Matek era croata, y siendo todavía un adolescente se incorporó al movimiento nacionalista Ustashi, los fascistas de pacotilla que con el tiempo se unieron a los nazis. Hitler era su pasaporte hacia la categoría de Estado, y a los dieciocho años Matek fue uno de los miles de personas jubilosas que se congregaron en Zagreb el 10 de abril de 1941 para celebrar la declaración de independencia de Croacia bajo el dictador títere Ante Pavelic. Para entonces Matek se había incorporado ya al Ejército de Defensa Nacional de Croacia. No tardó en ser ascendido a teniente durante las operaciones que se llevaron a cabo a principios de 1942 en los montes Kosarev, una brutal campaña de asesinatos e incendios en el norte de Bosnia, bien conocida por la conversión obligada al catolicismo de miles de musulmanes y de serbios cristianos ortodoxos. En algunas ocasiones, serbios que no acababan de convencerse habían sido quemados vivos en sus iglesias.
En la primavera de 1942, Matek resultó herido en el hombro derecho, lo que le hizo estar fuera de servicio durante un mes y terminó en su traslado a un servicio menos exigente en Jasenovac, el campo de concentración de infausta memoria a orillas del río Sava. Allí estuvo al mando de un escuadrón de guardias que se distinguieron, si podía emplearse ese término, por su especial brutalidad y eficacia, no sólo en sus obligaciones en el campo sino también en batidas por las ciudades y los pueblos cercanos, saqueando, matando y arrestando a los sospechosos habituales. En 1945 fue ascendido a comandante. Su pista se difuminaba en abril, el último mes de la guerra.
Un informe decía que se había dirigido hacia el norte con varios miles de soldados y civiles fugitivos, un grupo que sufrió numerosas bajas en emboscadas y matanzas directas de los partisanos y las tropas soviéticas. Otros informes lo situaban en un convoy de camiones que partió de Zagreb con armas y ciertos «bienes del Estado». Esa versión se ramificaba en otros tres rastros, como una leyenda que crece y se adorna al contarse una y otra vez durante años. Una variante decía que él y otras dos personas habían llegado sanos y salvos a Wolfsberg, Austria, con su cargamento, y se habían refugiado en un monasterio antes de ser detenidos por el ejército británico. La segunda decía que habían abandonado sus vehículos en un paso de montaña cerca de la ciudad austriaca de Liezen. La tercera decía que Matek había sido uno de los pocos supervivientes de una emboscada tendida por los partisanos cerca de la ciudad eslovena de Maribor.
En cualquier caso, después de pasar cuatro meses huyendo terminó en Austria, desde donde los británicos lo enviaron a un campamento para personas desplazadas situado en Italia, cerca de la ciudad de Fermo. Con él había otras veinte mil personas temporalmente sin Estado, en su mayoría originarias de Croacia, Bulgaria y Hungría. Los campos para desplazados eran parada obligada para los millones de europeos sin hogar, personas que habían sido empujadas por los ejércitos o liberadas de campos de concentración, y las condiciones de vida eran notoriamente precarias. Los campos eran también escondites muy frecuentados por criminales de guerra: funcionarios y administradores que se habían despojado de sus uniformes e identidades para tratar de confundirse con las masas.
El riesgo de esa estrategia residía en que te podías pasar meses perdido y olvidado, con la posibilidad de padecer enfermedades y desnutrición. O que alguien pudiera reconocerte, o descubrir algo entre tus papeles que te delatara, a no ser que tuviera amigos que pudieran conseguir nuevos documentos o una salida.
Matek había pasado aparentemente nueve meses en Fermo antes de quedar en libertad en Roma, bajo la custodia de la Comisión Pontificia de Ayuda a los Refugiados. En Roma entró a trabajar en las oficinas de la Confraternità di San Girolamo di Illirici, donde una hermandad croata de sacerdotes franciscanos desarrolló actividades de asistencia a sus compatriotas errantes, con sede en la orilla derecha del Tíber, a poco más de un kilómetro de los muros del Vaticano.
Los sacerdotes eran allí antititoístas, anticomunistas, anti todo aquel que quisiera desenterrar viejos secretos relacionados con sus amigos. Consiguieron un nuevo juego de documentos de identidad para el recién bautizado Matek, que se despojó de su antiguo apellido de Rudek.
Matek se quedó en Italia hasta 1961, unos años después de la muerte del papa Pío XII. Después, al parecer, muchos de los más cuestionables refugiados políticos croatas comenzaron a hacer uso y abuso de su acogida. Matek se repatrió a Yugoslavia con su nuevo nombre. Al parecer cruzó la frontera sin incidentes y se reasentó en la ciudad de Travnik, en el centro de Bosnia, a bastante distancia del lugar donde se había criado y muy lejos de cualquier lugar en el que hubiera servido durante la guerra. Y allí seguía, y mientras tanto le había ido bastante bien. No constaba referencia alguna a cómo había aflorado de pronto su antigua identidad después de todos aquellos años, pero al parecer sus vecinos seguían sin saber nada.
La guerra reciente le había brindado oportunidades sin precedentes para la expansión de sus diversas empresas, y ahora era dueño de una cadena de estaciones de servicio y había logrado la adjudicación de varias concesiones de la ONU y la Unión Europea para la reconstrucción, por valor de unos 200.000 dólares hasta la fecha, parte de los cuales se habían destinado en realidad a la reconstrucción de viviendas. Una subvención noruega destinada a la reconstrucción de una distribuidora local de refrescos se había desviado de alguna manera para ayudar a reconstruir una distribuidora local de cervezas y licores, la mayor de la región, de hecho, propiedad de Pero Matek. Y prácticamente nada de un préstamo de 100.000 dólares para el desarrollo económico concedido un año atrás por el Banco Mundial para estimular el empleo local se había gastado para la finalidad a la que estaba destinado. Los funcionarios del Banco Mundial estaban ya convencidos de que el prestatario no lo amortizaría. Demasiados gastos indirectos y trámites burocráticos. Expectativas demasiado poco realistas. Aunque el prestatario hacía cuanto estaba en su mano, desde luego.
Vlado movió la cabeza desaprobando aquel derroche y aquella locura. Estaba casi tan indignado por el comportamiento reciente de Matek como por el pasado de aquel hombre. De lo contrario, sería posible censarlo como otro anciano encorvado que jugaba al ajedrez e intentaba olvidar, con el deseo de que lo dejasen en paz con sus nietos. Éste no se había casado, no había una familia, y se había aplicado en el duro trabajo de ganar dinero con las privaciones y la corrupción. Y ahora Vlado iba a conocerlo, iba a hacer oscilar ante él la zanahoria que al parecer más ansiaba, el acceso al lucrativo negocio de la eliminación de minas.
Vlado hojeó hasta la última página, una actualización de hacía sólo una semana. Matek parecía gozar de un estado de salud excelente, a juzgar por el informe de un funcionario del Banco Mundial que le había hecho una visita para interesarse con inquietud por el estado de la concesión. Parecía que ahora estaba conectado a Internet, si bien seguía siendo un tanto rudo a su rústico modo, seguía agasajando con grandes cantidades de carne carbonizada y bebidas fuertes. Un vaso tras otro de rakija. Su personal de seguridad parecía haber causado una gran impresión -varios hombres con grandes armas, una garita en la entrada con verja- y difícilmente se dejaba ver en Travnik sin un guardaespaldas, a menos que estuviera con una mujer. Una mujer en particular, la esposa del alcalde de una población vecina, parecía ser el centro de sus atenciones recientes.
Vlado se estiró, miró su reloj. La media hora había pasado ya, y a través del cristal vio a Pine con Benny, enfrascados en una discusión. Guardó el informe en su carpeta, la dejó en el escritorio de Pine y abrió la puerta del despacho.