Выбрать главу

Estábamos cansados por lo que habíamos hecho y lo que habíamos visto, pero yo estaba pensando en otra cosa. ¿Por qué me había dicho Melford que no sabía qué era Oldham Health Services si llevaba sabe Dios cuánto vigilándolo? ¿Qué tenía que ver aquel sitio con Cabrón?

Eran casi las once cuando Melford me dejó delante del Kwick Stop. Y hasta que no se fue, no recordé que había dicho que todo había acabado. ¿Significaba eso que no volvería a verle? ¿Se sentiría ofendido porque ni siquiera me había despedido? ¿Me importaba realmente haber herido los sentimientos del asesino?

No es que tuviera importancia. Tal vez fue por todo lo que había sucedido en aquella última jornada, pero el caso era que no creía que hubiera terminado con Melford y, desde luego, tampoco con el Jugador, Jim Doe y los demás. Cuando estuviera en mi casa, lejos de Jacksonville y los vendedores de enciclopedias, lo creería.

Fui hasta la cabina que había junto a la entrada del Kwick Stop. Era tarde para llamar, pero, sorprendentemente, Chris Denton contestó al primer tono.

– Sí -dijo-. Tengo a su hombre.

– ¿Y?

– No hay gran cosa. Es un hombre de negocios de Miami, comercia con ganado y tiene también un negocio de venta de enciclopedias. Y una casa de caridad. Eso es todo. Aparte de ese rollo de los negocios, no tiene historial delictivo, no ha sido arrestado y no ha aparecido en la prensa.

– ¿Eso es todo lo que ha encontrado?

– Y qué querías… ¿que te dijera que es un asesino en masa? No es más que otro gilipollas, como todo el mundo. Como tú.

– Esperaba algo más por mi dinero.

– Pues qué pena -dijo. Y colgó.

Me quedé allí plantado, junto al teléfono, totalmente decepcionado. No sé qué esperaba. Quizá alguna pieza que encajara, algo que me ayudara a verlo todo con perspectiva. Quizá buscaba algo que me ayudara a sentirme más seguro.

No colaba. Si B. B. Gunn era el cabecilla de algún negocio relacionado con la droga y los cerdos, bajo la fachada que fuera, debía de haber tenido algún encontronazo con la ley. Un arresto que hubiera quedado en nada, alegaciones infundadas que de alguna forma hubieran llegado a la prensa, algo. ¿Por qué no había encontrado nada el tal Denton?

Fue culpa mía. No me habría dado cuenta, pero el número de Chris Denton tenía el mismo prefijo que el número que Karen había escrito en su solicitud. El prefijo de Meadowbrook Grove. Y, según descubriría más adelante, conocía a Jim Doe.

Cuando colgué, tenía la sensación de que alguien me observaba. Levanté la cabeza y vi a Chitra. En sus ojos entrecerrados me pareció reconocer una mirada de reproche.

– Hola -dije-. ¿También te recogen aquí?

– Sí. Hoy no has estado vendiendo, ¿verdad?

– ¿Vendiendo?

– Hace un rato que estoy aquí. Te he visto bajar del coche de tu amigo. ¿Habéis ido a nadar?

– ¿Cómo?

– La chica de delante iba en biquini.

Y ahí se quedó la conversación, porque Bobby llegó con su Cordoba y Chitra desapareció en el interior de la tienda.

Ronny Neil y Scott ya estaban en el coche. Ronny Neil iba delante, susurrándole cosas en tono conspirador a Scott, que estaba en el asiento de atrás. ¿Significaba eso algo? Durante semanas, Bobby siempre me había recogido a mí primero.

Pero ¿qué importaba ya dónde se sentara cada uno? La idea era dejar aquello y no volver nunca. Tenía cosas más importantes en que pensar que si Bobby me consideraba o no su mejor vendedor. Como, por ejemplo, cómo evitaría acabar en la cárcel por asesinato o que me mataran unos traficantes de drogas.

El Cordoba se detuvo delante de la tienda y Bobby se apeó. El motor seguía en marcha, del interior me llegaba la voz de Billy Idol canturreando algo de unos ojos sin cara. A saber qué significaba. Bobby sonrió, fue a la parte de atrás y abrió el maletero con el ademán de un mago haciendo un truco. Llevaba la camisa azul medio salida y se le había derramado algo en los pantalones.

– Bueno, entonces, aparte de hacer recados para el Jugador, ¿te ha quedado tiempo para ganar dinero?

Meneé la cabeza.

– No he vendido nada.

Bobby se mordió el labio inferior.

– Te he asignado una zona muy buena, quizá te hubiera ido mejor si hubieses estado allí.

– He estado allí casi todo el día. Pero no ha funcionado.

– Sí, claro.

– No lo he hecho a propósito -dije, aunque eso era exactamente lo que había hecho.

– ¿Qué ha pasado?

Me encogí de hombros.

– No lo sé. Mala suerte.

– La mala suerte no existe, Lemmy. Cada uno se crea su propia suerte. -Bobby me miró con una seriedad que no le conocía y supe que no le interesaban mis excusas. Meneó ligeramente la cabeza, con pesar, y cerró el maletero-. Si queréis hacer las cosas a mi espalda y joderme, es asunto vuestro. Sube al coche.

Tuve que subir a la parte de atrás, con el enorme y oloroso de Scott. Cuando recogimos a Kevin, Scott no quiso ponerse en medio, así que tuve que ir embutido entre los dos, aspirando el tufo del cuerpo sin asear de Scott durante todo el camino.

Pronto pasará, me dije. Solo nos quedaba un día más en aquella zona. El lunes por la mañana Bobby pondría camino a casa, haríamos una parada para vender y el martes a las dos o las tres de la mañana estaría en casa y no tendría que volver a vender libros nunca más. Solo dos días más de vendedor y sería libre.

En la radio sonaba una canción de Genesis y traté de concentrarme en ella. Una vez leí que si te duele mucho la cabeza, puedes hacer que el dolor desaparezca concentrándote en alguna otra parte del cuerpo. Si me concentraba en la voz de Phil Collins, quizá no notara tanto el olor de Scott.

– Apuesto a que hoy no has vendido nada -dijo Ronny Neil desde el asiento de delante-. Pues yo sí. He conseguido una doble.

Aquí venía cuando Bobby le decía que callara, que en el coche no quería que comentáramos cómo nos había ido a cada uno. Pero no dijo nada. Siguió mirando la carretera.

– ¿No me vas a contestar?

Scott me clavó el codo en las costillas.

– Te están hablando -me dijo. Se rascó un punto negro de la nariz.

Yo seguía sin decir nada y decidí sentirme indignado.

– Bueno, qué, ¿has vendido o no? -me preguntó Ronny Neil-. Pensaba que tu comprensión del inglés era mejor.

– Se supone que no tenemos que hablar de eso.

– No he oído que Bobby se queje.

Dejé pasar un momento para que Bobby pudiera intervenir, pero no dijo nada.

– Se supone que no tenemos que hablar de eso -repetí.

– Joder, chico, te preocupas demasiado por lo que se supone que debes y no debes hacer. Pues yo pienso celebrarlo. Con la bonificación hoy he ganado seiscientos pavos, y pienso buscarme a una tía.

– Sí -dijo Scott.

– ¿Sí qué? -le preguntó Ronny Neil a su amigo-. ¿Sí, tu amigo se va a buscar una pava? Porque tú seguro que no. ¿Quién querría irse con un gordo seboso y que cecea como tú?

Scott se rió.

– ¿Cuánto crees que me pedirá Chitra por dejarme probar? -preguntó Ronny Neil-. ¿Tú qué dices?

– Seguro que acepta gratis -le dijo Scott-. Las indias son unas calentorras. Es por esos lunares que les pintan en la cara. Ella no tiene ninguno, pero para el caso es lo mismo.

– Cierra la boca -le dijo Ronny Neil. Pero se lo pensó mejor y añadió-: Unas calentorras. Sí. Yo también lo he oído decir.

Cuando llegamos al motel y todos nos apeamos del coche, Bobby me puso una mano en el hombro para que esperara. Vimos cómo Ronny Neil y Scott se iban, y Kevin les seguía de buen humor, tratando de participar en la conversación como si no se hubiera dado cuenta, o no le importara, que a los otros dos no les interesaba.