Ronny Neil se volvió hacia Scott y los dos rieron con disimulo.
– Ya te cogeremos después -dijo Ronny Neil.
En el restaurante tenían conectado el aire acondicionado y el interior estaba vibrante de energía. Había conversaciones bulliciosas, música, el chisporroteo de la parrilla, el ring de la caja registradora, el sonido de las monedas que la gente dejaba caer en la mesa como propina. Fuera el mundo era un lugar sofocante, paralizado, pegajoso. Yo temblaba ligeramente, sacudido por el impulso de luchar o huir; aunque de pronto todo aquello parecía un recuerdo lejano, como si la escenita con Ronny Neil y Scott, y luego lo de la camarera, fueran un recuerdo lejano o una historia inventada.
Aquello tendría consecuencias. Lo sabía. Sabía que mi situación se había vuelto inconcebiblemente peligrosa. Ya no se trataba de que unos niños insultaran a otro o que le tiraran desagradablemente de la oreja. Aquello era peligroso y mortífero. Podía pasar cualquier cosa en cualquier momento.
Miré al frente entrecerrando los ojos y vi que Chitra venía hacia el restaurante por el descampado. Iba con la cabeza gacha, ligeramente encorvada, y tenía tendencia a arrastrar los pies. Seguramente no podía ser menos sexy, pero su imagen me resultó de lo más enternecedora… y por tanto también terriblemente sexy. Es curioso cómo funcionan estas cosas…
Ella me vio y sonrió.
– Oh, ¿ya has comido?
Estaba convencido de que buscaba compañía y seguramente yo era tan aceptable como cualquier otro. O más, porque Melford me había dicho que le parecía majo.
– No -dije-. Hay un IHOP unos trescientos metros calle arriba. ¿Te vienes?
– ¿Y qué le pasa al Waffle House?
– ¿Lo dices en serio? -pregunté con una sonrisa forzada. No quería hablarle de Scott y Ronny Neil. No quería parecerle débil. Y no quería tener que explicarle de qué iba todo aquello. Porque yo tampoco lo sabía.
En realidad Chitra no llegó a decir que quería ir al IHOP, pero de alguna manera acabamos caminando hacia allá, pegados al arcén irregular de la calle, tratando de no meternos demasiado entre las malezas a menos que algún coche o algún camión mastodóntico pasara demasiado rápido. Cada diez pasos más o menos yo miraba disimuladamente su perfil, anguloso, oscuro y asombrosamente bonito. Ella me pilló en un par de ocasiones y me dedicó una media sonrisa; yo desvié la mirada. No sabía cómo interpretarlo, aunque tenía la sensación de que sus medias sonrisas quizá bastarían para sacarme de aquel lío.
En el restaurante se notaba un fuerte olor a jarabe de arce. Nos sentamos y observamos a la camarera mientras nos ponía delante gruesas tazas blancas de café con gotitas a los lados. Fue como si acabaran de darnos permiso para sincerarnos. Yo no sabía qué decir.
– Es la primera vez que estamos a solas desde la semana pasada -dijo ella.
Sonaba prometedor.
– Eso parece.
«Piensa algo inteligente. Algo ocurrente y seductor», me dije.
– Presenta todo tipo de oportunidades -añadí.
Ella entrecerró los ojos.
– ¿Como por ejemplo?
¿Me había excedido? ¿Había sido descarado? ¿Demasiado sugerente? Tenía que pensar algo enseguida.
– Para hablar. Vaya, no es que quiera criticar a nadie, pero tú no eres como los otros vendedores.
– Tú tampoco.
– ¿Qué quieres decir?
– Y tú, ¿qué quieres decir? -Sonrió con expresión pícara mirando su café.
Las mejillas me ardían.
– No sé, pareces más entera que los otros. Vas a entrar en una universidad de mujeres y esas cosas.
Ella me dedicó una mirada sorprendida y complacida. Acababa de marcarme un tanto gracias a la lección de sensibilización de Melford.
– Espero sentirme mejor acogida que en el mundo de la venta de enciclopedias -me dijo.
– Seguro que sí. Sabes, no te lo había preguntado, pero ¿cómo acaba alguien como tú haciendo esto?
Ella encogió los hombros, no muy cómoda tal vez con la pregunta.
– Llegó el verano y necesitaba dinero, más del que puedo ganar trabajando en la tienda.
– Sí, te entiendo perfectamente. -Yo ya le había contado que intentaba reunir dinero para pagar la universidad.
– Me gustaría poder tomarme un año de descanso como tú. Mi padre tiene una tintorería, y tuvo problemas con el mal bicho de su casero, y al final ha acabado con algunas deudas. Pero no quiere que toque el dinero de la cuenta que tengo para la universidad. Así que estoy tratando de ganar algo extra para ayudarles.
Me reí.
– Yo tengo el problema contrario. Mis padres tienen dinero pero no quieren ayudarme.
– Bueno, créeme, yo también tengo problemas con mis padres. Piensan que soy demasiado americana, no les gusta cómo me visto, ni la música que escucho, ni mis amigos, ni mi novio.
Di un sorbo a mi café como si nada y forcé una sonrisa que debió de parecer de lo más postiza. Fue como si estuviera tratando de juntar las comisuras de mi boca detrás de la cabeza.
– ¿Sí? -conseguí decir.
Sus cejas se unieron.
– En realidad es mi ex novio. Prácticamente. De todas formas, en mi familia siempre tenemos presentimientos sobre la, gente. Y mi padre tuvo un mal presentimiento con Todd. Mi novio.
– Ex novio -le corregí yo-. Prácticamente.
Ella me dedicó otra de aquellas miradas pícaras.
– Vale. Ex novio. Intenta decírselo a él. La verdad es que las cosas no van nada bien. Pero el caso es que mi padre estaba seguro de que Todd no era bueno para mí y no quiso callárselo.
– Dices que en tu familia tenéis presentimientos. ¿Tú no tuviste ningún presentimiento con Todd?
– Sí, sí lo tuve.
– Pero era un presentimiento diferente.
– No, yo también presentía que no era bueno. Pero a veces a las chicas nos gusta eso. A lo mejor -dijo- a tu manera tú tampoco eres bueno para mí.
La camarera llegó justo a tiempo para evitar que me devanara los sesos tratando de entender lo que acababa de decir. Y me puse a devanarme los sesos tratando de decidir qué iba a desayunar. Ahora que iba a ser vegetariano, no sabía qué pedir. ¿Cuándo lo había decidido? Ni siquiera lo sabía, pero la idea de comer carne me resultaba extraña y supuse que lo mejor sería abstenerme hasta que pudiera pensar las cosas con calma. Así que pedí tortitas de harina de avena para no pillarme los dedos, y le dije a la camarera que no pusieran ni leche ni mantequilla.
Chitra pidió una tortilla de queso.
– ¿Eres vegetariano? -me preguntó cuando la camarera se fue.
No sé por qué, pero el caso es que me sonrojé. Dada la conversación que habíamos tenido sobre su atracción por los hombres que no eran buenos, una categoría a la que inexplicablemente yo también pertenecía, no entendí por qué mi posible vegetarianismo le atraía. Pero era así.
– Puede, más o menos. En realidad soy bastante nuevo en esto, pero mi amigo Melford, ya le conoces, ha estado tratando de convertirme. Y cuando sabes ciertas cosas sobre el trato que reciben los animales, es difícil actuar como si no lo supieras.
– Pues entonces no me las cuentes -dijo ella-. Me gusta demasiado el pollo. -Quizá parecí decepcionado, pero ella me sonrió y se encogió de hombros-. ¿Cuánto hace que eres vegetariano?
– No mucho -dije.
– ¿Y cuánto es no mucho?
– Desde anoche.
Se rió.
– ¿Pasó algo especial o qué? No será que conociste a una bonita vegetariana, ¿verdad?
Y allí estaba yo, más nervioso imposible.
– No, nada de eso. Quiero decir que no. Nada de chicas. Solo estuve hablando con Melford, y como tiene todos esos argumentos tan convincentes…
– Melford es convincente -asintió Chitra-. No hablé con él mucho rato, pero se ve que es muy carismático. Cuando hablas con él, es como si le conocieras desde hace mucho tiempo y es fácil que te abras. Le conté algunas cosas que a lo mejor tendría que haberme callado.