CATORCE
Al entrar a la habitación, Vergara Grey estaba atacando el kuchen al que había untado con una capa de mermelada. Lo masticó comedidamente con la boca cerrada, pero al mismo tiempo levantó un dedo admonitorio insinuando que luego vendría un importante comunicado. Ese mismo dedo le ordenó al joven que se sentara en la punta del lecho.
– La primera ley de los mandamientos de la jungla es «no te metas en líos», y yo no me meteré en un lío ni contigo ni con alguien menos imberbe que tú.
– Entonces se pudrirá en este cuarto, maestro.
– Ni tampoco con alguien tan insolente como tú.
– Perdone, maestro. Pero usted no se está tratando a sí mismo como se merece. Cualquier profesional del ambiente estaría orgulloso de tener el currículum que usted tiene.
– El «prontuario» que yo tengo. No me vengas con eufemismos.
El joven sonrió y destapó un envase de yoghourt líquido sabor piña. Se lo sirvió de un impulso, manchándose el bozo con un bigote blanco que no se limpió.
– Sé perfectamente lo que es un «eufemismo», don Nico. Permítame que le hable en términos comerciales. Usted, metido en este hotel de putas y corazones partidos, escuchando boleros y tangos de mala muerte, no está moviendo su más valioso tesoro. ¡Su capital! Está tirando su vida al vacío sin pena ni gloria.
– Tranquilo. Monasterio me debe mucho dinero y Mi esposa quizás algún día me lleve de vuelta a casa.
– Lo felicito.
– Además, jamás en la vida intentaría algo que sea un delito. En el tiempo que me tuvieron preso, perdí a mi mujer, a mi hijo, mi dinero y mis ilusiones. Estoy harto de ser un paria.
– Un hombre con su fama no es un paria. Muchos darían sus huevos por estar en su lugar.
– Una cosa es la literatura y otra la realidad. Se imaginan nuestra vida con coches de lujo y fumando habanos, no conocen el olor de tu propia orina cuando el guarda está borracho y no te abre la puerta para ir al baño, ni el número de cucarachas por metro cuadrado que tienes que aplastar en tu celda en verano, cuando el sol transforma tu cama de hierros en una parrilla.
– Este cuchitril no me parece más alentador.
– Es un sitio transitorio.
– Todo el mundo sabe que Monasterio no le va a pagar. No porque no quiera, sino porque gastó todo su dinero sobornando a los mafiosos de Pinochet.
– Gastó su parte; la mía está intacta.
– ¿Por qué no se la entrega, entonces?
– Tendrá problemas de caja.
– ¿Por qué no enfrenta la verdad, maestro?
– Porque si la oigo tendría que matarlo. Y no quiero la cárcel.
– Pues yo le propongo otra alternativa con la cual mata varios pájaros de un tiro sin caer en chirona.
– El plan del Enano.
– El Enano se guardó este Golpe como una joyita, hasta que le echaron perpetua. El hecho de que no se lo lleve a la Yale es un gesto de amor y admiración al turriba y se lo regala al gran Vergara Grey. No tendrá la arrogancia de rechazarlo.
– No es por arrogancia que lo rechazo, sino por prudencia.
– Segundo pájaro que mataría, maestro: la caja de fondos a la que entraremos pertenece al jefe de los servicios secretos del dictador, el general Canteros.
– Pero a ése ya lo metieron a la cárcel.
– Le construyeron un hotel cinco estrellas para guardarlo. Le dieron cinco años de cárcel y ahora anda por las calles riéndose de los peces de colores. Toda la plata que ha acumulado la ha conseguido con sus servicios de seguridad. Ahí tiene agrupados a todos los torturadores que trabajaban con él en la dictadura y que quedaron cesantes con la democracia. Les pone uniformes de guardia y les promete a los empresarios que sus hombres les cuidarán sus negocios. Los que son poco colaboradores reciben una paliza.
– Eres un chico obsesivo. Olvídate del pasado.
– Usted, si quiere, olvide su pasado, que es largo. El mío es corto y mi padre me lo hizo mierda.
– Cuéntame.
– No quiero entrar en detalles. Pero me gustaría levantarle todos esos billetitos al cerdo de Canteros.
– Si te resulta, me alegrará leerlo en la prensa.
– Sin usted no hay golpe, maestro. Lo sabe Vergara Grey, lo sabe el Enano y lo sabe Ángel Santiago. Muchos dependen de que se decida.
– ¿Muchos? Me gustaría saber quiénes.
– Usted, yo, su esposa, su hijo, Victoria Ponce, la profesora de baile y hasta el Enano, que podría cambiar sus raciones de porotos por filete.
El joven desató la cinta rosa que ataba el rollo de cartulina, puso otra vez el diseño del Enano sobre la cama y sujetó ambas puntas con un par de zapatos raídos de Vergara Grey.
– Aparta eso, muchacho.
– Sólo quiero que me diga una cosa.
– Saca eso de mi cama.
– Independientemente de que usted actúe o no actúe en el Golpe, si usted juzga objetivamente el plan, ¿cómo lo calificaría? Le pido una simple opinión de experto. ¿Bueno, malo, regular?
Vergara Grey se sirvió en la taza el resto que quedaba en la cafetera y luego lo bebió, agradecido del sabor que impregnaba ahora su lengua, tras tantos malos ratos.
– ¿Un juicio objetivo?
– Exacto. La opinión de un profesional.
– ¿Sin compromisos?
– Libre de polvo y paja.
Vergara Grey se aclaró la garganta y le pasó el dorso dé la mano a los bigotes para secar la huella del café. Con entusiasmo interior pero expresión sombría, dijo:
– Genial. Ángel Santiago, el plan de Lira, pese a un factor azar que le aporta Dios, es total y absolutamente genial.
El muchacho tiró los zapatos del hombre hasta estrellarlos contra el techo, se abalanzó sobre él y, abrazándolo, le puso dos sonoros besos en cada una de sus mejillas.
Monasterio hizo su entrada en la habitación sin avisarse. Juzgó con gesto irónico el espectáculo que se le ofrecía y sin pedir permiso levantó las sábanas del lecho.
– Ojalá que no me salgas con la frase «no es lo que te imaginas, socio».
– ¿Qué haces en mi habitación?
Luego fue hasta el ropero, lo abrió de par en par. El hombre fue hasta el ropa tendida, y miró introdujo un brazo y atravesó con él la tazas vacías sobre el mantel.
– Usénlas.
– Tres Cosas, Nico. primero recordarte que el, mía. Segundo muy exacto del término, esta habitación es netido ti divirtieron de que los señores habían 1 gundo, nie a a colegiala. No quisiera que me cerraran esta pieza a un aparecieras ligado nte de ingresos y que tú enores. Tercero,ni única fue o seductor de ni local esta vez corn atazos el piso de mi
sta que, me agarren a zap que gu inspiró de improviso-, lamentaría oficina. Y cuarto -se. entrar significara que se te dio mucho que lo que vi al vuelta el paraguas. hacia atrás el puño para darle vo-
Ángel Santiago echó mandíbula de Monasterio y pero luínen antes de golpear la una fuerza de acero Vergara Grey le contuvo el brazo con viejo ladrón dude de
e ningún -¡No voy aguantar que mi virilidad!
– Yo no dudo, chiquito yo sé. ya estoy enterado de que Querubín. TU Culo está más transien la cárcel te decían e
tado que el paseo Ahurnada.
QUINCE
Eljoven sintió que un vértigo le desordenaba las entrañas, los ojos se le hincharon de lágrimas y sangre, y aunque la garganta pugnó por soltar un grito, no había aire en sus pulmones. Las manos comenzaron a temblarle y una fiebre súbita y violenta aceleró su corazón. La furia le manchó de rojo la piel, y con un arrebato visceral logró desprenderse de Vergara Grey y acometió el cuello de Monasterio, hundiendo ambos pulgares sobre su nuez de Adán, y no dejó de presionar hasta que el hombre cayó de rodillas en una asfixia que le impidió implorar compasión.
Quiso unir a ese estrangulamiento los gritos y las palabras que bullían en su lengua, pero se encontró en una situación previa a la articulación de sonidos, tenía que matar, aunque no pudiera decir «te mataré». Era puro instinto, había retrocedido a un tiempo sin memoria ni ideas.