– No se lo he contado a nadie.
– ¿Por qué no habla con su marido?
– No quiero que piense que soy desgraciada en Francia -no añadí que Rick podía sentirse inseguro por la relación del sueño con el acto sexual.
– ¿Es desgraciada?
– Sí -dije, mirándole a los ojos. Fue un descanso decirlo.
Asintió con un gesto de cabeza.
– ¿Y en qué consiste esa pesadilla? Descríbamela.
Miré hacia el río.
– Sólo recuerdo trozos. No es una historia completa. Hay una voz…, no, dos; una habla en francés, la otra llora, un llanto de verdad histérico. Todo ello en medio de la niebla, como si el aire fuese muy denso, como agua. Y al final el ruido sordo de un golpe, como una puerta que se cierra. Y sobre todo está el azul por todas partes. En todos los sitios. No sé qué es lo que me asusta tanto, pero cada vez que tengo ese sueño quiero volverme a Estados Unidos. Me asusta más el ambiente que lo que sucede. Y el hecho de que se repite, de que no me lo quito de encima, como si fuese a seguir conmigo toda la vida. Eso es lo peor de todo -guardé silencio. No me había dado cuenta de las ganas que tenía de contárselo a alguien.
– ¿Quiere volver a Estados Unidos?
– A veces. Luego me da mucha rabia que me asuste un sueño.
– ¿Qué aspecto tiene el azul? ¿Como ése? -señaló un cartel para anunciar unos helados que se vendían en el bar. Negué con la cabeza.
– No, demasiado brillante. Quiero decir que el azul del sueño es fuerte. Muy intenso. Pero es brillante y sin embargo también oscuro. No conozco los términos técnicos para describirlo. Refleja muchísimo la luz. Es muy hermoso pero en el sueño me entristece. También me llena de júbilo. Es como si tuviera dos facetas. Y resulta curioso que me acuerde del color. Siempre creí que soñaba en blanco y negro.
– ¿Y las voces? ¿Quiénes son?
– No lo sé. A veces es mi voz. A veces me despierto y era yo quien decía las palabras. Casi las oigo, como si acabaran de apagarse sus ecos en la habitación.
– ¿Qué palabras son ésas? ¿Qué es lo que dice?
Pensé unos momentos, luego negué con la cabeza.
– No lo recuerdo.
Me miró fijamente.
– Inténtelo. Cierre los ojos.
Hice lo que me decía y permanecí inmóvil todo el tiempo que pude, con Jean-Paul en silencio a mi lado. Precisamente cuando estaba a punto de renunciar, un fragmento se me pasó por la cabeza.
– Je suis un pot cassé -dije de repente.
Abrí los ojos.
– ¿«Soy una olla rota»? ¿De dónde ha salido eso?
Jean-Paul pareció sorprendido
– ¿No recuerda nada más?
Cerré los ojos otra vez.
– Tu es ma tour et forteresse -murmuré por fin.
Abrí los ojos. El rostro de Jean-Paul presentaba arrugas de concentración y parecía haberse ido muy lejos. Me di cuenta de que su cerebro trabajaba, de que recorría la vasta llanura de la memoria, de que escudriñaba y rechazaba, hasta que algo hizo clic y regresó a mi lado. Fijó la mirada en el anuncio de los helados y empezó a recitar:
Entre tous ceux-là qui me haient
Mes voisins j 'aperçois
Avoir honte de moi:
Il semble que mes amis aient
Horreur de ma rencontre,
Quand dehors je me montre.
Je suis hors de leur souvenance,
Ainsi qu un trespassé.
Je suis un pot casse [1]
Mientras Jean-Paul hablaba yo, sentía una opresión en la garganta y detrás de los ojos una pena muy honda. Me agarré con fuerza a los brazos del asiento, apretando mucho el cuerpo contra el respaldo como para apuntalarme. Cuando Jean-Paul terminó, tuve que tragar Para aligerarme 1a garganta.
– ¿Qué es? -pregunté en voz baja.
– El salmo treinta y uno.
Fruncí el ceño.
– ¿Un salmo? ¿De la Biblia?
– Sí.
– ¿Cómo es posible que lo conozca? ¡No se ningún salmo! No los sé en inglés y mucho menos en francés. Pero esas palabras me resultan muy familiares. Debo de haberlas oído en algún sitio. ¿Cómo es que usted las sabe?
– La Iglesia. Cuando era pequeño teníamos que aprendernos muchos salmos de memoria. Pero también tuve que estudiarlos en cierta época.
– ¿Estudió salmos para hacerse bibliotecario?
– No, no; antes de eso, cuando me dedicaba a la historia. La historia del Languedoc. Ésa es mi verdadera especialidad.
– ¿Qué es el Languedoc?
– Toda la zona en la que estamos. Desde Toulouse y los Pirineos hasta el Ródano -sobre el mapa de la servilleta dibujó otro círculo que abarcaba la región de las Cevenas y buena parte del cuello y el morro de la vaca-. Se le puso ese nombre por la lengua que se hablaba aquí en otro tiempo. Oc era su palabra para decir oui. Langue d'Oc.
– ¿Qué tiene que ver el salmo con el Languedoc? Vaciló un instante.
– Sí, no deja de ser curioso. Es un salmo que recitaban los hugonotes cuando les iban mal las cosas.
Aquella noche, después de cenar, le conté por fin el sueño a Rick, y le describí, con la mayor exactitud que pude, el azul, las voces, el ambiente. También me callé algunas cosas. No le dije que había hablado de todo ello con Jean-Paul, que las palabras pertenecían a un salmo, y que sólo soñaba con el azul después de hacer el amor. Como tuve que revisar y escoger lo que le decía, el proceso fue menos espontáneo y mucho menos terapéutico que en el caso de Jean-Paul, cuando todo había brotado de manera involuntaria y con la mayor naturalidad. Ahora que lo contaba más para beneficio de Rick que para el mío propio, descubrí que tenía que darle más forma de relato, por lo que empezó a distanciarse de mí y a adquirir su propia vida imaginaria.
Rick también se lo tomó así. Quizá fuera la forma en que yo lo contaba, pero lo escuchó como si al mismo tiempo estuviera prestando atención a otra cosa, una radio de fondo o una conversación en la calle. No me hizo ninguna pregunta al estilo de las de Jean-Paul.
– Rick, ¿me estás escuchando? -acabé por preguntarle, tirándole de la coleta.
– Claro que sí. Has tenido pesadillas. Acerca del color azul.
– Sólo quería que lo supieras. Es el motivo de que haya estado tan cansada últimamente.
– Deberías despertarme cuando las tengas.
– Es verdad -pero me daba cuenta de que no lo haría. En California lo habría despertado la primera vez sin esperar a más. Algo había cambiado; dado que Rick parecía el mismo de siempre, tenía que ser yo.
– ¿Qué tal van tus estudios?
Me encogí de hombros, irritada al ver que cambiaba de tema.
– Bien. No. Terrible. No. A veces me pregunto cómo va a ser posible que atienda partos en francés. No pude decir la palabra justa cuando el bebé se estaba ahogando. Si ni siquiera soy capaz de hacer eso, ¿cómo voy a asistir a una mujer durante el parto?
– Pero en Estados Unidos atendías a las hispanas sin problemas.
Aquello era diferente. Quizá no supieran inglés, pero tampoco esperaban que yo hablase español. Y aquí todo el equipo hospitalario, todos los medicamentos y las dosificaciones, todo está en francés.
Rick se inclinó hacia adelante, los codos bien anclados en la mesa, el plato a un lado.
– Oye, Ella, ¿qué ha sido de tu optimismo? ¿No irás a comportarte como si fueras francesa, verdad? Ya tengo bastante de eso en el trabajo.
Aunque sabía que acababa de mostrarme crítica con el pesimismo de Jean-Paul, procedí a repetir sus palabras.
– Sólo trato de ser realista.
– Sí, claro. Eso también lo he oído en el trabajo.
Abrí la boca para darle una réplica cortante, pero no lo hice. Era cierto que me sentía menos optimista; quizá estaba asimilando la actitud cínica de los franceses que me rodeaban. Rick daba un giro positivo a todo; era su actitud positiva lo que le había llevado al éxito. El porqué de que la empresa francesa lo hubiera llamado; la razón de que estuviéramos allí. Cerré la boca, tragándome el pesimismo.