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– Esto es un desastre, Rhyme -dijo Sachs-. No voy a poder estudiar nada.

– Oh, la escena nos dirá más de lo que crees, Sachs. Nos dirá muchas cosas.

Bueno. Si alguien podía hallar alguna pista en aquel decorado macabro, ése era Rhyme; Sachs sabía que él y Mel Cooper eran miembros veteranos de la Asociación Internacional de Analistas de Grupos Sanguíneos. (No sabía qué podía ser más perturbador: las espantosas salpicaduras de sangre en las escenas de crimen o el hecho de que hubiera un grupo de personas especializadas en el tema.) Pero ahora se sentía desmoralizada.

– Tenemos que encontrarlo…

– Sachs, cálmate… ¿Estás conmigo?

– Bueno -dijo ella, después de un momento.

– Todo lo que necesitas por ahora es la regla -dijo Rhyme-. Primero, dime lo que ves.

– Hay gotas salpicadas por todos lados.

– Las salpicaduras de sangre son muy reveladoras. Pero no tienen sentido a menos que la superficie en que se encuentren sea uniforme. ¿Cómo es el suelo?

– Liso, de hormigón.

– Bien. ¿Qué tamaño tienen las gotas? Mídelas.

– Se está muriendo, Rhyme.

– ¿Qué tamaño? -aulló.

– Todos son distintas. Hay cientos de gotas de cerca de dos centímetros. Algunas son más grandes. Tienen cerca de tres centímetros. Hay miles de otras más pequeñas. Como pulverizadas.

– Olvida las pequeñas. Son gotas «proyectadas», satélites de las otras. Describe las más grandes. ¿Qué forma tienen?

– La mayoría son redondas.

– ¿Con bordes festoneados?

– Sí -murmuró Sachs-. Pero hay algunas que tienen los bordes lisos. Tengo frente a mí algunas de estas. Sin embargo, son más pequeñas.

¿Dónde está? se preguntó la chica. Innelman. Un hombre que no conocía. Desaparecido y sangrando como un grifo.

– ¿Sachs?

– ¿Qué? -exclamó.

– ¿Qué me dices de las gotas más pequeñas? Cuéntame.

– ¡No tenemos tiempo para hacerlo!

– No tenemos tiempo para no hacerlo -dijo Rhyme, tranquilo.

Maldito seas, Rhyme, pensó Sachs, y luego respondió:

– Muy bien.

Midió.

– Tienen alrededor de un centímetro. Son perfectamente redondas. No tienen bordes festoneados…

– ¿Dónde están? -preguntó Rhyme, con urgencia-. ¿En un extremo del pasillo o en el otro?

– La mayoría en el medio. Hay un almacén al final del vestíbulo. Dentro y cerca de él son más grandes y tienen bordes festoneados o deshilachados. En el otro extremo del pasillo son más pequeñas.

– Bien, bien -dijo Rhyme, distraído y luego anunció-. He aquí lo sucedido… ¿Cómo se llama el agente?

– Innelman. John Innelman. Es un amigo de Dellray.

– El Bailarín metió a Innelman en el depósito y lo acuchilló una vez, en la parte superior del cuerpo. Lo debilitó, quizá fuera en un brazo o en el cuello. Esas son las gotas grandes y desparejas. Luego lo llevó por el pasillo y lo acuchilló otra vez, más abajo. Esas son las gotas más pequeñas y redondas. Cuanto más corta es la distancia a la que cae la sangre, más lisos son los bordes.

– ¿Por qué lo haría?

– Para entretenernos. Sabe que buscaríamos a un agente herido antes de correr tras él.

Tiene razón, pensó Sachs, ¡pero no lo buscamos con suficiente rapidez!

– ¿Cuánto mide el pasillo?

Sachs suspiró y lo observó.

– Cerca de quince metros, más o menos, y el rastro de sangre cubre toda su extensión.

– ¿Algunas marcas de pisadas en la sangre?

– Docenas. Van a todas partes. Espera… Aquí hay un ascensor de servicio. No lo vi al principio. ¡El rastro lleva hacia él! El agente debe estar dentro. Tenemos que…

– No, Sachs, espera. Resulta demasiado obvio.

– Tenemos que hacer que abran la puerta del ascensor. Voy a llamar al departamento de bomberos para que manden a alguien con una Halligan [41] o con una llave de ascensor. Pueden…

– Escúchame -la interrumpió Rhyme con calma-. ¿Las gotas que llevan al ascensor tienen la forma de lágrimas? ¿Con extremos que apuntan a todas direcciones?

– ¡Tiene que estar en el ascensor! Hay manchas en la puerta. ¡Está muriendo, Rhyme! ¡Me quieres escuchar!

– ¿Cómo lágrimas, Sachs? -le preguntó él, tratando de tranquilizarla-. ¿Parecen renacuajos?

Sachs miró hacia abajo. Eran como decía Rhyme. Perfectos renacuajos, con sus colas apuntando a una docena de direcciones diferentes.

– Sí, Rhyme, como renacuajos.

– Vuelve hacia atrás hasta que desaparezcan.

Era una locura. Innelman se desangraba en la caja del ascensor. Sachs miró un instante la puerta de metal, pensó en no hacer caso a Rhyme, pero luego se dirigió al trote al extremo del pasillo.

Al lugar en que desaparecían.

– Aquí, Rhyme. Se detienen aquí.

– ¿Hay un armario o una puerta?

– Sí, ¿cómo lo sabes?

– ¿Y tiene echado el cerrojo por afuera?

– Así es.

¿Cómo diablos lo hace?

– De manera que el grupo de rescate vería el cerrojo echado y pasaría de largo, ya que de ninguna manera podría el Bailarín cerrar desde dentro. Bueno, Innelman está allí. Abre la puerta, Sachs. Usa los alicates con la manija, no el pomo. Hay una posibilidad que obtengamos alguna huella dactilar. Y, ¿Sachs?

– ¿Sí?

– No creo que haya puesto una bomba. No tuvo tiempo. Pero cualquiera sea el estado del agente, no será bueno, ignóralo durante un minuto y busca primero si hay alguna trampa.

– Vale.

– ¿Lo prometes?

– Sí.

Sacó los alicates… corrió el cerrojo… giró el pomo.

Arriba el Glock. Tira con fuerza. ¡Ahora!

La puerta se abrió.

Pero no había ninguna bomba ni otra trampa. Solo el pálido y exangüe cuerpo de John Innelman, inconsciente, que cayó a sus pies.

Sachs emitió una exclamación ahogada.

– Está aquí. ¡Necesita asistencia médica! Tiene unas heridas muy graves.

Se inclinó sobre él. Dos técnicos del EMS [42] y más agentes aparecieron corriendo. Dellray estaba con ellos, con cara apesadumbrada.

– ¿Qué te hizo, John? Oh, amigo -El agente larguirucho retrocedió mientras los médicos trabajaban. Cortaron gran parte de sus ropas y examinaron las heridas. Los ojos de Innelman estaban entreabiertos, vidriosos.

– ¿Está…? -preguntó Dellray.

– Vivo, apenas.

Los médicos pusieron comprensas en las heridas, hicieron un torniquete en la pierna y el brazo y luego le pusieron una unidad de plasma.

– Llevadlo a la ambulancia. Tenemos que darnos prisa. ¡Vamos!

Colocaron al agente en una camilla y corrieron por el pasillo. Dellray iba con ellos, cabizbajo, murmurando para sí y apretando un cigarrillo apagado entre sus dedos.

– ¿Puede hablar? -preguntó Rhyme-. ¿Alguna pista para saber dónde fue el Bailarín?

– No. Está inconsciente. No sé si lo podrán salvar. Dios.

– No pierdas la calma, Sachs. Tenemos una escena de crimen para analizar. Tenemos que encontrar dónde está el Bailarín, si todavía anda por allí. Vuelve al depósito. Mira si hay puertas o ventanas al exterior.

Mientras caminaba hacia el lugar, Sachs preguntó:

– ¿Cómo sabías lo del armario?

– A causa de la dirección de las gotas. Introdujo a Innelman dentro y empapó un trapo con la sangre del policía. Caminó hacia el ascensor, moviendo el trapo con un balanceo. Las gotas se movían en diferentes direcciones cuando cayeron. Por eso tenían el aspecto de lágrimas. Y ya que trató de conducirnos hacia el ascensor, deberíamos mirar en la dirección opuesta para encontrar su ruta de escape. El depósito. ¿Estás ahí?

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[41] Combinación de pico y palanqueta. (N. de la T.)

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[42] Emergency Medical Service: Servicio médico de emergencia (N. de la T.)