales. Eso son casi treinta mil dólares. ¿De dónde piensas sacarlos?

Yo miraba al suelo.

– Me dijiste que me ayudarías.

– Y ya lo he hecho, ¿o no? -No le pregunté en qué, porque invariablemente me habría venido con algo del estilo de «No te ha faltado un plato en la mesa y blablablá»-. Vamos, Lem. No soy tu padre. Tu padre anda por ahí perdido, fumando hierba y persiguiendo nativas en top-less. Uga buga -añadió abriendo mucho los ojos-. Tendría que pagarlo él. ¿Le has preguntado alguna vez por el tema?

– No sé cómo ponerme en contacto con él.

– Entonces, ¿quieres que lo pague yo todo sin haberle preguntado siquiera a tu padre?

– Dijiste que me ayudarías -fue lo único que conseguí decir.

Era el día de mi graduación, y Andy se había estado reservando aquella bomba para soltarla en el momento en que hiciera más daño.

– Vamos. La Universidad de Florida está bien.

– No pienso ir -dije tratando de evitar el tono llorica-. Estudiaré en Columbia.

Andy sonrió y meneó la cabeza.

– Entonces, creo que tendrás que ganar mucho dinero este verano, ¿no te parece?

Al día siguiente llamé a la oficina de admisiones de Columbia y conseguí un aplazamiento. Y empecé a investigar. ¿Cómo podía conseguir treinta mil dólares en un año? No tardé mucho en descubrir que las ventas eran la mejor salida. Y las enciclopedias parecían el comienzo perfecto.

11

– Esto es muy extraño -dijo Melford-. No es lo que uno esperaría.

La muerte y la oscuridad ocultaban sus facciones, pero vi que la tercera víctima era una mujer con una permanente corta de rizo muy apretado. Llevaba vaqueros ajustados y una blusa abierta que me pareció del mismo color que la oscuridad. Tenía la boca abierta y la lengua fuera, como una criatura estrangulada en un cómic. Por las señales del cuello, supuse que así era como la habían matado.

– ¿Quién es? -conseguí decir.

– Ni idea. Pero diría que es la mujer a la que vimos cuando pasamos antes.

– Bueno, ¿y qué ha pasado? -Me ponía malo hablar con aquel tonillo lloroso, pero creo que estaba en mi derecho. Ya era bastante malo haber presenciado dos asesinatos ese día lo suficientemente cerca para oler la sangre que salió de las cabezas de Cabrón y de Karen. Y ahora otro. No estaba hecho para aquello y tuve que hacer un gran esfuerzo para no venirme abajo. Ni siquiera sabía muy bien qué significaba eso de venirse abajo, pero cuando lo viera seguro que lo sabría.

Melford meneó la cabeza.

– Supongo que el policía la mató.

– ¿Qué?

– ¿Y quién si no? Lo vimos con ella. Y ahora está muerta, a unos metros de donde pasó. ¿Por qué iba a dejarla sola el policía en la escena del crimen sabiendo que el asesino podía estar cerca? Y, puesto que sabemos que el asesino no la ha matado, lo lógico es pensar que ha sido el policía.

– Pero eso no tiene sentido.

Melford iba a decir algo, pero se detuvo porque oímos el sonido de unas ruedas sobre la tierra del exterior y el zumbido de un motor que se detuvo.

Cerró enseguida el bolígrafo linterna y se acercó a la ventana.

– Mierda -susurró. Se volvió hacia mí-. Muy bien, ahora escucha. La mala noticia es que ahí fuera hay dos tipos, y uno es el poli. Sin uniforme, pero es él. No nos pongamos nerviosos. Han venido en una camioneta, con las luces apagadas, así que dudo que esto sea oficial. Nos esconderemos y todo irá bien.

Mis cuatro cervezas giraron violentamente en mi estómago y subieron de vuelta a mi garganta con unos toques de ácido.

Dejé que Melford me cogiera del brazo y me arrastrara a la habitación pequeña y luego al armarito que había al fondo, de esos con puertas correderas de tablillas. Daba a la cocina, así que tendríamos una buena panorámica de lo que pasaba. Pero eso no es lo que me llamó la atención del cuartito. Lo que me llamó la atención es que allí solo había cajas. En algunas había viejas camisetas y vaqueros rojos, y en otras archivos, pero la mayoría estaban selladas. En una ponía Oldham Health en un lado, en letras negras. Las paredes estaban desnudas, salvo por un calendario de niño con gatitos y perritos que estaba abierto por la página de octubre.

Aquello no era el cuarto de un niño. Ni siquiera era un cuarto que alguna vez fue de un niño y ahora era otra cosa. Allí no vivía ningún niño. ¿Por qué me habían mentido Karen y Cabrón?

La puerta de atrás se abrió de golpe y por entre las tablillas vi que entraban dos figuras, una de ellas con una pequeña linterna. Estaba demasiado oscuro para ver nada más.

Por un momento sentí pánico. ¿Y si venían a buscar algo y ese algo estaba en el armarito? La idea me dio unas ganas irresistibles de mear, y tuve que apretar la mandíbula con fuerza para no vaciar la vejiga.

Al menos Melford estaba conmigo. Y aún tenía la pistola. Melford no dejaría que nos cogieran. Cuánto había cambiado mi vida en las últimas veinticuatro horas… Ahora confiaba en que otro matara a mis enemigos por mí.

– Maldita sea -dijo uno de los tipos-. Tienes un montón de fiambres aquí dentro, Jim.

– Ya lo sé.

– Joder, míralos. El que se los ha cargado no tenía sangre en las venas.

– Sí, eso parece.

– ¿Y no sabes por qué ha sido?

– Ni puta idea. Joder, tiene que ser por la pasta. Pero ¿quién? Nadie sabía nada, solo los que estamos metidos. Cabrón ha hablado más de la cuenta, no se me ocurre otra cosa.

– Supongo, pero… joder.

– Sí, joder.

– Mierda. El muy cabrón. Frank se largó el mes pasado, y después de esto te van a faltar químicos. A B. B. no le va a gustar.

– Sí, estoy en ello. Pero no querrás que ponga un anuncio en el periódico.

– Oye, Jim, de todas formas, ¿qué coño hacía Cabrón aquí?

– Yo qué sé. -Había algo duro en el tono.

– No pensarás que se estaba tirando a esa fulana, ¿eh? Joder, hace un par de años a lo mejor, pero con tanto speed parecía un puto cadáver. Antes me tiro a una vieja.

Una pausa, y luego:

– Cierra el pico y ayúdame con esta mierda.

– Uau. -Una risa-. ¿No te la estarías cepillando tú también, eh? Si quieres, yo te podría presentar a un par de vejestorios que conozco.

– ¿Te piensas pasar toda la noche dándole al pico o quieres que acabemos con esto?