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– Sabes -dijo y se limpió la boca con la manga-. Se piensa que los asesinos profesionales están locos. Pero tú lo pareces.

– Yo no creo ser un loco -dijo Stephen, resuelto.

– Las personas que matas, ¿son malas? ¿Como maleantes o gente de la Mafia o algo así?

– Bueno, han hecho algo malo a la gente que me paga para que los mate.

– ¿Lo que significa que son malos?

– Por supuesto.

Jodie se rió, atontado, con los párpados semicerrados.

– Bueno, puede que no todo el mundo esté de acuerdo contigo, ¿no?

– Vale, ¿qué es bueno y qué es malo? -respondió Stephen-. No hago nada distinto a lo que hace Dios. Buenos y malos mueren en un accidente de tren y nadie se enfada con Dios por eso. Algunos asesinos profesionales llaman a sus víctimas «objetivos» o «sujetos». Un tipo del que oí hablar los llama «cadáveres». Incluso antes de matarlos. Por ejemplo: «el cadáver abandona el coche. Lo tengo en la mira». Es más fácil para él pensar en sus víctimas de esa manera, supongo. A mí no me importa. Los llamo por lo que son. Ahora estoy detrás de la Mujer y el Amigo. Ya maté al Marido. Así es como pienso en ellos. Son personas que debo matar, eso es todo. No es nada del otro mundo.

Jodie reflexionó sobre lo que había oído y dijo:

– ¿Sabes algo? No creo que seas un malvado. ¿Sabes por qué?

– ¿Por qué?

– Porque malvado es alguien que parece inocente pero resulta ser malo. Lo que pasa contigo es que eres exactamente como eres. Pienso que es una cualidad.

Stephen chasqueó sus uñas, tan limpias. Sintió que se ruborizaba nuevamente. Hacía años que no le pasaba.

– ¿Te doy miedo, verdad? -preguntó por fin.

– No -dijo Jodie-. No me gustaría tenerte de enemigo. No, señor, no me gustaría. Pero siento que somos amigos. No creo que me hagas daño.

– No -dijo Stephen-. Somos socios.

– Hablaste de tu padrastro. ¿Todavía vive?

– No, murió.

– Lo siento. Cuando tú lo mencionaste estaba pensando en mi padre, también está muerto. Decía que lo que respetaba más en el mundo era la destreza. Le gustaba observar a un hombre de talento hacer lo que se le daba mejor. Sería alguien como tú.

– Destreza -repitió Stephen, sintiéndose henchido de sentimientos inexplicables. Miró cómo Jodie escondía el dinero en una abertura del mugriento colchón-. ¿Qué harás con el dinero?

Jodie se enderezó y miró a Stephen con ojos atontados pero ansiosos.

– ¿Puedo mostrarte algo? -Las drogas le hacían pronunciar mal las palabras.

– ¡Ya lo creo!

Sacó un libro del bolsillo. Se titulaba Nunca Más Dependiente.

– Lo robé de una librería de Saint Marks Place. Es para gente que no quiere seguir siendo alcohólica o drogadicta. Es muy bueno. Menciona esas clínicas donde te puedes tratar. Encontré un lugar en Nueva Jersey. Vas y pasas un mes, un mes entero, pero cuando sales estás curado. Dicen que es realmente efectivo.

– Has hecho bien -dijo Stephen-. Lo apruebo.

– Sí, bueno -Jodie hizo una mueca-. Cuesta catorce mil pavos.

– No me jodas.

– Por un mes. ¿Puedes creerlo?

– Alguien está sacándose una pasta. -Stephen ganaba 150.000 dólares por golpe, pero no quería compartir aquel dato con Jodie, su reciente amigo y socio.

Jodie suspiró y se restregó los ojos. Parecía que las drogas le habían puesto sentimental. Como el padrastro de Stephen cuando bebía.

– Toda mi vida ha sido un desastre -dijo-. Fui a la escuela. Oh, sí. Y me fue bastante bien. Enseñé durante un tiempo. Trabajé en una empresa. Luego perdí el trabajo. Todo salió mal. Perdí mi piso. Siempre tuve problemas con las píldoras. Comencé a robar. Oh, diablos.

– Tendrás tu dinero e irás a la clínica. -Stephen se sentó a su lado-. Tu vida dará un giro total.

Jodie le sonrió, lloroso.

– Mi padre solía decirme lo que te conté, ¿recuerdas? Cuando algo que tenia que hacer era difícil. Él me decía que no pensara en la parte difícil como un problema, sino como un factor. Como algo a considerar. Me miraba a los ojos y decía: «No es un problema, sólo se trata de un factor». Sigo tratando de recordarlo.

– No es un problema, sólo un factor -repitió Stephen-. Me gusta.

Stephen puso su mano sobre la pierna de Jodie para demostrarle que realmente le gustaba.

Soldado, ¿qué mierda estás haciendo?

Señor, estoy ocupado en este momento, señor. Le informaré después.

Soldado…

¡Después, señor!

– A tu salud -dijo Jodie.

– No, a la tuya -dijo Stephen.

Y brindaron, con agua mineral y zumo de naranja, por su extraña alianza.

Hora 24 de 45

Capítulo 22

Un laberinto.

El sistema de transporte subterráneo de la ciudad de Nueva York se extiende por más de 400 kilómetros e incorpora más de una docena de túneles separados que comunican cuatro de los cinco distritos (se excluye sólo a Staten Island, aunque sus habitantes cuentan con un famoso ferry).

Un satélite tardaría menos en encontrar un bote a la deriva en el Atlántico Norte que el equipo de Lincoln Rhyme en localizar a dos hombres que se oculten en el metro de Nueva York.

El criminalista, Sellitto, Sachs y Cooper escudriñaban un mapa de la red del metro, pegado con poca elegancia en una pared de la residencia de Rhyme. Éste examinaba las distintas líneas coloreadas que representaban las diversas rutas, azul para la Octava Avenida, verde para Lex y rojo para Broadway.

Rhyme tenía una relación especial con aquel complicado sistema. Fue en el pozo de una construcción del metro donde se rompió una viga de roble y aplastó su columna, justo cuando decía «Ah», y se inclinaba para levantar una fibra, dorada como el cabello de un ángel, del cuerpo de una víctima de asesinato.

Sin embargo, ya antes de aquel accidente, el metro desempeñaba un papel importante en la actividad forense de la policía de Nueva York. Rhyme lo había estudiado diligentemente cuando dirigía el IRD: como cubría tanto terreno e incorporaba tantos tipos distintos de materiales de construcción a través de los años, a menudo se podía relacionar a un delincuente con una línea particular de metro, con un barrio, o con una estación, únicamente sobre la base de buenas pruebas materiales. Rhyme había coleccionado durante años muestras del metro, algunas databan del siglo XIX. (Fue en la década de 1860 cuando Alfred Beach, el editor del New York Sun y el Scientific American, decidió adaptar su idea de transmitir mensajes a través de pequeños tubos neumáticos al transporte de personas por vías subterráneas.)

En aquel momento Rhyme ordenó a su ordenador que marcara un número y en pocos instantes se conectó con Sam Hoddleston, jefe de la policía de Transportes. Como la policía de Vivienda, formaba parte del cuerpo regular de policía de Nueva York y estaba asignada al sistema de transporte público. Hoddleston conocía a Rhyme desde los viejos tiempos y el criminalista dedujo por el silencio que se hizo después de que se identificara que Hoddleston, como muchos de sus antiguos colegas, no sabía que Lincoln había retornado de las puertas de la muerte.

– ¿Tenemos que desactivar alguna de las líneas? -preguntó Hoddleston después que Rhyme le informara sobre el Bailarín y su socio-. ¿Hacemos una investigación de campo?

Sellitto oyó la pregunta por el altavoz y sacudió la cabeza. Rhyme estuvo de acuerdo:

– No, no queremos que se conozca en lo que andamos. De todas maneras, creo que están en una zona abandonada.

– No hay muchas estaciones vacías -dijo Hoddleston-. Pero hay cientos de ramales y locales desiertos, zonas de trabajo. Dime, Lincoln, ¿cómo estás? Yo…

– Bien, Sam. Estoy bien -dijo Rhyme con brusquedad, desviando la pregunta como siempre hacía. Luego añadió-: Estábamos hablando del Bailarín y su compañero; creemos que probablemente se desplacen a pie. Que evitarán los trenes. De manera que suponemos que están en Manhattan. Tenemos un mapa y vamos a necesitar tu ayuda para limitar la búsqueda.