– Sí.
– ¿Qué pasó?
– Era una… relación difícil -Rhyme sacudió la cabeza con pena-. Yo estaba casado, ella estaba casada, evidentemente, no entre nosotros.
– ¿Hijos?
– Ella tenía una hija.
– De manera que rompisteis…
– No hubiera funcionado, Sachs. Oh, Blaine y yo estábamos destinados a divorciarnos, o a matarnos mutuamente. Pero era sólo cuestión de tiempo. Pero Claire… estaba preocupada por su hija, tenía miedo de que su marido se quedara con la niña si se divorciaban. Ella no le quería, pero era un buen hombre. Quería mucho a la niña.
– ¿La conoces?
– ¿A la hija? Sí.
– ¿La ves de vez en cuando? ¿A Claire?
– No. Eso pertenece al pasado. Ya no está en la policía.
– ¿Rompiste después de tu accidente?
– No, no, antes.
– Ella sabe lo que te pasó, ¿verdad?
– No -dijo Rhyme después de vacilar un instante.
– ¿Por qué no se lo dijiste?
Una pausa.
– Hubo razones… Qué curioso que saques el tema ahora. No he pensado en ella en años.
Esbozó una sonrisa, y Sachs sintió un dolor que la recorrió por entero, un dolor verdadero como el provocado por el golpe que le dejó un moratón con la forma del estado de Missouri. Porque lo que Rhyme estaba diciendo era mentira. Oh, él había estado pensando en esa mujer. Sachs no creía en la intuición femenina, pero sí en la intuición de un policía; había patrullado las calles demasiado tiempo como para desechar ideas perspicaces como ésta. Sabía que Rhyme había estado pensando en la señora Trilling.
Sus sentimientos eran ridículos, por supuesto. No tenía paciencia con los celos. No se había sentido celosa del trabajo de Nick, que era un agente secreto y pasaba semanas en la calle. No se había sentido celosa de las prostitutas y muñecas rubias con las que Nick bebía en sus misiones.
¿Y más allá de los celos, qué podía esperar Sachs que sucediera con Rhyme? Le había hablado de él a su madre muchas veces. Y la cautelosa anciana solía decir algo como: «Está muy bien que seas amable con un inválido».
Lo que resumía en pocas palabras todo lo que su relación podía ser. Todo lo que debía ser.
Resultaba más que ridículo.
Pero estaba celosa. Y no de Claire.
Estaba celosa de Percey Clay.
Sachs no podía olvidar el aspecto que tenían juntos cuando los vio sentados uno al lado del otro en aquel mismo cuarto, por la mañana.
Más whisky. Pensó en las noches que ella y Rhyme habían pasado allí, hablando de los casos, bebiendo aquel licor tan bueno.
Oh, fantástico. Ahora me vuelvo sensiblera. Este sí que es un sentimiento maduro. Quiero hacer algo para que desaparezca.
Pero por el contrario le ofreció a ese sentimiento un poco más de licor.
Percey no era una mujer atractiva, pero eso no significaba nada; Sachs había tardado una semana en Chantelle, la agencia de modelos de Madison Avenue donde trabajó varios años, en comprender la falacia de la belleza. A los hombres les gusta mirar a las mujeres espléndidas, pero no hay nada que les intimide más.
– ¿Quieres otro trago?
– No.
Sin pensar, Sachs se reclinó y apoyó la cabeza en la almohada de Rhyme. Es curioso cómo nos adaptamos a las cosas, pensó. Rhyme no podía, por supuesto, acercarla a su pecho y pasarle un brazo alrededor. Pero el gesto equivalente consistía en ladear la cabeza y acercarla así a la de ella. De esta forma se habían dormido varias veces.
Sin embargo, aquella noche ella percibía una rigidez, una cautela.
Sintió que lo estaba perdiendo. Y todo lo que podía hacer era tratar de estar más cerca. Tan cerca como fuera posible.
Una vez Sachs confió a su amiga Amy, la madre de su ahijada, cuales eran sus sentimientos respecto a Rhyme. La chica se sintió intrigada por la índole de la atracción y reflexionó: «Quizá sea eso, sabes, el que no puede moverse. Es un hombre pero no tiene ningún control sobre ti. Quizá en eso resida su atractivo sexual».
Pero Sachs sabía que era justo lo contrario. El atractivo sexual residía en que era un hombre con un completo control, a pesar de que no se podía mover.
Fragmentos de sus palabras pasaron flotando mientras él hablaba de Claire y luego del Bailarín. Ella echó la cabeza hacia atrás y miró sus finos labios.
Sus manos empezaron a moverse.
Rhyme no podía sentir nada pero podía ver sus dedos perfectos, con sus dañadas uñas, que se deslizaban por su pecho y luego hacia abajo por su suave cuerpo. Thom le obligaba a realizar una selección de ejercicios físicos pasivos y a pesar de que Rhyme no era musculoso tenía el cuerpo de un joven. Era como si su proceso de envejecimiento se hubiera detenido el día del accidente.
– ¿Sachs?
Su mano descendió más.
Ahora su respiración se hizo más agitada. Retiró la sábana. Thom había vestido a Rhyme con una camiseta. Sachs la levantó y le acarició el pecho. Luego se quitó su propia camiseta, se desabrochó el sostén y apretó su piel acalorada contra la piel pálida de él. Suponía que estaría fría, pero no era así. Estaba más caliente que la de ella. Se frotó con más fuerza.
Lo besó una vez en la mejilla, luego en la comisura de la boca, luego directamente en los labios.
– Sachs, no… Escúchame. No.
Nunca se lo contó a Rhyme, pero hacía unos meses había comprado un libro llamado El Amante Minusválido. Se sorprendió al leer que hasta los tetrapléjicos pueden hacer el amor y engendrar hijos. El desconcertante órgano masculino literalmente tiene una mente propia, y la sección de la médula espinal sólo elimina un tipo de estímulo. Los hombres discapacitados podían mantener erecciones perfectamente normales. Es cierto que no percibiría sensaciones, pero, para ella, la culminación física era sólo una parte del acontecimiento, a menudo una parte menor. Era la intimidad lo que contaba, una emoción que ni siquiera un millón de orgasmos fingidos en las películas podía remedar. Sospechó que Rhyme podía pensar igual que ella.
Lo besó de nuevo. Más intensamente.
Después de un momento de vacilación, él le contestó el beso. No la sorprendió que lo hiciera muy bien. Después de sus ojos oscuros, fueron sus labios perfectos la primera cosa que le había atraído de él.
Entonces Rhyme retiró la cara.
– No, Sachs, no…
– Shh, tranquilo…
Puso sus manos debajo de la manta y empezó a frotar y acariciar.
– Es sólo que…
¿Qué era que? Se preguntó Sachs. ¿Que las cosas podrían no funcionar?
Pero las cosas funcionaban muy bien. Ella notó que su miembro se iba endureciendo bajo sus caricias y que respondía mejor que algunos de los amantes más viriles que había tenido.
Se deslizó encima de él y apartó con los pies las sábanas y la manta, se inclinó y lo besó de nuevo. Oh, como quería estar así, cara a cara, tan cerca como pudiera. Hacerle comprender que lo consideraba su hombre perfecto. Integro en su estado.
Se soltó el cabello y dejó que cayera sobre él. Se inclinó y lo besó de nuevo.
Rhyme respondió a su beso. Juntaron sus labios durante lo que pareció un minuto interminable.
Luego, de repente, Rhyme sacudió la cabeza, con tanta violencia que ella pensó que podía tener un ataque de disrreflexia.
– ¡No! -murmuró.
Sachs esperaba que dijera Oh, no es una buena idea… con un tono juguetón, apasionado, o, en el peor de los casos, algo mariposón. Pero Rhyme sonó débil. El hueco sonido de su voz le llegó al alma. Se retiró y apretó una almohada contra sus pechos.
– No, Amelia. Lo siento. No.
La cara de Sachs ardía de vergüenza. Todo lo que pudo pensar fue en las veces en que había salido con algún amigo y de repente se había quedado horrorizada al sentir que empezaba a toquetearla como un adolescente. Su voz había manifestado la misma consternación que ahora sentía en la de Rhyme.
De manera que eso era todo lo que ella era para él, comprendió al fin.