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La puerta bloqueada, la ventana abierta y la cortina ondeando… una forma de darle una bienvenida de mierda. Y el callejón: una zona perfecta de muerte.

Lo único que le había salvado era su instinto.

Lincoln el Gusano le había tendido una trampa.

¿Quién diablos es?

Hervía de rabia. Una ola de calor envolvió su cuerpo. Si lo estaban esperando, seguirían los procedimientos de las fuerzas de Investigación y Vigilancia (S &S). Lo que significaba que el policía que aquel tipejo había visto estaría pronto de regreso para examinar el cuarto. Stephen giró y se enfrentó al hombre.

– ¿Cuándo fue la última vez que estuvo el poli aquí?

Los ojos aprensivos del hombre parpadearon y luego se abrieron con temor.

– Contéstame -le espetó Stephen, a pesar del agujero negro del Colt que le apuntaba.

– Hace diez minutos.

– ¿Qué clase de arma tiene?

– No lo sé. Me parece que una muy sofisticada. Como una ametralladora.

– ¿Quién eres tú? -le preguntó Stephen.

– No tengo que contestar tus malditas preguntas -dijo el hombre, desafiante. Se limpió la mocosa nariz con la manga. Y cometió el error de hacerlo con el brazo que sostenía el arma. En un segundo Stephen se la quitó y tiró el hombre al suelo.

– ¡No! No me hagas daño.

– Cállate -ladró Stephen. Instintivamente abrió el pequeño Colt para ver cuantas balas había en el tambor. No había ninguna-. ¿Está vacío? -preguntó incrédulo.

El hombre se encogió de hombros.

– Yo…

– ¿Me amenazabas con un arma descargada?

– Bueno… verás, si te capturan y no está cargada, no te encarcelan por mucho tiempo.

Stephen no entendía nada. Pensó que podía limitarse a matarle por la estupidez de llevar un arma descargada.

– ¿Qué haces aquí?

– Vete y déjame en paz -gimoteó el hombre, esforzándose por ponerse de pie.

Stephen dejó caer el Colt en su bolsillo, luego cogió su Beretta y la apoyó en la cabeza del hombre.

– ¿Qué haces aquí?

Él se enjugó de nuevo la cara.

– Arriba hay unas consultas de médicos. Y no hay nadie por aquí los domingos de manera que busco, ya sabes, muestras.

– ¿Muestras?

– Los médicos tienen todas esas muestras gratis de drogas y porquerías y no hay registros, de manera que puedo robar todas las que quiera y nadie lo sabe. Percodan, Fiorinol, pildoras dietéticas, cosas como esas.

Pero Stephen no lo escuchaba. Sentía nuevamente el escalofrío del Gusano. Lincoln estaba muy cerca.

– Oye, ¿estás bien? -le preguntó el hombre, mirando la cara de Stephen.

Curiosamente, los gusanos desaparecieron.

– ¿Cómo te llamas? -le preguntó Stephen.

– Jodie. Bueno, Joe D'Oforio. Pero todos me llaman Jodie. ¿Cómo te llamas tú?

Stephen no contestó. Miró por la ventana. Otra sombra se movió en la parte superior del edificio, detrás de la casa de seguridad.

– Bien, Jodie. Escucha. ¿Quieres ganar algún dinero?

* * *

– ¿Bueno? -preguntó Rhyme con impaciencia-. ¿Qué pasa?

– Todavía está en el edificio en la zona este de la casa de seguridad. Aún no ha salido al callejón -le informó Sellitto.

– ¿Por qué no? Tiene que hacerlo. No hay razón para que no lo haga. ¿Cuál es el problema?

– Están examinando todas las plantas. No está en la oficina por donde pensamos que entraría.

La que tenía la ventana abierta. ¡Maldita sea! Rhyme había considerado cuidadosamente si dejarla abierta, con una cortina que entrara y saliera, tentándolo. Pero resultó demasiado obvio. El Bailarín había sospechado.

– ¿Todos están listos y armados? -preguntó Rhyme.

– Por supuesto. Relájate.

Pero no podía hacerlo. Rhyme no tenía la exacta certeza de cómo accedería el Bailarín a la casa de seguridad. Estaba seguro, sin embargo, de que lo intentaría por el callejón. Tuvo la esperanza de que las bolsas de basura y los contenedores lo impulsaran a pensar que tenía bastantes escondites como para acercarse por esa dirección. Los agentes de Dellray y los grupos 32E de Haumann vigilaban el callejón, desde el propio edificio de oficinas y desde los edificios que rodeaban la casa de seguridad. Sachs estaba con Haumann, Sellitto y Dellray en una falsa furgoneta UPS aparcada a una manzana de la casa.

Rhyme había sido temporalmente engañado por la treta de la supuesta bomba en el camión cisterna. Que el Bailarín olvidara una herramienta en una escena de crimen era improbable, pero de alguna manera creíble. Pero luego Rhyme empezó a sospechar gracias a la cantidad de residuos de mecha detonadora encontrada en el corta alambres. Sugería que el Bailarín había untado el filo con explosivo para asegurarse de que la policía pensara que intentaría un ataque con una bomba contra la comisaría. Rhyme decidió que no, que el Bailarín no se estaba distrayendo, como él y Sachs habían pensado al principio. Dejarse ver cuando examinaba la pretendida vía de ataque y luego dejar vivo a un guardia de manera que el hombre pudiera llamar a la policía y contarles el robo del camión, habían sido cosas que el Bailarín hizo intencionadamente.

El peso final que inclinó la balanza, sin embargo, fue la prueba física. El amonio ligado a fibra de papel. Había sólo dos orígenes posibles de esa combinación: las viejas heliografías arquitectónicas y los mapas catastrales, que se reproducen en fotocopiadoras para grandes pliegos con amonio. Rhyme hizo que Sellitto llamara a la Central y preguntara sobre robos en firmas de arquitectos o en oficinas inmobiliarias del condado. Le contestaron que había habido un robo en el Registro Municipal. Rhyme les pidió que buscaran los planos de la calle Treinta y cinco, y los sorprendidos agentes informaron que sí, que faltaban esos planos.

Sin embargo, seguía siendo un misterio la forma en que el Bailarín llegó a saber que Percey y Brit estaban en la casa de seguridad y cuál era la dirección de ésta.

Cinco minutos antes, dos oficiales ESU habían encontrado una ventana rota en la primera planta del edificio de oficinas. El Bailarín había evitado la puerta principal abierta, pero, sin embargo, todavía pensaba en acceder a la casa a través del callejón. No obstante, algo le había asustado. Andaba por el edificio y no tenían idea de por dónde. Una víbora venenosa en un cuarto oscuro. ¿Dónde estaba, qué planeaba?

Demasiadas formas de morir…

– No puede esperar -murmuró Rhyme-. Es demasiado arriesgado.

Se estaba poniendo frenético.

– Nada en la primera planta -informó un agente-. Seguimos haciendo las rondas.

Pasaron cinco minutos. Los guardias se iban llamando y daban informes negativos, pero todo lo que Rhyme podía oír eran los ruidos de electricidad estática de sus auriculares.

– ¿Quién no querría dinero? -contestó Jodie-. Pero no sé qué tengo que hacer.

– Ayúdame a salir de aquí.

– Quiero decir, ¿qué haces aquí? ¿Te están buscando?

Stephen miró de arriba abajo al hombrecillo triste. Un perdedor, pero no un loco ni un estúpido. Stephen decidió que por razones tácticas era mejor ser sincero. De todas formas, el hombre estaría muerto en unas horas.

– Vine aquí a matar a alguien -dijo.

– ¡Vaya! ¿Quieres decir que estás en la Mafia o algo así? ¿A quién vas a matar?

– Jodie, cálmate. Estamos en una situación difícil.

– ¿Nosotros? Yo no he hecho nada.

– Salvo que estás en el lugar equivocado en el momento equivocado -dijo Stephen-. Y es una lástima, pero estás en la misma situación que yo: me buscan y no creerán que no estás conmigo. Bien, ¿me ayudas o no? Sólo tengo tiempo para un sí o un no.

Jodie trató de no parecer asustado, pero sus ojos lo traicionaron.