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– Lear Seis Nueve Cinco Foxtrot Bravo de Hudson Air. Listo para carretear.

– Bien, Nueve Cinco Foxtrot Bravo. Autorizado pista de rodaje cero nueve a la derecha.

Un toque al acelerador y el esbelto avión se movió hacia la pista, deslizándose por un luminoso crepúsculo primaveral. Percey conducía. Los copilotos tienen autorización para volar pero sólo el piloto puede mover el avión en tierra.

– ¿Te diviertes, oficial? -le preguntó Percey a Bell.

– Un poco -respondió, y miró sombrío por la gran ventana redonda-. Sabes, se puede ver hasta abajo. Quiero decir que las ventanas son muy grandes. ¿Por qué las hacen así?

– En los aviones de línea intentan que no te des cuenta que de estás volando -rió Percey-, con películas, comida, ventanas pequeñas. ¿Dónde está la diversión? ¿Por qué harán eso?

– Puedo imaginar una o dos razones -dijo Bell mientras mascaba chicle enérgicamente. Cerró la cortina.

Percey escudriñaba la pista. Miraba hacia derecha e izquierda, siempre vigilante.

– Haré el briefing ahora -le dijo a Brad-, ¿de acuerdo?

– Sí, señora.

– Este es un despegue sin paradas en pista con flaps a 15 grados -siguió Percey-. Aceleraré los motores. Tú chequearás la velocidad, ochenta nudos, hacemos una comprobación adicional, V uno, rotamos, V dos y aceleración positiva. Yo daré la orden de subir el tren de aterrizaje y tú lo accionarás. ¿Entendido?

– Velocidad, ochenta nudos, V uno, rotar, V dos, aceleración positiva. Tren arriba.

– Bien. Tú controlarás todos los instrumentos y el panel de mandos. Bueno, si se enciende una luz roja o hay un mal funcionamiento antes de V uno, grita «abortar» con voz alta y clara, y tomaré la decisión de seguir o no. Si se produce una avería durante o después de V uno, seguiremos con el despegue y trataremos la situación como si fuera una emergencia durante el vuelo. Continuaremos como está establecido y tú pedirás pista libre para el retorno inmediato al aeropuerto.

– Comprendido.

– Bien. A ver si volamos un poco… ¿Listo, Roland?

– Estoy listo. Y espero que también lo estés tú. No dejes que se caiga tu caramelo.

Percey rió otra vez. Su niñera de Richmond solía usar esa expresión. Significaba «no falles».

Aceleró los motores un poco más, acercándose al límite del recalentamiento. Con un sonido chirriante, el Learjet salió hacia delante. Siguieron en posición de espera, en el lugar que el asesino había colocado la bomba en el avión de Ed. Percey miró por la ventana y vio dos policías de guardia.

– Lear Nueve Cinco Foxtrot Bravo -oyeron por la radio desde el control de tierra-, acerqúese y deténgase en la pista cinco izquierda.

– Foxtrot Bravo. Me detengo en cero cinco izquierda.

Se dirigieron a la pista.

El Lear poseía un punto de gravedad bajo; sin embargo, cuando Percey Clay se sentaba en el asiento del piloto, ya fuera en tierra o en el aire, sentía que se hallaba muy por encima de todos. Era un lugar que otorgaba mucho poder. Todas las decisiones serían suyas y se cumplirían sin ser cuestionadas. La absoluta responsabilidad recaía sobre sus hombros. Era el capitán.

Observó los instrumentos.

– Flaps quince, quince, verde -dijo, repitiendo los grados.

Para más redundancia, Brad repitió:

– Flaps quince, quince, verde.

– Lear Nueve Cinco Foxtrot Bravo, coloqúese en posición -indicó Control de Tráfico Aéreo-. Pista libre para despegue, cinco izquierda.

– Cinco izquierda, Foxtrot Bravo. Pista libre para despegue.

– Presurización, normal. -Brad acabó con los preparativos previos-. La selección de temperatura está en automático. Luces exteriores encendidas. La ignición, encendido y las luces estroboscópicas, por tu lado.

Percey examinó esos controles:

– Ignición, encendido y luces estroboscópicas en marcha -dijo.

Puso al Lear sobre la pista, enderezó la proa y se colocó en paralelo a la línea central. Echó un vistazo a la brújula.

– Todos los controles e indicadores a cero cinco. Pista cinco izquierda. Doy potencia de despegue.

Empujó el acelerador y comenzaron a correr por el medio de la franja de hormigón. Sintió que la mano de Brad cogía el acelerador justo debajo de la suya.

– Potencia de despegue.

– Aumenta la velocidad -dijo luego Brad, cuando los indicadores empezaron a subir, veinte nudos, cuarenta…

Con el acelerador a fondo, el avión salió disparado. Percey escuchó un gemido de Roland Bell y reprimió una sonrisa.

Cincuenta nudos, sesenta, setenta…

– Ochenta nudos -exclamó Brad.

– Correcto -confirmó Percey después de una mirada al indicador de velocidad.

– V uno -anunció Brad-. Rotar.

Percey retiró la mano derecha del acelerador y cogió la palanca de control. Inestable hasta aquel momento, la palanca se puso firme con la resistencia del aire. La movió hacia atrás, rotando el Lear hacia arriba buscando la inclinación estándar de siete grados y medio. Los motores siguieron rugiendo a la vez, y entonces Percey aumentó la presión hacia atrás, hasta alcanzar los diez grados.

– Aceleración positiva -exclamó Brad.

– Arriba tren de aterrizaje. Arriba flaps.

Por los auriculares llegó la voz de Control de Tráfico Aéreo:

– Lear Nueve Cinco Foxtrot Bravo, gire a la izquierda y diríjase a dos ocho cero. Comuniqúese con el control de despegue.

– Dos ocho cero, Nueve Cinco Foxtrot Bravo. Gracias, señor.

– Buenas noches.

Tiró un poco más de la palanca de mandos: once grados, doce, catorce… Dejó las constantes de los motores a nivel de despegue, es decir, un poco más alto que lo normal, durante unos minutos. Escuchó el dulce rumor de los turboventiladores detrás.

Y en aquella delgada punta de metal, Percey Clay se sintió ella misma. Volaba hacia el corazón del cielo y dejaba atrás lo irritante, lo pesado, lo doloroso. Dejaba atrás la muerte de Ed y la de Brit, y hasta a aquel hombre terrible, el diabólico Bailarín. Todo lo que la había herido, toda la incertidumbre, todo lo feo quedaban en tierra, muy lejos. Percey se sentía libre. Parecía injusto que pudiera escapar de aquellos pesos que la ahogaban con tanta facilidad, pero así era. Porque la Percey Clay que se sentaba en el asiento izquierdo del Lear N695FB no era Percey Clay, la chica cuyo único atractivo eran los dólares amasados por su padre en la industria del tabaco. No era lo que la llamaban sus compañeras de clase, ni la muchacha que desentonaba en los bailes, rodeada de esplendorosas rubias que la saludaban con sonrisas agradables y captaban todos los detalles de su atuendo y apariencia para dedicarse a cotillear más tarde.

Esa no era la verdadera Percey Clay.

La verdadera era ésta.

Le llegó otro gemido ahogado proveniente de Roland Bell. Debía de haber echado una mirada por la ventana durante el proceso.

– Mamaroneck Control, Lear Nueve Cinco Foxtrot Bravo con vosotros en setecientos.

– Buenas noches, Foxtrot Bravo. Subid y mantened mil ochocientos.

Entonces comenzaron con las tareas rutinarias como poner la radio en las frecuencias VOR [50] que le guiarían hasta Chicago con tanta puntería como la flecha de un samurai.

A los mil ochocientos metros rompieron la barrera de nubes y salieron a un cielo tan espectacular como los demás crepúsculos que Percey había visto. No era una persona a la que le gustara estar al aire libre, pero nunca se cansaba de mirar los cielos hermosos. Se permitió un solo pensamiento sentimentaclass="underline" hubiera estado bien que lo último que Ed hubiese visto fuera tan hermoso como aquella vista.

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[50] VOR: Very High Frecuency Omnidirectional Range o faro omnidireccional de muy alta frecuencia. Es una indicación permanente del rumbo de la estación emisora con respecto a la posición actual del avión (N. de la T.)