Al final no tuve que decidir. Calle arriba desde la estación de tren de Lisle me tropecé con Jean-Paul, camino de su casa de vuelta del trabajo. Me hizo una inclinación de cabeza y dijo «Bonsoir»; sin poder pararme a pensarlo se me escapó:
– Tiene usted los libros que he estado buscando toda la tarde. ¿Por qué ha hecho eso? Le pedí que no se ocupara de Tournier, ¡pero lo está haciendo de todos modos!
Su expresión fue casi de aburrimiento,
– ¿Quién ha dicho que esté haciendo esa investigación para usted, Ella Tournier? Se me despertó la curiosidad, así que decidí informarme. Si quiere los libros, podrá verlos mañana en la biblioteca.
Me apoyé en una pared y me crucé de brazos.
– Muy bien, de acuerdo. Usted gana. Dígame lo que ha averiguado. Dese prisa y acabe cuanto antes.
– ¿Está segura de que no quiere ver los libros?
– Cuéntemelo.
Encendió un pitillo, aspiró el humo y lo expulsó hacia el suelo.
– De acuerdo. Quizá haya descubierto ya que apenas hubo información sobre Nicolas Tournier durante mucho tiempo. Pero en 1951 se encontró el acta de bautismo de julio de 1590 en una iglesia protestante de Montbéliard. Su padre era André Tournier, pintor de Besançon, que no está lejos de Montbéliard. Su abuelo se llamaba Claude Tournier. El padre, André, llegó a Montbéliard en 1572 por problemas religiosos, quizá a causa de la Noche de San Bartolomé. El pintor de usted, Nicolas, era uno de varios hermanos. Se le menciona en Roma entre 1619 y 1626. Luego aparece en Carcasona en 1627, y en Toulouse en 1632. Durante mucho tiempo se creyó que había muerto ya avanzado el siglo XVII después de 1657. Pero en 1974 se encontró su testamento, con fecha de treinta de diciembre de 1638. Es probable que muriera poco después.
Examiné el suelo y me quedé quieta durante tanto tiempo que Jean-Paul se impacientó y tiró el pitillo. Finalmente hablé.
– Dígame, ¿se bautizaba entonces muy poco después del parto?
– De ordinario, sí, aunque no siempre.
– De manera que es posible que se retrasara por alguna razón, ¿no es cierto? La fecha de bautismo no indica necesariamente la fecha de nacimiento. Nicolas Tournier podría haber tenido un mes o dos años o incluso diez cuando lo bautizaron. No tenemos ninguna seguridad. Quizá fuera incluso una persona adulta!
– Es poco probable.
– Poco probable, pero posible. Lo que digo es que la fuente no nos lo dice con exactitud. Y el testamento tiene la fecha que usted menciona, pero eso no significa que sepamos cuándo murió. No lo sabemos, ¿no es cierto? Pudo morirse diez años después de hacerlo.
– Ella, estaba enfermo, hizo testamento, se murió. Eso es lo que pasa de ordinario.
– Sí, pero no lo sabemos con seguridad. No sabemos exactamente cuándo nació ni cuándo murió. Esos registros no prueban nada. Todos los datos básicos sobre su vida siguen llenos de interrogantes -hice una pausa para suprimir la histeria que estaba a punto de aparecerme en la voz.
Jean-Paul se recostó en la pared y se cruzó de brazos.
– Sencillamente no quiere usted oír que el padre de este pintor era André Tournier y no uno de los antepasados de usted. Que no era ni Etienne ni Jean. Y que no procedía ni de las Cevenas ni de Moutier. No es pariente suyo.
– Vamos a mirarlo de otra manera -continué más calmada-. Hasta no hace mucho, hasta los años cincuenta, no se sabía nada de él. Todos los datos sobre su vida estaban equivocados, a excepción de su apellido y de la ciudad en la que murió. El resto no era verdad: nombre de pila, fechas de nacimiento y muerte, dónde había venido al mundo, al tiempo que algunos de sus cuadros resultaron ser de otros pintores. Sin embargo, toda esa información falsa se publicó. Lo vi en la biblioteca. Si no hubiera descubierto que había fuentes más recientes, habría dado por buenas esas mentiras. ¡Lo llamaría incluso por un nombre de pila que no es el suyo! Incluso ahora los historiadores del arte discuten sobre cuáles son de verdad sus cuadros. Si ni siquiera están seguros sobre la información más básica, si todo ha de basarse en aproximaciones, y bautismo equivale a nacimiento y testamento a muerte, vaya todo eso no es más que malabarismo. No hay nada concreto, así que no estoy obligada a creerlo. Lo que sí me parece cierto es que su apellido es mi apellido, que trabajó a menos de cincuenta kilómetros de donde vivo y que pintó el mismo azul con el que sueño todo el tiempo. Eso sí que es cierto.
– No, eso es una coincidencia. Se está dejando seducir por las coincidencias.
– Y usted por suposiciones.
– El que usted viva cerca de Toulouse y él trabajara en Toulouse no significa que sean ustedes parientes. Y el apellido Tournier no es tan poco frecuente. Y en cuanto a que haya soñado con su azul, bueno, se trata de un azul fácil de recordar en un sueño porque es un color muy intenso. Sería más difícil recordar un azul más oscuro, ¿no es cierto?
– Dígame, ¿por qué se empeña tanto en demostrar que no es pariente mío?
– Porque basa usted todo su argumento en coincidencias e intuiciones y no en pruebas concretas. Está deslumbrada por un cuadro, un determinado azul, y por eso y por el apellido del pintor decide que es antepasado suyo. No. No soy yo quien tiene que convencerla de que Nicolas Tournier no es pariente suyo; es usted quien tiene que convencerme de lo contrario.
Tengo que hacerlo callar, pensé Dentro de poco habré perdido toda esperanza.
Quizá mi cara reflejó lo que estaba pensando, porque cuando Jean-Paul volvió a hablar su tono fue más amable.
– Creo que ese tal Nicolas Tournier no le va a ser de ayuda. Creo que quizá sea, ¿cómo lo dicen ustedes?, una huella falsa.
– ¿Cómo? -me eché a reír-. Quiere decir una pista falsa. Puede que tenga razón -hice una pausa-. Pero lo cierto es que el tal Nicolas ha tomado el poder. Ni siquiera recuerdo lo que tenía intención de hacer sobre este asunto de mis antepasados antes de que apareciera.
– Se había propuesto encontrar a sus parientes de las Cevenas, tanto tiempo perdidos.
– Puede que todavía lo haga -la cara que puso me hizo reír-. Sí que lo voy a hacer. ¿Sabe? Toda su argumentación sólo me da más ganas de demostrar lo equivocado que está. Quiero encontrar pruebas; sí, pruebas concretas que hasta usted tenga que aceptar, sobre mis antepasados «tanto tiempo perdidos». Sólo para hacerle ver que los presentimientos no siempre se equivocan.
Nos quedamos los dos callados. Pasé a apoyarme en la otra pierna; Jean-Paul entornó los ojos para evitar el sol del atardecer. Tuve clara conciencia de que estábamos los dos en una callecita francesa. Separados sólo por medio metro de aire, pensé. Podría…
– ¿Y su sueño? -preguntó-. ¿Todavía se repite?
– No, no. Parece haber desaparecido.
– Entonces, ¿quiere que llame al archivo de Mende y les diga que va a ir?
– ¡No! -mi grito hizo que los peatones volvieran la cabeza-. Eso es exactamente lo que no quiero que haga -susurré-. No intervenga a no ser que pida su ayuda, ¿de acuerdo? Si necesito ayuda se la pediré.
Jean-Paul alzó los brazos como si lo apuntara con una pistola.
– Perfecto, Ella Tournier. Trazamos una línea aquí y yo me quedo en mi lado, ¿no es eso? -dio un paso atrás a partir de la línea imaginaria y la distancia entre nosotros aumentó.
La noche siguiente, mientras cenábamos en el patio, le conté a Rick que quería ir a las Cevenas para ver los registros de la familia.
– ¿Te acuerdas de que escribí a Jacob Tournier en Suiza? -le expliqué-En su respuesta me contaba que los Tournier eran originariamente de las Cevenas. O al menos eso parece lo más probable -sonreí para mis adentros. Estaba aprendiendo a relativizar mis afirmaciones-. Quiero echar una ojeada.