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– Oh, por Dios -gruñó el Jugador-. Fuera de aquí -me dijo.

– Espera -dijo B. B. -. No lo entiendo.

– Si me permiten una sugerencia sobre Scott y Ronny Neil… -empecé a decir, pero no me dio tiempo a más.

– ¡Largo! -gritó otra vez el Jugador.

Y me largué.

Desde la barandilla vi que Chitra estaba junto a la piscina, tomándose una cerveza y riendo por algo que acababa de decir Yvette, de Jacksonville. No había ni rastro de Ronny Neil ni Scott, y me daba la impresión de que ambos desaparecerían muy pronto. El Jugador no se tomaría aquello a la ligera.

El ardid de Melford había sido genial. Había desviado el peligro de mi persona concentrándolo en mi enemigo. Cierto, hubiera preferido que me avisara. Pero quizá no habría sido buena idea. Quizá Melford sabía que no estaba preparado para esa clase de engaño y que previniéndome solo habría logrado que todo pareciera falso.

Lo cual seguía sin explicar por qué se había molestado en hacerlo. ¿Para ayudarme a vengarme de Ronny Neil y Scott porque los había visto meterse conmigo? No, aquello no cuadraba.

Miré a Chitra una vez más. Deseaba ir a esa habitación con ella más que nunca. Pero primero tenía que hacer una llamada.

Volví a mi habitación, marqué el número, y me contestó la voz aburrida de la operadora del Miami Herald. Pregunté si tenían un editor de guardia. No sabía si ese cargo existía, pero por lo visto sí, porque la operadora me pasó a otra línea sin molestarse siquiera en contestarme.

Al momento, una mujer musitó su nombre con voz arrastrada y cansada. Nosequé McNosecuántos.

– No sé si usted puede ayudarme -le dije-. La llamo desde las afueras de Jacksonville y quería saber si tienen en plantilla a algún periodista que se llame Melford Kean.

Ella rió.

– Kean, ¿eh? ¿Qué problema hay?

Mi estómago empezó a dar pequeños brincos. Había encontrado algo.

– Ninguno. Solo quería saberlo.

– Kean -repitió ella-. ¿Le está molestando? Si es así dígamelo, por favor.

– No, no me ha molestado. Solo me tiene un poco confundido.

– Sí, eso se le da muy bien.

Pensé un momento. ¿Qué esperaba averiguar exactamente?

– ¿En qué asunto está trabajando?

Ella volvió a reírse.

– ¿En qué trabaja o en qué se supone que tendría que estar trabajando? Con este hombre podría ser cualquier cosa.

– Pero ¿trabaja para su periódico?

– Sí, nos guste o no, sí.

– ¿Y a usted no le gusta?

– No -dijo ella moderando el tono-. Es un chico majo. Aunque un poco raro. Pero eso no significa que no haga bien su trabajo cuando se pone. O cuando trabaja en el caso que se le asigna. O cuando respeta los plazos.

– ¿Tan malo es? -Traté de parecer comprensivo para animarla a sincerarse-. ¿Por qué no le echan?

– En estos casos es muy útil ser un niño rico y mimado. Es hijo de Houston Kean, un magnate de los negocios de la zona. El tipo posee montones de concesionarios de coches y se anuncia muchísimo en nuestro periódico. Pero muchísimo. Así que si el editor dice que hay que tener empleado al hijo del gran inversor… -Calló durante unos segundos-. Mira, es tarde y estoy un poco picajosa. Olvida todo lo que he dicho.

– Claro. No hay problema. Pero ¿podrías decirme en qué historia está trabajando?

– Supongo que sí. ¿Por qué no? Hay dos cosas. Una no puedo decirte de qué va, solo que otra periodista le dio una pista que ella no quería seguir. Es una mujer que trabaja para una de las cadenas locales de televisión, pero lo suyo son más las inauguraciones de los supermercados y las visitas de los famosos, por eso se lo pasó a él. Se trata de un curioso asunto en un parque de caravanas cerca de Jacksonville. Pero ocurrió cuando Kean ya se había ido hacia Jacksonville, y no puedo decirte más.

– ¿Y la otra historia?

– Agárrate -me dijo como si fuéramos viejos amigos-. Mascotas. Ha habido una oleada de desapariciones de mascotas en la zona y Kean ha ido a investigarlo. Mascotas. Menudo temazo para el periodismo de investigación. Lleva tres semanas trabajando en la zona y no ha escrito ni un solo párrafo. Es como si quisiera que le despidieran. No entiendo a ese hombre.

Yo sí. Le entendía porque de pronto todo empezaba a tener sentido. Bueno, todo no. Pero algunas cosas sí, y eso ya era un avance.

No había tiempo que perder. Corrí escaleras abajo y encontré a Chitra charlando con un pequeño grupo de amigos. Se la veía feliz y radiante, como si la escenita con Ronny Neil nunca hubiera sucedido. Eso no era bueno. Yo quería que tuviera miedo. La cogí de la mano.

– Ven -dije tirando de ella-. Tenemos que irnos. -Y me la llevé al edificio de recepción-. Necesito una habitación -le dije a Sameen, que pareció bastante afectado al ver que seguía cogido de la mano de Chitra.

– Sí, claro.

– Sameen, necesito que esté en la parte más alejada, la que da al aparcamiento. Tan lejos del grupo de las enciclopedias como sea posible. -Me saqué la cartera y puse tres billetes de veinte sobre el mostrador. Era la mitad del dinero que tenía, y esperaba que no me hiciera falta más adelante-. Es un secreto. ¿Lo entiende? En nuestro grupo hay un hombre que ha intentado hacer daño a esta chica esta noche. Y quiero que esté en un lugar seguro.

La expresión de su rostro cambió considerablemente. Empujó el dinero hacia mí.

– No es preciso que recurras al soborno para que yo haga lo correcto -dijo en voz baja-. Eres un buen chico.

Me sonrojé; no me sentía especialmente bueno.

– Gracias.

Cogí la llave y, todavía de la mano de Chitra, fui casi corriendo hacia la parte de atrás del motel, donde estaba la habitación. Abrí la puerta, hice entrar a Chitra y cerré con suavidad, como si tuviera miedo de alertar a alguien.

– Menuda historia -dijo Chitra. Encendió la luz y miró alrededor, como si esperara encontrar una habitación distinta a la que había ocupado hasta entonces. La habitación donde estaba toda su ropa, pensé.

Yo volví a cogerla de la mano y la besé con suavidad.

– Escucha, Chitra, están pasando muchas cosas, y no tengo tiempo para explicártelo. Debo ir a un sitio, y es un poco peligroso. No quiero que le abras la puerta a nadie. Y si mañana no he vuelto para la hora de la reunión, no esperes a que vengan a buscarte. Llama a un taxi y márchate. Ve a la estación de autobuses y vuelve a tu casa.

– ¿Qué pasa? No creo que Ronny Neil sea tan peligroso…

Meneé la cabeza.

– No se trata de Ronny Neil. Al menos no de lo que tú crees. Creo que este negocio, Educational Advantage Media, es una fachada para otra cosa. No sé exactamente el qué, pero tiene que ver con drogas, y hay gente muy poderosa implicada. Ya ha habido muertos. No confíes en ninguno de los vendedores, y menos en el Jugador. Creo que Bobby es de fiar, pero no estoy del todo seguro.

– ¿Lo dices en serio?

Asentí.

– Ojalá me equivocara.

– Deja que vaya contigo.

Solté una risotada estúpida.

– Esto no es una película, Chitra. No sé lo que voy a hacer, y no quiero llevarte conmigo para que me veas tratando de aclararme. Solo quiero que estés a salvo, nada más. Así es como puedes ayudarme.

Ella asintió.

– Vale.

– Recuerda, no esperes a que vengan a buscarte por la mañana. Si a las nueve no estoy aquí, llama a un taxi y vete.

– Bien.

– Y dame el teléfono de tu casa -dije-. Si no estoy muerto, me gustaría llamarte.

31

El periodista se había ido, convencido de que toda aquella historia era una invención. Al principio parecía reacio, pero unos cuantos cientos de dólares le habían ayudado a ver las cosas con claridad. El Jugador sabía que ese tipo de gente creía que estaba por encima de esas cosas, pero en el fondo no eran mejores que los demás.