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– No sé -dijo Melford.

– ¿Y qué hay de Oldham Health? Tenían algunos tazones y otras cosas. Cabrón me dijo que no sabía qué era, pero me pareció que mentía.

Melford meneó la cabeza.

– No sé nada de eso.

Le miré. Melford también mentía. No sabría decir exactamente por qué lo sabía, pero lo sabía. Habíamos estado hablando toda la noche, pero había algo en su voz que no le había notado hasta aquel momento, una especie de tensión. Fuera lo que fuese lo que Cabrón tenía entre manos, Melford lo sabía perfectamente.

– El que estaba con el policía -dijo Melford-, ¿quién será?

No dije nada. El corazón me iba a cien y la cabeza me palpitaba. Sentí la necesidad de confesar, como si de alguna forma todo aquello fuera culpa mía, pero no dije nada.

– Seguramente será algún matón. -Melford me salvó contestando su propia pregunta-. Te diré lo que haremos. Tenemos que averiguar quién era la otra mujer.

– ¿Por qué?

– Porque si las cosas se ponen feas y deciden meter a la justicia en todo esto y el poli nos encuentra y trata de arrestarnos, tendremos algo con lo que presionar. Si tenemos algo contra ellos, quizá podamos entendernos.

– ¿Quieres averiguar quién era esa mujer para que podamos hacer chantaje al policía chiflado?

– Muy astuto, ¿a que sí?

12

Esa misma noche, un rato antes, Jim Doe se encontraba en la caravana de la policía, sin esperar nada en concreto, pero sí algo malo.

– ¿Cómo van tus gónadas?

Pakken estaba sentado delante de Doe, con los pies sobre la mesa y una mastodóntica taza de plástico llena de café de gasolinera. Ya llevaba dos o tres horas con aquello, así que el café debía de estar helado.

La pregunta no venía a cuento de nada, ya que los dos llevaban horas sin hacer nada. Pakken estaba concentrado en una de sus revistas de crucigramas, con el bolígrafo suspendido sobre las páginas. Doe estaba hojeando el Sports Illustrated, y no prestó atención a un artículo sobre los Dolphins. Seguía vestido de paisano, con vaqueros y una camiseta negra. A veces le apetecía relajarse en la caravana de la policía.

Doe sabía que Pakken acababa de encontrar una palabra difícil. Siempre que le pasaba, empezaba una conversación. Se ponía a hablar de lo que fuera y, tarde o temprano, lo sacaba a colación. «Acabo de encontrar "insustancial"», decía con orgullo infantil. En las mejores circunstancias, estas interrupciones eran de lo más molestas, pero aquel día lo eran mucho más porque el tema favorito de Pakken eran los testículos de Doe.

Fue Pakken quien lo encontró después de su desafortunada aventura con aquella puta de Miami: fue a buscarlo cuando vio que Doe no aparecía al día siguiente. Fue él quien dedujo lo que podía haber pasado, porque sabía dónde le gustaba buscar a sus chicas al jefe de policía… Para un imbécil como él, no estaba mal. Cuando lo encontró por la mañana temprano, Doe aún estaba inconsciente. Pakken se agachó a mirar por la ventanilla del coche con una sonrisa en sujeta ancha y plana, coronada por una única y espesa ceja y una cavidad craneal propia de un hombre de las cavernas. Doe agitó los párpados y dijo:

– Los huevos, me ha destrozado los huevos.

– ¿Qué ha pasado, jefe?

Tenía las pelotas hinchadas y doloridas. Le dolía hasta mover las piernas.

– Una zorra me ha atacado -musitó él.

Pakken lanzó una risotada.

– Sí, esa sí que es buena. Ella te atacó.

Doe se incorporó trabajosamente y un fuerte dolor le atravesó las pelotas, pero se mordió el labio y se apeó del coche. Y entonces le dio un tortazo a Pakken. De los fuertes.

– ¿Tú de qué coño te ríes?

Con la punta de un dedo Pakken se tocó con cautela la mejilla.

– Eh, ¿por qué has hecho eso?

– Fue una mujer que iba a toda velocidad, pedazo de idiota -dijo Doe-. Estaba poniendo en peligro su vida y la de los demás, y encima ha agredido a un policía. ¿Te parece divertido?

Pakken seguía tocándose la mejilla, que se le estaba poniendo muy roja.

– Mierda. Yo pensaba que querías que te la chupara.

Ahora, casi una semana más tarde, los dos estaban sentados en la caravana, Pakken con su café frío y Doe recostado en su silla, dando tragos de su botella de Yoo-hoo aderezado con bourbon.

Era como una especie de ritual, los dos allí, ociosamente, hablando o sin hablar, pero Doe no quería mirar la cara de idiota de Pakken. Aún tenía las pelotas hinchadas y sensibles. Aunque estaban algo mejor. Estaba casi seguro de que estaban mejor que el día antes. Con mucho cuidado se metió la mano por los pantalones; la presión sobre el escroto dolía, le dolió muchísimo, pero puede que un pelín menos que la última vez que lo había comprobado. Pakken se había reído de él. Reírse de un oficial herido en acto de servicio era una falta de respeto. ¿Qué clase de cabrón enfermo se reiría?

No, Pakken no estaba enfermo, era joven, nada más. Su tío, Floyd Pakken, era la mente prodigiosa que había detrás de Meadowbrook Grove. Y a quien se le había ocurrido el nombre, a pesar de que no tenían prado, ni arroyo ni arboledas, * porque sonaba mucho mejor que Parque de Caravanas que Huele a Mierda de Cerdo. Fue idea de Floyd convertir el parque de caravanas en un municipio independiente y bajar el límite de velocidad permitido para hacer que entrara dinero. Y lo hizo. Todos los ciudadanos tenían gas y electricidad gratis, lo cual no era poca cosa durante los sofocantes meses de verano. Tenían el agua y los servicios básicos del teléfono gratis. Celebraban tres o cuatro grandes barbacoas al año, el Carnaval en primavera, una fiesta de Halloween para los niños, y el 4 de Julio con una o dos futuras promesas del country. Eran más felices que los cerdos revolcándose en la mierda que, irónicamente, es el precio que tenían que pagar para tener todo aquello. O, para ser más exactos, el olor de los cerdos revolcándose en la mierda, ya que el municipio también incluía la granja de cerdos de los terrenos próximos de la familia de Doe.

Cada año la oficina del alcalde, que en la práctica estaba formada solo por el alcalde, redactaba un informe donde se detallaban los ingresos por infracciones de tráfico y los gastos por impuestos, servicios y salarios, y el balance siempre quedaba perfectamente nivelado. Como mucho sobraban unos pocos dólares para el ejercicio siguiente. ¿Por qué no? Nadie se fijaba en ese informe, nadie se molestaba en comprobar si todo aquello no eran más que patrañas. Pero lo eran, desde luego.

Floyd había sido muy listo al idear aquel fraude. Doe siempre había sospechado que tenía alguna otra cosa entre manos además de su más que generoso sueldo, del que todos estaban al corriente ya que había hecho tantísimo por la comunidad. Sí, lo sospechaba, y cuando Floyd murió en un accidente de coche, junto con un par de putas cubanas de catorce años, él se convirtió en el candidato perfecto para jefe de policía y alcalde. Cuando llevaba dos semanas en el cargo, después de haber revisado los registros y haber rastreado el destino del dinero, Doe no dejaba de felicitarse por el ingenio de Floyd. Dos meses después, ya se reía de él por pensar a tan pequeña escala. Todos los años Floyd desviaba veinte o treinta mil. Bravo por él. Que Dios bendijera su pequeño corazón. Tres años después, Doe sacaba el triple. Era fácil. Y la cantidad no dejaba de aumentar.

Si jugaba bien, tenía paciencia y no hacía tonterías, Doe podía desviar cien mil en un año. Cuando hubiera reunido un millón, anunciaría que quería retirarse. Se iría a las islas Caimán, donde tenía una cuenta de ciento treinta mil dólares. Se compraría una casa enorme y viviría el resto de sus días tomando daiquiris de fresa y tirándose a turistas. No estaba mal.

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* Meadowbrook Grove significa, literalmente, «bosquecillo del arroyo del prado».