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– Maldita SFOR -seguía diciendo entre dientes Benny-. Maldita OTAN. El mayor y el peor ejército de Bosnia y ni siquiera son capaces de echar mano a un viejo serbio residual en pijama. Ese tipo no tiene guardaespaldas desde hace dos años y todavía aparece en las listas como «en libertad». Seguro que pasa todos los días por un par de controles suyos y lo único que hacen es saludar moviendo el brazo.

– Entonces ve tú a echarle mano, Benny.

– Pues claro, eso es lo que quiero hacer. Eso es lo que estaba diciéndole que voy a hacer. Puede que se diera cuenta de que me estaba marcando un farol, pero con este nuevo mandato de Contreras, quién sabe, puede que hasta tenga la oportunidad. No puede ser peor que llevar a cabo un proyecto en el Bronx. Le pondré las esposas y lo llevaré a rastras la mitad del camino hasta Budapest si me dejan.

– Que no te dejarán. Contreras habla mucho pero no tiene más probabilidades de montar una operación salvaje que los demás. Si comienza un tiroteo en el que la SFOR tenga que acudir al rescate, no volverán a mover un dedo por nosotros.

– Eso marcaría una gran diferencia.

– Pero eso no importa, Benny. Saluda a Vlado Petric. Vlado, te presento a Benny Hampton, que piensa que todavía está partiendo cabezas allá en Brooklyn.

– En el Bronx, por favor. Sí, ya nos conocemos más o menos, pero así es oficial.

Vlado estrechó su mano tendida. Era cálida y mullida, como meter la mano en una bola de masa caliente.

– Así que tú eres el que encabronó a medio Sarajevo al salir por la puerta. ¿Y dejas que este patán provinciano de Pine te convenza para volver allí?

– Gracias por hacerme la vida más fácil, Benny.

– Bueno, si necesitas ayuda mientras estés por allí, llámame al móvil. Estaré sobre el terreno durante la próxima semana más o menos si terminas en algún lugar cercano a Vitez.

– Ésa es la peculiar manera que tiene Benny de intentar averiguar qué estamos haciendo y adónde vamos a ir. Pero tendremos presente tu ofrecimiento, Benny.

Pine condujo a Vlado hacia su despacho, en el rincón opuesto.

– Sí, sí -dijo Benny a sus espaldas-. Manda el timbrazo secreto del descodificador y llegaré al instante. ¿Pero en qué andáis metidos, chicos, que ni siquiera el jefe de equipo puede saberlo? Llevo toda la semana oyendo que se está cociendo algo gordo.

– ¿Gordo? -preguntó Vlado.

– Descabellado -aclaró Benny-. Algo que no está del todo bien. En primer lugar, he oído que hasta los franceses están involucrados. Esos chicos encantadores que dejaron que el señor Karadzic se escapase el año pasado.

– ¿Es eso verdad? -preguntó Vlado, sorprendido al enterarse de que había faltado poco para que fuera capturado uno de los más grandes sospechosos, el presidente de los serbios de Bosnia durante la guerra.

– Tal vez -dijo Pine, fulminando con la mirada a Benny-. Pero lo cierto es que no debemos hablar de ello, ¿verdad?

– Hablaremos de todos modos, ahora que eres uno de los nuestros -dijo Benny entre dientes-. Se había planeado una redada, a finales del verano del noventa y siete, pero nunca llegó a realizarse porque un comandante francés avisó a Karadzic. Es como lo de la mierda y el ventilador.

– Puede que lo avisara -dijo Pine-. Y puede que se hubiera planeado una redada.

– Los franceses debían someter a un consejo de guerra al comandante. En cambio, lo destinaron a un despacho en París. No está mal, ¿eh? Y ahora oigo que en realidad vosotros vais a trabajar con ellos. Ardo en deseos de ver en qué acaba todo esto.

– Una lengua suelta puede hundir barcos, Benny.

– Cuéntale eso al comandante francés. Parece que su barco arribó a puerto sin novedad.

Pine lanzó a Benny otra mirada que quería decir que ya había hablado suficiente al margen de las normas.

– El expediente que tienes que ver está en mi mesa -dijo Pine, conduciendo a Vlado hacia su puerta-. Usa mi despacho. No estaremos aquí el tiempo suficiente para ponerte un despacho para ti solo. El nombre del sospechoso sigue siendo confidencial por lo que a cualquier otra persona respecta.

Dirigió una mirada elocuente a Benny, que sonrió burlonamente y pronunció unas palabras a modo de despedida.

– No te preocupes, Pine. He captado el mensaje. Me alegro de conocerte, Vlado. Si no tenemos tiempo para tomar una cerveza fría antes de que os pongáis en camino, tal vez nos encontremos en tu país.

Vlado cruzó el umbral. Como el escritorio de Benny, el de Pine era un revoltijo de carpetas y papeles. Pine tenía una ventana, con vistas a las vías del tranvía y a una callejuela de casas de ladrillo. Cerca de la ventana había un calendario azul con imágenes de jóvenes sonrientes encima de un programa de baloncesto de la Universidad de Carolina del Norte. Enfrente de los jugadores sonrientes, una fila de hombres adustos de Bosnia les devolvían la mirada en blanco y negro desde la pared opuesta del despacho. Era un cartel de «se busca» de cinco sospechosos, suficientes para formar su propio equipo de baloncesto. Pine se dio cuenta de que Vlado lo estaba mirando.

– Mi caso más importante -dijo-. Una matanza en el valle de Lasva en abril del noventa y tres. Dos están detenidos, tres en libertad. -Abrió una carpeta de papel manila que estaba encima de la mesa, dejando ver unas cuantas hojas escritas a un espacio-. Aquí está nuestro hombre. Esto es sólo el resumen. Habrá más que leer después. Expedientes del servicio de información del ejército, antiguos cables diplomáticos. Algunos siguen estando fuera de mi autorización de seguridad por el momento. Pero con esto ya puedes ponerte en marcha. -Miró su reloj-. Tienes más o menos media hora.

Vlado se sentó en la silla de Pine y se relajó. Leer expedientes de casos siempre había sido un trabajo monótono. En ese momento le parecía un privilegio. Nunca le había preocupado gran cosa el papeleo, como si cualquiera lo pudiera hacer, pero siempre había disfrutado desplegando los datos ante él a altas horas de la noche a medida que una investigación se desarrollaba, observando cómo los personajes y las tramas tomaban forma a la luz de una lámpara en una oficina vacía, buscando patrones y anomalías, sintiendo la excitación de avanzar hacia una solución mientras la ciudad dormía a su alrededor.

Cogió las hojas y retrocedió a su pasado como si estuviera sentado ante su viejo escritorio, en la cuarta planta de un edificio pardo de cristal en la orilla meridional del río Miljacka, con una taza humeante del terrible café Husayn en la mano. Levantó la vista, miró los calendarios y los blocs de notas de Pine, como para asegurarse de que no había dado un salto en el tiempo. Luego, sonriendo para sí mismo, un poco aturdido, comenzó a leer, feliz de volver al trabajo.

5

El sospechoso se llamaba Pero Matek, y su historial reciente era muy familiar. Durante la guerra había sido matón y especulador, siempre listo para reconocer la oportunidad en medio de la guerra y el caos. Vlado los había visto a docenas en Sarajevo durante el asedio, así que a éste lo encaró ya con hastiado desagrado.

Fue la historia anterior de aquel hombre lo que le fascinó. A Vlado, como a la mayor parte de su generación, le habían enseñado la historia de la segunda guerra mundial en una serie de tratamientos de brocha gorda, de discursos obligatorios sobre el heroísmo titoísta y el sacrificio desinteresado del pueblo y de los partisanos, un frente unido de comunistas rebeldes que combatían a los nazis y a unos cuantos traidores dispersos, en su mayoría fascistas y monárquicos locales, los ustashi y los chetnik. Si la guerra reciente le había enseñado algo, era que la verdad solía ser mucho más complicada.

Matek, cuyo verdadero nombre era Pero Rudec, había nacido en una remota región de Herzegovina en marzo de 1923. Eso quería decir que ahora tenía setenta y cinco años. Se había criado en una granja, había asistido a escuelas estatales y a los dieciséis años había ingresado en una academia militar en la que se formaban oficiales para el ejército federal.