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– Sí.

– Descríbelo.

– Hay una ventana que da al callejón. Parece que empezó a abrirla. Pero está cerrada con masilla. No hay puertas -Miró por la ventana-. No puedo ver ninguno de los policías apostados. No sé cómo hizo el Bailarín para verlos.

–  no puedes ver ningún policía -dijo Rhyme con cinismo-. Él pudo. Ahora, camina por la cuadrícula y veamos lo que encuentras.

Sachs examinó cuidadosamente la escena de crimen, caminó la cuadrícula y luego pasó la aspiradora para recoger cualquier vestigio. Guardó con cuidado los filtros en bolsas.

– ¿Qué ves? ¿Algo?

Sachs iluminó los muros con su linterna y encontró dos bloques desparejos. Era un pasaje estrecho, pero alguien delgado podría pasar por él.

– He encontrado su camino de salida, Rhyme. Atravesó la pared por unos bloques de hormigón sueltos.

– No abras el pasaje. Llama a los de SWAT.

Ella llamó a varios agentes al cuarto y sacaron los bloques. Luego iluminaron con sus linternas montadas en los cañones de sus metralletas H &K el pasaje y la habitación adyacente.

– Limpio -exclamó un agente. Sachs sacó su arma y se deslizó al recinto fresco, oscuro y húmedo.

Era una rampa en declive llena de escombros que pasaba por un agujero en los cimientos. Caía agua. Sachs tuvo el cuidado de pisar sobre grandes pedazos de hormigón y evitar la tierra empapada.

– ¿Qué ves, Sachs? ¡Dime!

Barrió con la PoliLight los lugares donde el Bailarín podría haberse asido con las manos o puesto los pies.

– Vaya, Rhyme.

– ¿Qué?

– Huellas dactilares. Latentes, recientes… Espera. Pero aquí están las huellas de los guantes también. Con sangre. Por el trapo. No lo entiendo. Es como una cueva… Quizá se quitó los guantes por alguna razón. Quizá pensó que estaba seguro en el túnel.

Luego miró hacia abajo e iluminó sus pies con el resplandor extraño de la luz amarillo-verdosa.

– Oh.

– ¿Qué?

– No son sus huellas. Está con alguien más.

– ¿Alguien más? ¿Cómo lo sabes?

– También hay otro conjunto de huellas de pies. Todas son frescas. Unas más grandes que las otras. Van en la misma dirección, corriendo. Dios, Rhyme.

– ¿Qué pasa?

– Significa que tiene un socio.

– Vamos, Sachs. El vaso está medio lleno -agregó Rhyme con alegría-. Significa que tenemos el doble de pruebas para atraparlo.

– Yo pensaba -dijo Sachs sombríamente- que significaba que sería el doble de peligroso.

– ¿Qué traes? -preguntó Lincoln Rhyme.

Sachs había regresado a la casa del criminalista. Ella y Mel Cooper observaban las pruebas recogidas en la escena. Sachs y los SWAT habían seguido las huellas de pies hasta un túnel de acceso al metro, allí perdieron la pista tanto del Bailarín como de su compañero. Parecía que los hombres subieron hasta la calle, escapando a través de una boca de alcantarillado.

Sachs dio a Cooper la huella que había encontrado en la entrada del túnel, él la escaneó en el ordenador y la envió a los federales para una investigación AFIS.

Luego Sachs sostuvo dos huellas electrostáticas para que Rhyme las examinara.

– Estas son las huellas de pies del túnel. Esta es la del Bailarín -levantó una de las huellas, transparente, como una radiografía-. Concuerda con una huella encontrada en la consulta del psiquiatra de la primera planta, donde entró.

– Lleva zapatos comunes de obrero -comentó Rhyme.

– Creería que usaba calzado de combate -musitó Sellitto.

– No, sería demasiado obvio. El calzado de trabajo tiene suela de caucho antideslizante y punteras de acero. Es tan bueno como las botas si no se necesita una protección para el tobillo. Acércame la otra, Sachs.

Los zapatos más pequeños estaban muy gastados en los talones y en el pulpejo. Había un gran agujero en el zapato derecho, a través del cual se podía observar una red de arrugas dérmicas.

– No lleva calcetines. Puede que su amigo sea un vagabundo.

– ¿Por qué lleva a alguien con él? -preguntó Cooper.

– No lo sé -dijo Sellitto-. Se sabe que siempre trabaja solo. Utiliza a la gente pero no confía en ella.

Justo lo mismo de lo que me acusan a mí, pensó Rhyme y dijo:

– ¿Y lo de dejar huellas dactilares en la escena? Este tipo no es un profesional. Debe tener algo que el Bailarín necesita.

– Una salida del edificio, quizá -sugirió Sachs.

– Podría ser.

– Y en este momento debe estar muerto -comentó la chica.

Probablemente, acordó Rhyme en silencio.

– Las huellas son muy pequeñas -dijo Cooper-. Supongo que corresponden a una talla ocho, masculina.

El tamaño de la suela no se corresponde necesariamente con el tamaño del zapato y proporciona un indicio todavía más incierto sobre la estatura de la persona que los usa, aún así resultaba razonable deducir que el socio del Bailarín tenía una estructura corporal pequeña.

Volviendo a las pruebas, Cooper montó muestras en un portaobjetos y las puso bajo el microscopio de luz polarizada. Envió la imagen al ordenador de Rhyme.

– Línea de comandos, cursor a la izquierda -ordenó Rhyme con su micrófono-. Stop. Doble clic -examinó el monitor del ordenador-. Más argamasa del bloque de hormigón. Tierra y polvo… ¿De dónde sacaste esto, Sachs?

– Lo raspé de alrededor de los bloques de hormigón y aspiré el suelo del túnel. También encontré un nido detrás de unas cajas donde parecía que alguien se había escondido.

– Bien. Vale. Mel, pásalo por el cromatógrafo. Hay muchos elementos aquí que no reconozco.

El cromatógrafo retumbó al separar los compuestos, y envió los vapores resultantes al espectómetro para que los identificase. Cooper examinó la pantalla y silbó sorprendido.

– Me admira que este tío sea capaz de andar.

– Sé un poco más específico, Mel.

– Es una farmacia ambulante, Lincoln. Tenemos secobarbital, fenobarbital, Dexedrina, amobarbital, meprobamato, clorodiazepóxido, diazepam.

– Dios -murmuró Sellitto-. Pastillas de todo tipo…

– También lactosa y sacarosa -continuó Cooper-. Calcio, vitaminas, enzimas que se encuentran en productos lácteos.

– Alimentos para bebés -murmuró Rhyme-. Los camellos las utilizan para cortar drogas.

– De manera que el Bailarín se buscó un idiota como secuaz. Quién iba a decir.

– Todas esas consultas médicas… -dijo Sachs-. Este tipo debe haber estado robando píldoras.

– Conéctate con FINEST -dijo Rhyme-. Consigue una lista de todos los piratas de farmacias que tengan.

– Será tan larga como las Páginas Blancas, Lincoln -rió Sellito.

– Nadie dice que sea fácil, Lon.

Pero antes que pudiera hacer la llamada, Cooper recibió un e-mail.

– No hace falta que nos entretengamos con esto.

– ¿Por qué?

– El informe AFIS sobre las huellas dactilares -el técnico miró la pantalla-. Sea quien sea este tipo no está registrado ni en la ciudad, ni en el estado de Nueva York y no figura en el NCIC [43].

– ¡Diablos! -exclamó Rhyme. Se sentía víctima de una maldición. ¿No podría ser un poco más fácil?-. ¿Algún otro vestigio? -musitó.

– Hay algo aquí -dijo Cooper-. Un trozo de azulejo azul, lechado al dorso, unido a lo que parece ser hormigón.

– Veamos.

Cooper montó la muestra en la platina del microscopio.

Con calambres en el cuello y casi al borde de un espasmo, Rhyme se inclinó hacia delante y lo estudió con cuidado.

– Bien. Un antiguo azulejo tipo mosaico. Porcelana con un acabado agrietado y con base de plomo. Tiene sesenta o setenta años, me parece -Pero no pudo sacar ninguna conclusión de la muestra-. ¿Algo más? -murmuró.

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[43] National Crime Information Centén Centro Nacional de Información Criminal (7V. de la T.)