Doe sacó unas llaves y metió una en el candado. Cuando la puerta se abrió, un golpe de calor y hedor nos saltó a la cara. Yo pestañeé, pero Doe no. Él ya estaba acostumbrado, pensé. O le daba igual.
Me empujó y siguió empujándome por los estrechos pasillos que separaban los cubículos. Yo ya había estado allí, claro, pero esta vez, bajo la escasa luz de la granja, oyendo aquellos gruñidos débiles y desesperados, sentí una compasión distinta y más aguda. Quizá me identificaba con los cerdos. Los animales reculaban a nuestro paso, y el lento movimiento de los ventiladores creaba un efecto estroboscópico sobre sus cuerpos.
Hacia la parte central de la nave, en uno de los cubículos había una silla de madera de las que podías encontrar en las viejas escuelas desde los años cincuenta o antes. Yo las había visto en mi instituto: una aberración entre plástico y metal que destacaba como un neardental entre cromañones.
Doe abrió la puerta, me hizo entrar de un empujón y echó de nuevo el cerrojo conmigo dentro. Había algo cómico en aquello. La puerta no tendría ni metro y medio de altura, no me habría costado gran cosa saltarla, pero, claro, es que era para los cerdos. Me pareció una indignidad que Doe no creyera que necesitara más barreras que los cerdos.
– Muy bien -dijo-. Parece que de momento no vas a ningún sitio, así que he pensado que podíamos tener una charla.
– Buena idea -concedí. Mi voz vaciló, pero en aquellas circunstancias me pareció que me hacía el duro bastante bien. Hasta notaba cierto placer, cierta satisfacción, al hacerme el gallito. Ahora entendía por qué la gente hacía esas cosas.
Doe me estudió un momento.
– Lo que seguramente ya sabes es que quiero saber dónde está mi dinero.
– Lo imaginaba -dije yo.
– Lo supongo. Bueno, ¿dónde está?
– No lo sé. -Meneé la cabeza.
– Lo curioso de los cerdos es que se lo comen todo. Y les encanta el sabor de la sangre. Les encanta. Y estos no comen muy bien últimamente, así que estarán hambrientos. Si te ato la pierna a la pata de esa silla y te hago un corte, se tirarán sobre ti como una manada de tiburones. Meterán sus morros en la herida, y la abrirán más y más. Y cuando quieras darte cuenta, la pierna ya no estará. Pero ellos seguirán comiendo. Son como pirañas terrestres. ¿Te has preguntado si notarías cómo los cerdos se te comen las tripas si consigues sobrevivir a lo de la pierna?
– Pues no, no lo había pensado.
– Yo sí, siempre me pregunto cómo sería verlo. Si no recupero mi dinero, a lo mejor tengo esa oportunidad.
Respiré hondo.
– Escuche, no sé qué pasa aquí. Sé que usted y el Jugador tienen algún negocio, y que seguramente Cabrón y el del traje de lino también estaban metidos…
– Pues a mí me parece que sabes bastante.
– Solo sé lo que le he dicho. Mire. Sé que Cabrón está muerto y el tipo de Corrupción en Miami también. En mi opinión, su dinero o se ha perdido o solo puede tenerlo una persona: el Jugador.
Doe reflexionó un momento.
– Ya lo había pensado, pero dice que tú le dijiste que me habías visto rondando por la caravana cuando mataron a Cabrón. Querías que él pensara que yo me había llevado el dinero, y eso significa que nos has estado engañando a los dos.
– Yo no tengo nada que ver con esto. Solo quiero salir vivo de este fin de semana. No tengo ningún interés en denunciarle ni nada por el estilo. Deje que me vaya.
Doe se rió.
– No, señor, no hasta que descubra lo que ha pasado con el dinero. Vamos, dime, ¿qué os traíais entre manos tú y Cabrón?
– Nada. No le conocía de nada hasta que llamé a su puerta la otra noche.
– No me lo creo. Había algo entre vosotros. Y has estado preguntando por él. Hasta esos idiotas de la policía del condado creen que os traíais algo entre manos. Si no hubiera convencido a uno de los vecinos de Karen para que llamara y dijera que están vivos, aún te tendrían allí.
Él había llamado. Yo pensaba que era Melford quien me había rescatado, pero era Doe.
– Uau, bueno, gracias.
– Mira, sé que le conocías y que tramabais algo. Algo relacionado con el dinero que ha desaparecido. ¿Me lo vas a contar o qué?
Fue entonces cuando comprendí que Melford estaba detrás de todo aquello. Él lo había planeado todo. Las huellas en el arma, que decía que no utilizaría. Mandarme a preguntar por Cabrón en Meadowbrook Grove para que hubiera testigos que declararan que me habían visto haciendo preguntas sobre alguien que sospechaban que estaba muerto. ¿Era posible que también hubiera dispuesto las cosas para que yo pasara vendiendo por la caravana de Karen? No, no podía ser, pero Melford era un genio. Con él todo era posible.
Había pensado que era mi amigo por querer ayudarme a recuperar el talonario, pero, siendo como era tan meticuloso, seguro que se habría deshecho de él después de matar a las víctimas. Y aquella incipiente amistad con Desiree tampoco me parecía plausible. Habían congeniado enseguida, y eso a pesar de que ella trabajaba para B. B. Gunn. No, no a pesar de, sino a causa de. Melford no dejaba de decirme que me olvidara del dinero. Ahora ya sabía por qué… porque lo tenía él. Había sido un idiota. Y toda aquella palabrería sobre el sistema de prisiones, los derechos de los animales y la ideología no era más que una pantalla de humo. ¿Por qué no le había hecho caso a Chitra? Ella se había dado cuenta enseguida, yo no.
Algo cambió en mi interior. Estaba dispuesto a comportarme dignamente ante la adversidad frente a un policía psicópata, pero no sabiendo que había sido víctima de un engaño. No permitiría que Melford se saliera con la suya. Sí, puede que Doe fuera repugnante, pero Melford era diabólico.
– Muy bien -dije-. Creo que ya lo sé. Creo que ya lo entiendo. Está ese tipo tan raro, alto y con el pelo blanco. Melford Kean. Él lo preparó todo. Él mató a Karen y a Cabrón y se llevó el dinero, y durante estos dos días ha arreglado las cosas para que parezca que fui yo. Pero fue él. Tiene que haber sido él. Mire, usted no me cae bien, y no quiero ayudarle, pero ese tipo me ha jodido, así que le ayudaré a cogerle y a recuperar su dinero. Lo único que tiene que hacer es dejar que me vaya.
– Vale, así que el tal Melford tiene la pasta -dijo Doe.
– Eso es.
– Y tú me ayudarás a encontrarle.
– Le ayudaré.
– Y cuando le encuentre, ¿recuperaré mi dinero?
– Sí. No creo que sea tan difícil de entender.
– Entender las palabras no es difícil -dijo Doe-. Pero ¿por qué iba a creerme una historia tan idiota?
– ¿Por qué no? -pregunté, casi suplicando.
Estaba convencido de que aquello podría salvarme, o al menos me permitiría ganar tiempo para que Aimee Toms acudiera al rescate o se me ocurriera alguna cosa.
– Pues, sobre todo -me explicó Doe-, porque Kean trabaja conmigo.
Y Melford salió de las sombras y se acercó, sonriendo.
– ¿De verdad te parezco raro? -me preguntó Melford-. Primero vas diciendo que soy gay y ahora dices que soy raro. Me siento ofendido.
En la penumbra de la granja, bajo los ventiladores, parecía más que raro. Tenía un aire vampírico. Su pelo destacaba, la cara se veía alargada y pálida y los ojos eran muy grandes, no como los de un niño, sino como los de un enfermo. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?
– ¿Cómo has podido hacerme esto? -exclamé.
Sentí la necesidad casi insoportable de saltar sobre él, pero el arma de Doe me contuvo.
– ¿Me pides explicaciones cuando tú mismo estabas a punto de venderme? Es un poco hipócrita, ¿no crees? Mira, cuando vi que había desaparecido dinero, acudí a Jim y desde ayer lo hemos estado buscando. Y el caso es que nuestras pesquisas nos han traído hasta ti. Al principio pensaba que estabas limpio, pero todo apunta a que me engañaste y cogiste el dinero de la caravana. Será mejor que empieces a hablar.