– Porque si de favores se trata, él me debe varios.
– Así se lo diré.
– Primer piso, tercera puerta a la derecha.
– Pregúntame -le ordenó Victoria a las dos de la mañana, justo cuando él lamía el interior de sus muslos.
– Dame una tregua.
– Por favor, cualquier cosa.
– ¿Física?
– Está bien.
– ¿Qué escribió Stephen Hawking y qué teoría propone?
– Eso fue lo último que repasamos, ¿no?
– Deberías acordarte.
– Hawking escribió Historia del tiempo y dice que el tiempo no tiene comienzo ni fin.
– Perfecto. Apartó la sábana y fue lamiéndole una nalga hasta las inmediaciones del ano.
– ¡Para ahí, roto!
El joven siguió su ruta imperturbable y jugó con la nariz entre sus piernas.
– ¿Qué pasó en 1989 en la plaza de Tiananmen?
– Hubo una masacre con militares y tanques en Pekín.
Él ascendió con la cabeza hasta su pecho y dibujó círculos alrededor de un pezón.
– ¿Qué es y qué forma tiene una aerolámina?
– Son las láminas que sirven para el vuelo. Son planas en la base y curvadas en el tope, y cortan el aire creando presión debajo, lo cual la ayuda a elevarse.
– ¿Qué pasaría con nuestros cuerpos si cambiáramos repentinamente de presión atmosférica?
– Estallarían.
– Perfecto. ¿Cuál fue el lema de la vida de Ignacio de Loyola?
– «A mayor gloria de Dios,»
– Correcto. ¿Cómo se llamaba el primer arquitecto de las pirámides de Egipto?
– Inihotep.
– ¿Qué es un milagro?
joven, indomable a cualquier por el más rebelde de sus mechones negros.
– Un suceso que ocurre contra las leyes de la naturaleza, realizado por intervención sobrenatural de origen divino.
– ¿Cuál es el nombre científico del aromo?
– Acacia farnesiana.
– ¿Cuál es el compuesto orgánico que cuando se acumula en el cuerpo produce gota y reumatismo?
– El ácido úrico.
– Es fantástico, Victoria. No has fallado ninguna.
– Estudiando contigo resulta más fácil. Se me graban las materias. ¿Tú sabías todo esto?
– ¡Ni idea! Lo aprendí ahora, mientras hacíamos los ejercicios.
La muchacha le tomó el pene y corrió hasta el fondo su piel, dejando expuesto el glande. Se acercó a olerlo y aspiró profundamente su olor.
– Hace una semana ni siquiera existías en mi vida. ¿Qué te atrajo a mí?
– La primera vez no pude controlarme.
– ¿Qué quieres decir?
– Me vine rápido y todo eso.
– Eres un tonto. Ésas son bobadas machistas. Las mujeres no le dan tanta importancia.
– Pues a mí sí me importó.
– Se ve que eso te comió el coco. Pero hoy…
– ¿De veras acabaste esta noche?
– ¿No te diste cuenta?
– En las revistas dicen que las mujeres fingen.
– Dios mío, Ángel Santiago. ¿No te fijas que estamos flotando en un charco?
– Está bien. ¿Qué es la partenogénesis?
– La reproducción de seres vivos con ausencia del elemento masculino. A propósito, ¿usaste condón?
– Esta vez, no. La próxima, seguro.
– ¿Y qué pasa si esta vez le acertaste?
– Nunca pienso en cómo resolver un problema hasta que se presenta.
– Es jodido para la mujer.
– Tú…
– No quiero hablar de eso ahora. Geometría.
– ¿Qué enuncia el teorema de Pitágoras?
– En el triángulo rectángulo, la suma de los cuadrados construidos sobre los catetos es igual al cuadrado construido sobre la hipotenusa.
– ¿Qué es la bilis?
– La secreción del páncreas.
– Nombre de los hijos machos de Edipo.
– Eteocles y Polinices.
– Síntoma patognómico de la intoxicación por mordedura de la Araña del trigo.
Victoria se montó sobre el miembro de Ángel y comenzó a galoparlo buscando lentamente el roce de su clítoris.
– No lo sé.
– Sí lo sabes.
– Me da vergüenza decirlo.
– ¿Y no te avergüenzas de lo que estás haciendo?
– Es que el lenguaje es sagrado. Mira todas esas palabras dando vueltas en el mundo. Me excitan.
– No tienes necesidad de ser tan académica. Puedes perfectamente decir «me calientan».
– Sí, mi amor.
– Atención. Acaba de debutar la palabra «amor».
La chica apretó los dientes, sorbió con los músculos de la vagina el grosor de su pene y lanzó su descarga sobre el vientre del amante.
– Me hiciste acabar, bestia -dijo, derrumbándose sobre su pecho.
DOCE
Según Fresia Sánchez, dueña de la panadería sita en el cruce de las calles Salvador Allende y General ScImeider de la población de San Bernardo, el hombre que cruzó por su puerta en la madrugada, muy pegado a las paredes de adobe, como si tratara de deshacerse en las últimas oscuridades de la noche, era propiamente Rigoberto Marín.
Dijo que lo seguían una docena de perros callejeros olisqueando la tierra y el aire, como si quisieran detectar algún peligro. Los quiltros estaban poseídos de un silencio fantasmal, concentrados en una tarea superior a mojar árboles o los postes de alumbrado.
Era la hora en que los obreros se iban a la esquina de la avenida para esperar los autobuses hacia las construcciones del centro, y fue notorio el contraste que Rigoberto Marín hacía con ellos. Éstos venían comenzando el día; Marín, terminando la noche.
«No me hubiera gustado que entrara a mi tienda», pensó la panadera.
Talupoco tuvo envidia de la persona que le abriera la Puerta. El hombre atraía la muerte como la carroña a los buitres. Terreno que pisaba era propicio para reyerta con cuchillos, hasta que un balazo ponía fin al alboroto y entonces aparecían los carabineros, a envolver en una bolsa plástica al muerto y a interrogar con golpes a los testigos.
Era conocido en el barrio que Marín debería haber enfrentado varias veces el pelotón de fusilamiento y que sólo un decreto emanado de un presidente sentimental le había cambiado el destino por dos o tres perpetuas irrevocables. Si se había fugado de la penitenciaría y buscaba refugio en San Bernardo, pensó Fresia Sánchez, derramando las marraquetas doradas en el horno dentro de un enorme canasto de mimbre, el bandido procedía con astucia. Por una parte, nadie se atrevería a delatarlo, y por otra, un amplio repertorio de mujeres de distintas edades, desde adolescentes a abuelas, que se habían visto beneficiadas por su intensidad sexual se esmerarían por protegerlo. Contaban que poseía un ardor matizado con una violenta ternura que las confundía y las excitaba.
Ella misma había tenido una madrugada de confidencias con la Viuda, quien recordaba con precisión fotográfica que, tras haber descargado su esperma, Marín se había quedado casi una hora acariciándola sin dejar de llorar. Aunque todos lo temían en la población, las damas estarían dispuestas a permitir que sus aprehensiones se licuaran si el hombre las clavaba con la mirada y acertaba con el camino de la insistencia.
Había una excusa práctica para alentar la aventura: ninguna de las víctimas del asesino había sido mujer, aunque en cierta ocasión resultara difunto el marido de una de ellas. Lo que no obstó para que, tras los funerales, la Viuda y Marín tuvieran un revolcón en un hotel parejero de Conchalí, entre flores fúnebres y candelabros con velas a medio consumir. «Porque a ti te quiero, y a él lo respeto», le diJo la mujer tras esparcir el decorado por la habitación.
La fogosidad de Marín despertaba entre los hombres sornas algo menos líricas. Decían que el fulano era tan caliente que planchaba sus camisas con las manos.
Según Fresia Sánchez, fue precisamente en la casa de ladrillos de la Viuda donde el criminal buscó refugio. La prueba concluyente es que más de diez perros se expandieron a rascarse el lomo desde el zaguán de la doña hasta la vereda del frente, molestando el paso de las carretelas que llevaban frutas al mercado y resistiendo sufridos los baldeos de agua helada con que las vecinas trataron de dispersarlos.