– Entonces, ¿es buena persona?
Bobby se encogió de hombros.
– Seguramente. Supongo. Pero te diré una cosa. -Miró a su alrededor con aire conspirador-. Está también esa mujer que trabaja para él. Es bastante explosiva, y siempre lleva puesto el top de un biquini, pero tiene una cicatriz muy fea en el costado, como si hubiera tenido un accidente de moto o algo así. Es espantosa, pero a ella le encanta enseñarla. Dios me libre de juzgar a nadie por haber tenido mala suerte, pero… uuu. Al menos no lo vayas enseñando, ¿sabes, no?
Dije que sí, que sabía, aunque la verdad es que no sabía nada de nada.
– Vale, se acabó la cháchara. -Bobby dio una palmada con alegría y determinación-. Vamos a ver al jefe.
El Jugador estaba sentado ante el escritorio de conglomerado de su habitación comprobando algunas solicitudes de crédito. Llevaba unos chinos verdosos, camisa blanca sin corbata y mocasines marrones. Se había colocado unas gafas sobre la nariz. Le daba el aire de un contable del siglo xix, efecto que acentuaba el pelo, liso, grueso y un pelín más largo de lo normal. Solo le faltaban el alzacuellos y las patillas.
– Siéntate -dijo el Jugador. Y con un gesto de la cabeza me señaló una silla que había junto a la ventana.
Yo fui hasta allí y me senté. La silla descansaba sobre unas gruesas patas de madera y el asiento tenía una tapicería de piel tan gastada que amenazaba con reventar como una burbuja de jabón. Mi corazón latía con violencia y me temblaban las manos. Miré a mi jefe sin saber qué esperar. Seguramente tendría que haber estado pensando qué podía preguntarme, pero no podía pensar con claridad. A mi alrededor todo giraba formando remolinos grises.
– Déjanos solos -le dijo a Bobby.
– Okie. -Bobby botó sobre los pies, casi cuadrándose, y salió.
El Jugador siguió concentrado en los papeles, mirándolos por encima de las gafas. ¿Para qué las quería si no eran para leer?
– ¿Cómo te ha ido, Lem? ¿Todo bien?
– Estupendo -comenté, aunque tal como lo dije no lo parecía; sonaba como si tuviera problemas.
– Estupendo, ¿eh? Ya veremos. -Y me miró fijamente hasta que aparté la mirada-. Sabes, Bobby dice que eres un vendedor nato. Un auténtico as. Tú eres el que consiguió aquel grand slam que al final no salió, ¿verdad?
– Sí, el mismo.
– Es una pena. Quiero decir que… cuando uno hace un buen trabajo, debería tener su recompensa, ¿verdad? Un buen vendedor habría visto que aquellas personas eran unas fracasadas, pero no puedes culparte por no saber algo que solo se aprende con años de trabajo.
– Eso creo.
Yo no me había estado culpando, y no se me ocurría qué podía haber visto un vendedor más experimentado que no hubiera visto yo. Claro, Galen vivía en un lugar relativamente pobre, pero tenía una bonita camioneta, su mujer tenía algunas joyas buenas. Sus amigos también parecían prometer. No los iban a coger de extras para una serie televisiva sobre ricos californianos, pero nada hacía pensar que dependieran de la asistencia social.
– Pero me preocupa más otra cosa -dijo. Y sostuvo en alto una de las solicitudes de crédito: la de Karen. Y no es que viera su nombre desde el otro lado de la habitación. Pero sabía que era la suya-. Bobby dice que los tenías en el bolsillo y se echaron atrás con el cheque. ¿Es correcto?
– Sí.
– Eso no tendría que pasar.
– Lo sé.
– Cuando llegas tan lejos, tienes que cerrar la venta. Deberías haberla cerrado en el momento en que cruzaste la puerta. El cheque no tenía que haber sido más que un formalismo, no un motivo para perder la venta. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
Su voz se mantuvo calmada, aunque había cierta urgencia en ella, una especie de gravedad que iba en aumento. Y puede que también ira.
– Lo entiendo. Entiendo las palabras, y las ideas que hay detrás de las palabras. Todo. -Tenía la sensación de que estaba hablando demasiado, pero no sabía lo que quería aquel hombre y la lengua se me había soltado.
– Si lo entendieras -dijo el Jugador- no estaríamos teniendo esta conversación, ¿no crees? -Y me dedicó una sonrisa forzada-. Ahora quiero que me expliques lo que ha pasado. Los tenías, rellenaron la solicitud de crédito, estaban a punto de aceptar y entonces qué.
– Se echaron atrás. -Mi voz sonó un poco estridente, así que me miré las manos para ocultar la vergüenza. Y el miedo.
Aquel Jugador, el Jugador que estaba ante mí, no tenía nada que ver con el predicador que nos daba discursitos sobre lo que significa vender. No era el Jugador de las superventas. Era el Jugador que se deshacía de cadáveres en mitad de la noche.
– Se echaron atrás. Dime algo que no sepa. ¿Por qué? ¿Por qué demonios se echaron atrás?
Quizá la ira no era el enfoque más adecuado para dirigirse a un encubridor de asesinato, pero ahí estaba. Además, yo también era cómplice de asesinato, así que imaginé que aquello igualaba las cosas en el terreno de juego.
– Mire, Bobby le dijo que soy un as, y lo soy. Vendo muchos libros. Nunca se me había echado atrás ningún cliente a la hora de firmarme el cheque, y espero que no vuelva a repetirse. Pero a veces estas cosas pasan.
– Estas cosas pasan, ¿eh? Bueno, dime, ¿y si no hacemos nada y esas cosas empiezan a pasar dos veces, y luego tres…? ¿Por qué no me dices cuántas ventas tienes que perder antes de que empiece a preocuparme? ¿Cuántas? Dime.
Yo dejé la pregunta suspendida en el aire un momento.
– Más de una. -Quería apartar la mirada, pero me obligué a mirarlo fijamente. El problema lo tenía él, no yo.
– ¿Más de una? Vale. Más de una. Pero resulta que no quiero que sea más de una. Quiero que sea menos de una. Es un poco tarde para eso, lo sé, pero estaba pensando, y a lo mejor es un disparate… estaba pensando que sería mejor atajar esto para que no vuelvas a pasarte tres horas sentado en la casa de nadie, les hagas rellenar la solicitud y luego lo jodas. Eso es lo que estaba pensando, Lem. Así que, vamos, dime qué pasó.
Me mordí el labio. Aquello no era el despacho del director. No iban a llamar a mi mamá. Pero sí podían ejecutarme, como a Cabrón y a Karen. Lo había visto y sabía muy bien lo que eso significaba. Tenía que pensar algo.
Basándome en la conversación que había oído, podía esperar razonablemente que el Jugador conociera a Cabrón y a Karen, que supiera cómo eran, así que tenía que pensar una historia que sonara plausible.
– Mientras la mujer rellenaba la solicitud, el marido no dejó de meterse. Era un poco payaso, ya sabe, trataba de distraerla, la insultaba, me insultaba a mí. La mujer empezó a ponerse nerviosa. Y se puso a hablar de dinero.
– ¿Qué dinero? -preguntó el Jugador-. ¿Cuánto?
Supe que había dado en el blanco. Él y el jefe de policía buscaban dinero. Y, por lo que veía, se trataba de mucho dinero. Respiré hondo y me concentré en actuar como si no supiera de qué hablaba.
– Pues dinero, ya sabe. Y entonces, cuando llegó el momento de firmar el cheque, la mujer dijo que no quería hacerlo.
– ¿Sí? -dijo el Jugador. Se quitó las gafas y se restregó los ojos con el dorso de la mano.
Estaba seguro de que la estaba cagando.
– Así que… volví a intentarlo. Repasé todo lo que habían visto. Dije que tenían que habérmelo dicho antes si no les interesaba. Hice todo lo que nos habéis enseñado, pero la mujer seguía sin ceder. Y entonces el marido se puso furioso y pensé que no había nada que hacer.
– Eso es una idiotez -dijo él-. ¿Para qué coño iban a querer una enciclopedia?
Yo lo miré.
– No sé. ¿Para qué va a querer nadie una enciclopedia? Bueno, ya sé que son unos libros maravillosos y todo eso…