Se despidieron en la puerta unos minutos después. Jasmina se unió a ellos, con los brazos cruzados. Cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta baja, Pine se dirigió a una cabina telefónica que había en la calle.
En general, pensó, había sido una velada productiva, aunque había costado un rato animar a aquel hombre. Había leído el expediente de Vlado en el largo viaje en tren desde Amsterdam y le había causado buena impresión. Las evaluaciones de sus años como detective habían sido especialmente destacadas: brillante, inquisitivo, independiente hasta convertirlo en defecto, algo que a Pine no le importaba porque esa misma clase de palabras aparecían siempre en sus propias evaluaciones. Algo aún mejor, aquel hombre había permanecido alejado de la bebida, toda una proeza cuando alguien es un exiliado que trabaja en un empleo mal pagado y muy por debajo de sus aptitudes.
Sin embargo, la primera impresión de Pine en persona había sido discordante. Vlado le había parecido uno de aquellos jóvenes cultivadores de tabaco de su país, en el condado de Lasser, a quienes su padre había desahuciado por cuenta de un terrateniente, o a quienes había demandado hasta el último centavo por cuenta de la compañía de electricidad. Adoptaban la pose de duros y decididos, pero en realidad eran ingenuos, siempre creían que vendrían tiempos mejores, hasta que una mañana se despertaban y se encontraban viejos y pobres, y se daban cuenta demasiado tarde de que sólo trabajar con denuedo no asegura la salvación.
Pero Pine se había equivocado antes al aplicar allí las normas americanas, así que hizo una nueva valoración y cambió a la velocidad europea -después de más de cinco años fuera de su país se le daba bastante bien- y percibió un rostro balcánico clásico, con los rasgos pegados a los huesos, los ojos oscuros y escrutadores y el cabello negro muy corto que se veía por todas partes allí. Vlado, conjeturó, tardaría en sonreír, tardaría en confiar. Aquel hombre tenía algo vagamente germánico, un imperturbable sentido del orden, de que todo estuviera en el lugar adecuado. O tal vez había sacado aquella conclusión del apartamento, muebles sencillos, pero bien cuidados y de líneas limpias. No había desorden. Los suelos y las paredes estaban impecables. Los zapatos formaban una línea ordenada junto a la puerta.
Pero era otra parte más oscura del expediente de Vlado lo que había llevado a Pine a cruzar media Europa, sombrías nimiedades que hacían que aquel hombre fuera extrañamente perfecto para el trabajo que había entre manos. Aquellas revelaciones vendrían más tarde, y Pine no deseaba ser quien las hiciese. Ahora era el momento de llamar al jefe; metió unos marcos en la ranura.
Era casi medianoche. Spratt estaría dormido, pero que se fuera al diablo, aquello había sido idea suya. Además, querría saber.
– ¿Diga? -dijo una voz somnolienta con un aplanado acento australiano.
– Soy Pine. Misión cumplida.
Aquello pareció despertarlo.
– Buen trabajo. ¿Así que se incorpora?
– No oficialmente. Tiene que hablar con su esposa. Pero ten la seguridad de que está enganchado.
– Y nuestra arma secreta; ¿sigue siendo un secreto?
– No por elección mía.
– Entendido. No te preocupes.
– Dejaré que se lo digas tú.
Una risita ahogada.
– Tendré mucho gusto en hacerlo cuando llegue el momento. No te preocupes, la herida no será mortal. Ahora duerme un poco, Pine. Y déjame dormir a mí. Pareces bebido, por cierto. Espero que no tengas que conducir.
– ¿Con cargo a nuestro presupuesto? Transporte público. Y me queda un trayecto de cuarenta minutos de S-Bahn hasta mi hotel barato.
– Entonces no te pases de parada. Y asegúrate de traer al señor Petric a La Haya contigo cuando vuelvas. Hay mucha gente deseosa de conocerlo.
3
Si Pine se hubiera quedado más tiempo hablando por teléfono podría haberse tropezado con Vlado, que no tardó en salir del edificio para hacer su propio recado de medianoche.
Vlado y Jasmina se miraron en cuanto Pine cerró la puerta. Estaban agotados, no sólo por lo tardío de la hora sino también por el peso de las preguntas a las que ahora tenían que dar una respuesta. ¿Debía aceptar Vlado la misión? En tal caso, ¿qué pasaría después? Estaban demasiado cansados para discutirlo, pero también demasiado agitados para dormir, y en el caso de Vlado había un asunto más acuciante del que ocuparse.
Agarró su chaqueta y se encaminó a la puerta.
– ¿Adónde vas? -preguntó Jasmina.
No era algo que pudiera decirle, no en ese momento. Tal vez nunca. A ella no, ni a Pine, ni a nadie.
– Tengo que averiguar una cosa antes de dar una respuesta -se le ocurrió como lo más parecido a una explicación que podía ofrecer-. Es… una cuestión de cumplimiento de la ley.
– ¿A medianoche? ¿En Berlín? -dijo Jasmina, frunciendo el ceño con incredulidad.
– Tiene que ver con la guerra. Con gente de casa. Tendrás que confiar en mí. Es un asunto suyo, no mío. Sólo tengo que asegurarme de que se ha resuelto antes de que pueda decirle algo a Pine. Por favor, eso es lo único que puedo decirte. No tardaré mucho.
– Vas corriendo para alcanzarlo, ¿verdad? Para alcanzar a Pine antes de que cambie de opinión.
– Por supuesto que no. No haría una cosa así sin hablarlo antes contigo.
Jasmina reflexionó durante unos segundos y pareció aceptarlo.
– ¿Cuánto tardarás?
– No más de una hora. Probablemente menos -confió en que fuera cierto.
Ella suspiró, todavía escéptica.
– Pero lo vas a aceptar, ¿no? Ese trabajo.
– Tal vez. No lo sé. Probablemente. Si crees que Sonja y tú podéis soportarlo.
– Sería mejor preguntar cómo lo soportaremos si tú no lo soportas. Estarás de un humor de perros el resto de tu vida. Lo que más me preocupa es lo que venga después, cuando esto se haya terminado y quieras volver.
– Tal vez no me sienta así. Tal vez siga estando tan mal como todo el mundo dice. Sólo con saber que puedo visitarlo ya está bien por ahora.
Ella negó con la cabeza, sonriendo.
– Lo único que necesitas es un paseo por las montañas. Por uno de tus antiguos senderos.
– Hasta que vea una mina en uno de mis viejos senderos.
– Eso es. Y después volverás corriendo directamente a tu fiel excavadora JCB. Vamos a ver. ¿Qué preferiría hacer Vlado en los próximos veinte años? ¿Cavar agujeros en el barro o ir por ahí haciendo preguntas impertinentes a la gente, y por un salario mejor? Estoy segura de que necesitarás mucho tiempo para decidirlo. Sobre todo con lo que te gusta esto. La comida de la que no paras de despotricar. El tiempo soleado.
Vlado sonrió.
– No te olvides del precioso campo llano.
Jasmina le devolvió la sonrisa.
– Yo también lo detesto. Algunas cosas. Ser siempre una extraña. No entender la mitad de lo que la gente dice por mucho que lo intente. Las miradas que nos dirige toda esa gente que desea que volvamos a casa. Si fuéramos nosotros dos solos volvería mañana -señaló hacia el pasillo con la cabeza-. Es Sonja la que me preocupa. Lleva aquí casi toda su vida. Aquí aprendió a hablar, a hacer amigos, a leer y a escribir. Éste es su hogar. Ella es alemana, Vlado, berlinesa, tanto si tú y los alemanes queréis admitirlo como si no. Le gustan las bratwurst y el doner kebab y esos pequeños huevos de chocolate con juguetes dentro. Tararea la melodía de Liebe Sandmann todas las mañanas en el desayuno, perdón, todas las Morgen am Frühstück o como quiera que se diga. Es probable que incluso le guste la idea de unas escuelas y unas zonas de juegos que no hayan sido voladas o arrasadas por el fuego. Y, en fin, aunque la mitad de la gente del U-Bahn la mire mal cuando se sienta, al menos la mayoría no la mataría si la ve deambulando por sus barrios sin permiso, que es algo más de lo que puedes decir de nuestro hermoso país.