A Vlado se le vino a la mente una visión absurda de la escena, una parodia distorsionada de la Creación de Miguel Ángel, unas manos extendidas que se unen en el aire, y aquel pensamiento le hizo reír, el humo del dragón saliendo de los orificios nasales mientras el neoyorquino se alejaba, sonriendo como si lo comprendiera y lo aprobara.
– Soy Benny -susurró, tapando el micrófono con una mano-. Bienvenido al zoológico.
Luego reanudó su ataque verbal.
– Sí, sí. Sí. Bueno, si eso es así, dígale a su jefe… -Una pausa, movimientos impacientes de cabeza-. Entonces dígaselo a su capitán, dígale que no somos un simple grupo de burócratas cagados de miedo que se echan atrás a la primera señal de que hay que hacer más papeleo o cada vez que algún señor de la guerra local nos amenaza con un arma, y que vamos a ir a buscar a ese mierda en su sector tanto si están con nosotros como si no lo están.
A esas alturas, Benny tenía la frente cubierta de sudor, lo que recordó a Vlado la condensación de un frigorífico sobrecargado, una comparación que parecía totalmente adecuada porque, a pesar de sus bravatas, Benny le dio la impresión de ser un tipo frío, alguien que sería imperturbable sobre el terreno. Le encantaría ver cómo se las arreglaba Benny en los puestos de control pertinaces o ante los funcionarios selladores de papeles que intentasen frenar su marcha.
En el escritorio, Benny tenía debajo de un codo un grueso documento encuadernado con una cubierta de color azul brillante. En la parte superior podía leerse las palabras «acta de acusación» en negrita. Abrió una página y Vlado se apresuró a acercarse para echar un vistazo. Alcanzó a leer un párrafo en la parte inferior:
Los acusados, a menudo con la ayuda de guardias del campo, solían disparar a los detenidos desde cerca en la cabeza o la espalda. En muchos casos, los acusados y guardias del campo obligaban a los detenidos contra los que iban a disparar a poner la cabeza en una rejilla metálica que desaguaba en el río Sava, para reducir al mínimo la necesidad de hacer limpieza después de los disparos. Los acusados y los guardias ordenaban después a los detenidos que trasladaran los cadáveres a una de las dos áreas de depósito donde se amontonaban los cuerpos hasta que se cargaban en camiones y se llevaban a fosas comunes.
Benny vio que Vlado estaba mirando y deslizó otros papeles hacia él, con un leve movimiento de cabeza que quería decir: «Aquí tienes un montón».
El encabezamiento era «paraderos». Era una lista de sospechosos inculpados a los que no se había detenido todavía, una especie de tabla de puntuación confeccionada por un grupo que se hacía llamar Balkan Watch. Eran seis páginas en total, dedicadas a unos cuarenta hombres. Vlado leyó el primero:
CESIC, Nenad. Crímenes contra la humanidad, asesinato, violación. Frecuenta el restaurante Club Markala de Zvornik. Vive en el país, trabaja para la policía de reserva local. Comparte una motocicleta Honda roja con su primo, también inculpado. Los dos son vistos a menudo cruzando la ciudad en moto.
Pasó a otra página:
GOJKO, Dragan. Crímenes contra la humanidad, tortura. En junio de 1998 trabajaba como instructor de la policía en la escuela de Prijedor. Propietario del bar Express, frecuentado por Momcilo Zaric (también inculpado, véase más abajo).
Encontró a Zaric unos párrafos más abajo:
Crímenes contra la humanidad, asesinato, violación. Apodado «Juka». Bebe rajika todas las mañanas a eso de las 10 en el bar Krsma. Se lo puede ver en la ciudad conduciendo un VW Golf azul. Al volver a casa pasa todos los días por la sede local de la Policía Internacional.
Vlado miró a Benny para asegurarse de que no le estaba observando y pasó las páginas hasta que encontró la entrada que buscaba. La mera lectura de aquel nombre hizo que su pulso se acelerase:
POPOVIC, Branko. Genocidio, crímenes contra la humanidad, tortura. Comandante de la unidad paramilitar Los Leones de Popi. Se cree que está en Kosovo. Se lo ha visto con frecuencia en el bar del Grand Hotel, o conduciendo un Toyota Land Cruiser negro. Podría vivir en cuarteles militares de Pristina, pero también tiene casa en Belgrado. Viaja con frecuencia por Europa. Localizaciones confirmadas desde enero del 98 en Zúrich, Augsburg. Localizaciones sin confirmar en Viena, Berlín.
La referencia a Berlín le hizo estremecerse. Pero eso era todo. No había mención alguna a testigos, direcciones o una posible desaparición. Comprobó la fecha en la cubierta. De hacía dos semanas, sólo unos días después de que Haris, Huso y él hubieran dejado el cadáver en el vertedero industrial. ¿Quién sabía lo que cualquiera podía haber oído mientras tanto? Si alguien había visitado el apartamento de Haris, lo habría hecho más o menos una semana después de que aquel informe hubiera sido actualizado.
Benny volvió a levantar la voz, al parecer preparándose para la apoteosis final.
– ¿Queréis entrar en su casa? Entonces entrad en su puta casa. ¿Queréis estar en un puesto de control tocándoos las narices y escuchando los disparos? Pues hacedlo. Porque nosotros vamos a ir, con SFOR o sin SFOR, y no nos va a detener ningún imbécil militar-industrial del mundo, ¿entendido?… He dicho ¿entendido? -Una pausa-. ¿Oiga? -Cerró los ojos con fuerza, luego bramó-. ¡Por Dios! ¡Estos teléfonos de mierda! ¿Cómo puede esta gente tener un país si ni siquiera tiene teléfonos decentes? ¡Tío! -Colgó el teléfono con un golpe, mientras negaba con la cabeza-. Cinco minutos de trampas de primera calidad tirados a la basura. Creo que hasta había conseguido que ese tipo estuviera a punto de ordenar una operación para nosotros. O al menos de pensar en ella. -Suspiró-. De todos modos, me siento mucho mejor que hace cinco minutos.
Levantó la vista con una sonrisa burlona de exasperación que quería decir que había disfrutado de cada instante.
– Benny Hampton -dijo, tendiendo su mano derecha-. Tú debes de ser el bosnio de Pine. Y no es que yo deba saberlo. Pero, bueno, soy el jefe, así que supongo que debería ser capaz de averiguar unas cuantas cosas por aquí. Aunque si Spratt se entera de la última conversación puede que no sea el jefe de equipo durante mucho más tiempo.
Pine regresó. Depositó dos tazas de café humeantes en el escritorio y tiró la chaqueta en el respaldo de una silla.
– Benny, Benny, Benny -dijo en tono un tanto afectuoso, con un acento que parecía suave después de dos minutos de neoyorquino-. ¿Cuántas veces hay que decírtelo? La SFOR es amiga nuestra. Del mismo modo que la IFOR era amiga nuestra, y la UNPROFOR antes que ellas.
– Sí, el ejército de los mil nombres -dijo Benny entre dientes-. Dales otro año y volverán a cambiarlo. Deberían llamarlo WHAT-FOR -«para qué»-, y entonces alguien tal vez piense que no han estado haciendo nada en todo este tiempo. Todo el día sentados mirando cómo nuestros sospechosos se toman una cerveza.
Vlado conocía bien los acrónimos. Durante la guerra, las tropas llevaban cascos azules y se desplazaban en vehículos blindados blancos, y eran conocidas con el nombre de la UNPROFOR, la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas. Después del acuerdo de paz pintaron los cascos y los vehículos de verde y se incorporaron a ellas veinticuatro mil norteamericanos mejor armados, y se cambiaron el nombre por el de IFOR, la Fuerza de Aplicación, que en cosa de un año redujo sus efectivos en unos miles de soldados y se convirtió en la SFOR, la Fuerza de Estabilización.
– Ya sabes cómo funciona esto, Benny -dijo Pine-. Se trata simplemente de que no somos una parte fundamental del mandato de la misión. Ah, Vlado, lo siento, pero no está permitido fumar aquí arriba. Esto es territorio de la Organización Mundial de la Salud, no los Balcanes. Tendrás que apagarlo o irte a la cantina.