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En el libro de actas se dejó constancia en la página 203 de que «el teniente Rubio y los suboficiales Malbrán y Ricardi se presentaron a las ocho quince de la mañana de hoy a esta comisaría de Güechuraba, sita en camino El Brinco, sin número, para dar comienzo al sumario administrativo contra el cabo Arnoldo Zúñiga por graves irregularidades cometidas en el ejercicio de sus funciones, que incluyen órdenes impropias impartidas a carabineros a su cargo, más malversación en el uso de bienes públicos, corno la patrullera GÜE 1, único vehículo motorizado de esta misión, ya que los medios de transporte en esta zona son preferentemente caballos. Se hace esta salvedad, pues de haber existido más vehículos motorizados la noche de los luctuosos incidentes, acaso el cabo Zúñiga los hubiera incluido en la acción delictual».

En la hoja 204, el teniente Rubio señaló que la comisión se constituía in situ y no en los tribunales de la institución para evitar darle tanta formalidad a un asunto que ya estaba en la prensa amarilla y que acaso pudiera disolverse en la discreción de un juicio breve seguido de un castigo ejemplar.

A mismas hojas, la autoridad ya señalada indicó que se tuviera en vistas atenuantes en el momento de la condena, pues el cabo Zúñiga tenía una «canasta limpia» en la institución y más de tres anotaciones de mérito por conductas que habían beneficiado la imagen de Carabineros de Chile: atender a una parturienta que dio a luz en un retén, rescate de dos menores apresados por las llamas en el siniestro de calle Einstein, y desarticulación con riesgo de su propia vida de un artefacto explosivo ubicado en la torre de alta tensión del cerro Blanco.

Expuestas razones y antecedentes, se consigna en la 205 el interrogatorio de los comisionados al cabo Arnoldo Zúñiga, quien se mantuvo de pie sin aceptar el asiento que el teniente le ofrecía.

Teniente. Cabo Zúñiga, le voy a pedir que responda breve y concisamente a las preguntas que le plantearemos. Cabo. Sí, mi teniente. Teniente. ¿Es o no efectivo que en la noche del viernes usted utilizó personal de carabineros y vehículos de esta comisaría para un operativo en otra comuna de Santiago que no está en su jurisdicción?

Cabo. Sí, mi teniente.

Teniente. ¿Es verdad o no que lo que motivó esta irregularidad fue el hecho de que se enterara usted de que grupos terroristas habrían colocado un explosivo en el teatro Municipal de Santiago con el objeto de protestar por un espectáculo de inspiración comunista en dicha entidad cultural?

Cabo. Sí, mi teniente.

Teniente. ¿Cuando emprendió el viaje hacia el centro, estaba usted consciente de que entraba en un terreno que le era completamente vedado?

Cabo. Sí, mi teniente.

Teniente. ¿Cómo explica usted esta conducta reñida con los reglamentos? Porque, de hecho, lo que le correspondía era avisar a la comisaría de Santo Domingo con Mac Iver, vale decir, el recinto más cercano al lugar de los hechos.

Cabo. Con todo respeto, mi teniente, se trataba nada menos que de la explosión de una bomba.

Teniente. No comprendo.

Cabo. Si uno tiene una información así, no gasta tiempo en llamar por teléfono. Mientras uno consigue la comunicación, el teatro puede volar por los aires.

Teniente. ¿Pero ignora usted, Zúñíga, que nuestra institución cuenta con el GOP, un equipo especialista en investigar y desarticular artefactos explosivos?

Cabo. No lo ignoro, señor.

Teniente. Entonces, explíquese, hombre.

Cabo. No sabría qué explicación darle. El soplo de la bomba me llegó a mí y yo pensé que tenía que ser suficientemente hombrecito para resolverlo solo.

Teniente. ¿No habrá visto demasiadas películas de Rambo, Zúñiga?

Cabo. Condéneme, si quiere. Pero le ruego que no se burle de mí, teniente.

Teniente. Está bien, hombre. ¿Es cierto o no que llegando al lugar de los hechos amedrentó con su arma reglamentaria al guardián del teatro y que después secuestró y retuvo sin orden alguna a un grupo de funcionarios en la patrullera de la institución con patente GÜE I?

Cabo. Sí, mi teniente.

Teniente. ¿Cómo explica usted ese abuso de autoridad?

Cabo. Cuando los terroristas atacan, es muy distinto de cuando los curitas franciscanos reparten sopa.

Teniente. ¿De qué terroristas me habla? Las pesquisas no encontraron ni siquiera un guatapique.

Cabo. Me alegro por Chile y su Templo de las Artes. Que si no…

Teniente. ¿Que si no qué, Zúñiga?

Cabo. En vez de estar sometido a este humillante interrogatorio, se me estaría rindiendo un homenaje en el Cementerio General, y el Orfeón de Carabineros tocaría el himno nacional y mi general Cienfuegos consolaría a mi viuda y le entregaría un montepío.

En la hoja 205 se dejó constancia de que el teniente Rubio y los suboficiales le pidieron al cabo Zúñiga abandonar por algunos minutos el escritorio, tiempo que usaron para pedir café al ordenanza y abocarse a una decisión. Ricardi puso énfasis en el sentido del valor y la oportunidad del simpático cabo, quien confrontado a un imprevisible riesgo asumió sin vacilar la aventura, y Malbrán discurrió que acaso, estimulado por su anterior éxito en el desmontaje de un explosivo, quería repetir la hazaña para ganarse un ascenso a suboficial, es decir, teniente, por «poco estaríamos juzgando a uno de nuestros pares». Rubio, en cambio, entró en un áspero mutismo.

Al reanudarse el juicio, el teniente ofreció asiento y café al sumariado, quien le puso abundante azúcar y bebió de la taza, pero se excusó otra vez de tomar asiento ante la autoridad, dando así una impresión de modestia ejemplar, que conjugaba -susurró Malbrún al oído del suboficial Ricardi- de maravillas con su conducta temeraria. Y en verdad, ya antes de que entrara el acusado había corrido la broma entre ellos que, dado las atenuantes y la pequeñez del caso, más les valdría proponerlo para un ascenso que para una degradación o expulsión de las filas. Sin embargo, «el reglamento es el reglamento y la siempre malediciente prensa quiere ver correr sangre -concluyó el teniente Rubio-, Y en vez de laureles estamos obligados a echarle estiércol».

En la página 206 se resumió el proceso.

Teniente. A su juicío, Zúñiga, ¿cuál sería la sanción que deberíamos imponerle dada la magnitud de los hechos?

Cabo. Una que me releve de la dirección de la comisaría, pero que no me damnifique el sueldo. Tengo una esposa y dos hijos, mi teniente.

Teniente. ¿Y cuál castigo podría ser ése?

Cabo. He pensado en uno tan degradante que dejaría contento a mi general y a la prensa.

Teniente, Hable, cabo.

Cabo. Nómbreme caballerizo a cargo de los animales de la patrulla. Madrugar, alimentarlos, sacarles lustre, barrer la bosta. Un infierno. Mosquitos, abejas, mal olor. Un infierno.

Los uniformados intercambiaron miradas de consulta, levantaron los hombros indiferentes, concluyeron de un sorbo sus cafés, y le pidieron al escribano que hiciera constar la degradación en actas, y al mismo tiempo se designara al cabo Sepúlveda como autoridad mayor de Güechuraba.

Cuando los otros dos y el actuario hubieron salido, el teniente se quedó en la habitación acariciando la textura del escritorio y palpando ocasionalmente las huellas de escritura, como si quisiera leer un mensaje. Tiró del cajón superior izquierdo y sacó de allí una banana, un cortaúñas, un frasco de gomina, un paquete de cigarrillos, un encendedor color violeta, y un ejemplar del diario La Fusta con el programa completo de carreras del próximo día en el Hipódromo Chile.

– Así que éste es su pequeño mundo, Zúñiga.

– Ni tanto, teniente. Ya le mencioné mi familia. Y mis amigos.

– Y Victoria Ponce.

– ¿La bailarina?

– ¿La conoce?

– Bueno, leí la crítica de El Mercado.

– ¿Le interesa el ballet, cabo?

– El ballet y la hípica.

– ¿Y qué ballet ha visto?

– Cappelia, Las síffides, La Cenicienta, Romeo yJulieta. Creo que ésos serían todos,