– Lo dejé hace años, pero esta noche no puedo evitarlo -dijo.
– ¿Dónde está la tumba de mi padre? -preguntó Vlado, pensando que quizá mereciera la pena hacer una visita.
Aun sabiendo que estaba vacía, parecía un monumento adecuado a la parte de la vida de su padre que no había conocido.
– No muy lejos de aquí, bajando por la colina. Yo sigo visitándola para pensar. Para hablar con él de las cosas que hago. Es un lugar muy tranquilo. Pero ahora… -Se encogió de hombros débilmente, mientras su voz se apagaba-. Si hubiera tenido dinero le habría comprado una cappella, un sitio grande que pudiera visitar de verdad. Pero no tenía suficiente dinero.
– Disculpe -dijo Torello, que pareció recuperar el interés-. ¿Ha dicho algo de una cappella?
– Sí -dijo Vlado-. ¿Es una especie de tumba?
– Es una capilla, pero cuando está en un cementerio es un panteón, como una capilla en miniatura. Sería un escondite perfecto. ¿Ha dicho que Matek, o Barzini, compraron una?
– No. Me ha dicho que le habría gustado comprar una para mi padre, pero no pudo permitírselo. Sólo consiguió una sepultura y una lápida. Y no la compró hasta después de que Matek y mi padre desaparecieran, de modo que la fecha no sirve.
– Sí, tiene razón. Estoy empezando a cansarme.
Torello frunció el entrecejo, la luz de sus ojos había desaparecido.
– ¿Qué te preguntaba de una cappella? -dijo Lia a Vlado, que comenzaba a sentirse como un mediador internacional, con todo aquel ir y venir en dos idiomas, mientras los demás hablaban un tercero entre ellos.
– Pensaba que si Matek había comprado una para su familia, podría haber guardado allí las cajas por las que le ha preguntado.
– Pero es que sí compró una -dijo ella, con una repentina luz en los ojos-. Para su hijo.
Vlado dejó lentamente su cigarrillo en el borde de su plato.
– ¿Matek tenía un hijo?
– Sí. Murió muy joven, por la gripe. Y Matek compró para él una cappella enorme. Demasiado grande para un niño pequeño, pero Matek era así. Le gustaba hacer grandes gestos, alardear. Está en el mismo cementerio que la lápida de Josip.
– Seguro que ni siquiera Matek utilizaría la tumba de su único hijo como escondite -dijo Vlado, sin tenerlas todas consigo.
– El Pero Matek que yo conocí sí lo haría -dijo Lia con firmeza.
Vlado se volvió hacia Torello para traducir, pero Lia le detuvo.
– No -dijo, levantando una mano, un gesto que sólo sirvió para despertar el interés de Torello-. No quiero que lo sepan. Las autoridades locales, no. Por favor.
– ¿Qué la ha disgustado? -preguntó Torello-. ¿De qué está hablando?
Vlado miró sus ojos suplicantes y asintió ligeramente con la cabeza. Quién sabía por qué actuaba así, pero por ahora accedería a su petición. Le debía por lo menos eso.
– Está preocupada por Matek -dijo Vlado a Torello, mientras trataba de pensar con rapidez-. Le preocupa que venga aquí. Que intente esconderse aquí, o que la obligue a ayudarlo.
– No es probable -dijo Torello quitándole importancia-, pero puedo mandar a alguien para que vigile la casa si así se siente mejor.
– Dígaselo, entonces.
Torello habló y Lia pareció calmarse; miró a Vlado al tiempo que hacía un gesto de agradecimiento con la cabeza. Después, volviendo de nuevo a su lengua materna, le dio apresuradamente indicaciones para llegar al cementerio. Estaba en el camino de vuelta a la ciudad, dijo, a sólo diez minutos en coche, y había un gran arco de piedra en la entrada. Pero el mejor camino -más rápido y más directo- era a pie, bajando directamente la colina entre los árboles por un estrecho sendero que salía al otro lado de la carretera. Cinco minutos como mucho.
Transmitió la información sin emplear ni una sola vez la palabra «cappella» ni otra expresión que pudiera alertar a Torello. Después dijo a Vlado que el panteón de Matek estaba en el extremo nororiental, a sólo unas hileras de la lápida que señalaba la tumba vacía de su padre.
En ese instante sonó el buscapersonas de Torello, y éste se excusó y salió para telefonear a su despacho desde el coche.
– Saldré enseguida -le dijo Vlado-. Creo que más o menos hemos terminado aquí.
Cuando Torello salió, Vlado puso sus dos manos sobre las de Lia y las agarró mientras se ponía de pie.
– Tengo que irme -dijo-. Pero espero volver.
Ella asintió.
– La cappella de Matek será la única del cementerio en la que no haya flores -dijo-. La madre del niño dejó de ir hace años. Ni siquiera sé si está viva todavía. No quiso saber nada de mí desde que desaparecieron. No creo que el tiempo que pasó con Matek fuera muy feliz. Y recuerda, el nombre es Barzini.
Estaban ya en la puerta. Vlado pudo ver a Torello sentado ante el volante, hablando por teléfono con la luz interior encendida. Cuando Vlado se volvió para despedirse, Lia le puso una mano en la cara y presionó ligeramente, casi como si fuera una médium que intentara detectar algún rastro del alma de su padre.
– Estoy cansada -dijo-. Hablar de aquellos tiempos siempre me deja rendida. Pero esta vez más que nunca. -Y después, casi con timidez, preguntó-: ¿Has dicho que se llamó Enver cuando volvió a Yugoslavia?
– Sí. Enver Petric.
Lia sonrió, bajó la vista y dejó caer la mano en el costado.
– Desde luego no tenía nada de Enver. Sólo de Josip. Hasta de Giuseppe. ¿Pero Enver? Debía de darle vergüenza cada vez que lo pronunciaba.
– No sabría decirle -dijo Vlado, sin saber qué contestar.
Ella levantó la vista, sonrojándose.
– Pero puede que eso cambiara cuando tú naciste. Seguro que tener un hijo hizo que llamarse Enver mereciera la pena, ¿no crees?
– Eso espero -dijo Vlado con una sonrisa vacilante, sintiéndose incómodo.
– ¿Tienes hijos?
– Sí. Una hija de nueve años.
Su sonrisa se amplió al pensar en Sonja, y se preguntó qué pensaría de todo aquello.
– A ti no te importaría cómo te llamase. Cualquier nombre que escogiera te parecería bien, ¿no crees?
– Sí. Claro.
– Muy bien, entonces.
Aquello pareció darle cierta paz; volvió a ponerle una mano en la mejilla y la dejó allí durante unos segundos. Vlado sintió la aspereza de la piel arrugada, pero también su calor. Por el rabillo del ojo vio a Torello, que en ese momento estaba de pie junto a la puerta abierta del coche, esperando.
– Tengo que irme -dijo Vlado.
– No dejes de informarme de lo que averigües -dijo Lia-. Prométemelo. Y entonces, a lo mejor tengo algo más que contarte.
Aquello parecía ser todo lo que quería decir al respecto en ese momento, de modo que reprimió el impulso de hacer más preguntas. Se despidieron, y Torello y él volvieron a montar en el coche para hacer el largo trayecto de regreso descendiendo por la estrecha carretera que desaparecía entre las nubes.
29
– Era mi coordinador -dijo Torello cuando Vlado entró en el coche-. Ha habido un asesinato en una pensión de la ciudad. Creen que la víctima es Andric. Varón sano de cincuenta y tantos en posesión de tres pasaportes distintos. La cara concuerda con la fotografía de Interpol. Pero no hay mucho que ver ahí abajo. Dos disparos a escasa distancia, gran calibre, probablemente con silenciador.
Luego era cierta su teoría sobre las razones de Matek y Andric para acudir a la ciudad. Y ahora el aspirante más joven y fuerte había caído, dejando el camino libre a Matek. Vlado se dio cuenta de que debía ponerse en marcha, aunque sólo conocía un lugar en el que buscar. Se habría sentido mejor con Torello a su lado, pero Lia había insistido en que no dijera nada a la policía local. Aunque no creía que ella quisiera que se jugase el pellejo.