Yo había estado mirando a través de las tablillas, totalmente absorto, como si no estuviera en un armarito de una caravana, sino en una sala de cine viendo la película más interesante del mundo. Me sentía extrañamente tranquilo, como si estuviera fuera de mi cuerpo. Y entonces, de pronto, dejé de sentirme tranquilo y la sala de cine desapareció. Me sentía acalorado, ahogado y más asustado de lo que lo había estado en mi vida.
Y eso es porque conocía a aquellos dos hombres. El poli, Jim, era el tipo que había visto en la tienda de comestibles, el que me lo había hecho pasar tan mal por el dichoso ginger ale, el mismo tipo con los dientes torcidos del Ford que se había metido conmigo delante de la caravana. Ahora, aparte de la posibilidad de que me arrestaran por asesinato, resulta que también había hecho enfadar al jefe de policía corrupto.
El otro… no le veía, pero conocía su voz. Estaba seguro de que la conocía. Conocía a ese hombre de algo.
Vi cómo extendían una lámina de plástico en el suelo y luego cogían el cuerpo de la mujer de más edad y la envolvían en el plástico. El poli cogió el bulto por un extremo y el hombre de la voz familiar por el otro, y lo sacaron de la caravana.
Aguzamos el oído. El silencio era casi total, y solo oímos algún gruñido o algún reniego ocasional, y luego el golpe sordo de algo pesado al caer sobre una superficie plana. A los pocos minutos ya volvían a estar dentro.
– Mierda -dijo el policía-. Con los otros dos nos costará más. Ojalá me hubiese traído guantes.
– Hay que joderse -dijo el de la voz familiar-. Mira que disparos más limpios. Parece una ejecución.
– ¿Y tú desde cuándo eres experto en crímenes? -preguntó el poli-. Ves demasiada televisión.
– ¿Seguro que no te has hecho daño en la pierna? -dijo el otro-. Parece que te cuesta caminar.
– Ya te lo he dicho, estoy bien. -La voz era cortante y seria.
– Hace un momento te he oído quejarte como si te doliera algo.
– Olvídalo, ¿quieres?
Pusieron otra lámina de plástico en el suelo y levantaron el cuerpo de Karen. El policía se quejó porque se había manchado las manos con los sesos de la puta y se limpió en la rodilla, y luego envolvieron también el cuerpo y lo sacaron.
Cuando volvieron estaban resollando.
– Jodido Cabrón -dijo el poli. Le dio una patada al cuerpo, no muy fuerte. Y luego otra. Sonaba como si estuviera golpeando un saco de arena-. No sé qué coño habrá hecho ni quién le disparó, pero seguro que se lo merecía.
– Sí, bueno -contestó el otro. Hizo una pausa-. ¿Crees que quien lo ha hecho se ha llevado la pasta?
– Vaya, si no lo dices no se me habría ocurrido. Imbécil. -Y soltó un bufido despectivo-. ¿Te crees que me importa que la hayan diñado? A mí lo que me importa es el dinero. He registrado la caravana, y también he ido a su casa, pero no he encontrado nada. Ni siquiera una pista para saber en qué andaba metido.
– ¿Sigues pensando que tenía algún negocio por su cuenta? -preguntó.
Y entonces se volvió de espaldas a mí y no entendí qué decía, pero estoy seguro de que pronunció la palabra «Oldham».
– Tiene que haber algo -dijo el poli-. Yo sé cuánto sacaba, y tenía demasiado dinero, siempre iba con la cartera llena de billetes. No puede ser que sacara tanto con esta mierda. Me imagino que quería dejarme tirado y largarse con la pasta. Ya he buscado en todas partes, así que supongo que lo tenía escondido en la laguna de desechos.
– No lo dirás en serio -dijo el otro-. Me tomas el pelo. ¿Cómo lo vamos a encontrar ahí?
– No sé. Tiene que haber una forma de drenarla, por Dios. Ojalá no tuviéramos que sacar de aquí a este capullo. No se merece ni que lo eche al basurero.
– Pues hagámoslo de una vez -dijo el otro-. Este no es sitio para fallar.
Y debió de ser lo de fallar, porque de pronto lo reconocí. Era el Jugador, que dirigía el negocio de la venta puerta a puerta de las Enciclopedias Champion en el estado de Florida. El gurú de las enciclopedias en persona estaba en la caravana retirando los cuerpos de una gente que Melford había asesinado. Al menos, en su mayoría.
Melford me empujó. Debía de estar haciendo ruido, porque a pesar de la oscuridad, vi que me lanzaba una mirada fulminante. Procuré controlarme.
Cogieron a Cabrón y lo sacaron, y cuando volvieron respiraban a boqueadas. Se oyó el gluglú de alguien que bebía de una botella. Habían traído un cubo, bayetas, papel de cocina y una botella de jabón. No encendieron las luces, instalaron un par de linternas y se pusieron a borrar las huellas del crimen de Melford. Tardaron más de media hora en terminar.
– Es difícil asegurarlo solo con la luz de las linternas -dijo el policía-, pero creo que ya está. Por la mañana volveré y daré un repaso rápido.
– Si ese hijo de puta nos estaba jodiendo y el dinero ha desaparecido, estaremos con la mierda al cuello. B. B. se pondrá hecho una furia.
– Que se joda. Que se joda Cabrón. ¡Ay, mierda! -y esto último lo gritó como si sintiera un fuerte dolor.
– Oye, si te duele la pierna es mejor que te vea un médico. ¿Por qué lo dejas?
– Deja de hablar del jodido médico. Estoy bien.
– Yo solo digo que es mejor asegurarse. ¡Eh! Mira esto -dijo el Jugador-. El talonario de Karen.
Melford me dio un suave toquecito en la espalda. Debía de haber empezado a hacer ruido otra vez.
– ¿Crees que tenía algo en su cuenta? -preguntó el poli.
– Aquí dice que el balance es de casi tres mil. ¿Cómo puede ser que una tía fea y apestosa como esa tuviera tres mil dólares? No estaría de más que nos hiciéramos un cheque para compensar parte de las pérdidas. A lo mejor consigo que ese idiota de Pakken lo vaya a cobrar. Como no se entera, ni siquiera se pondrá nervioso, aunque tampoco creo que haya problemas si cruza la frontera del estado.
Y se fueron.
Nos quedamos en el armarito unos quince minutos más. Habían hecho una buena limpieza. Al menos a la luz del bolígrafo linterna de Melford no se veía ni rastro de la sangre. Me imagino que el FBI habría podido sacar algo. Tenían laboratorios para ese tipo de cosas. Pero para eso tienes que buscar sangre y, si no había cadáveres, ¿para qué iban a buscar sangre?
– Muy bien -dijo Melford-. Larguémonos de aquí.
Hasta que no estuvimos de nuevo en su Datsun no nos atrevimos a hablar.
– Estoy jodido -dije.
Y me sentía jodido. Me sentía como si estuviera a punto de caer al abismo. Como si hubiera caído desde el cielo y solo estuviera esperando el momento del impacto contra la tierra.
– Yo creo que no.
– ¿Ah, no? ¿Por qué no? -Mi voz empezaba a sonar chillona-. ¿Por qué no estoy jodido? Dime, ¿por qué no estoy jodido?
– Porque los tipos que tienen las pruebas que te incriminan son villanos poderosos, por eso. Y los villanos no tratan de hacer justicia, Lemuel. La evitan. No van a investigar. Ni siquiera tratarán de averiguar a quién están extendidos los cheques.
Salvo que el Jugador vería el cheque a nombre de Educational Advantage Media. Lo vería y enseguida sabría quién había estado allí. Pero ¿lo consideraría una simple coincidencia? Apenas me conocía de vista, y difícilmente podría pensar que yo tenía algo que ver con aquello. Aun así, estaba muerto de miedo. Y no me atreví a decirle nada a Melford. A lo mejor le daba por pensar que era débil por mi relación con aquellos villanos poderosos. A lo mejor le daba por matarme para salvar su pellejo.
Y había otra cosa, algo que no tenía sentido.
– No estaban casados -dije en voz alta.
– ¿Qué?
– Los dos a los que has matado. Cabrón y Karen. No estaban casados. Y no tenían hijos.
– Sí, bueno, eso te lo podía haber dicho yo.
– Pero ¿por qué me mintieron?
– No sé. Aquí está pasando algo raro. Algo mucho más importante de lo que yo pensaba.
– ¿Por qué iba un policía a esconder los cuerpos de las personas a las que tú has matado? ¿De qué estaban hablando? ¿Un negocio que Cabrón tenía por su cuenta? ¿Qué es eso? ¿Y el dinero desaparecido?