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– ¡Fermi! ¡Polizia! -gritó un altavoz.

A Vlado le zumbaban todavía los oídos por el disparo. Los haces de luz de los reflectores oscilaban ahora en dirección a él; se apoyó en el bajo muro del sepulcro y se puso de pie torpemente, con la adrenalina al máximo, aunque sus manos seguían atadas dolorosamente a la espalda. A través de la puerta pudo ver a Matek alejarse hacia un lado en la oscuridad. A veinte metros de distancia hacia la izquierda una forma oscura se movía entre las lápidas, en el límite de los haces de luz.

– ¡Fermi! ¡Fermi! -volvió a ordenar el altavoz.

Pero Vlado había eludido ya la luz cegadora y corría detrás de Harkness, inclinando la cabeza hacia delante para mantener el equilibrio con los brazos atrás. Notó la presencia de unas figuras oscuras en algún lugar a su izquierda y hacia atrás que venían tras ellos. La hierba estaba resbaladiza y estuvo a punto de perder el equilibrio al golpear con un pie un indicador pegado al suelo. Harkness apenas era visible, pero Vlado seguía viendo la pistola que llevaba en una mano. Estaba en buena forma, pero ser más joven ayudaba, y Harkness dio un ligero traspié al tropezar también con una piedra. Debió de oír a Vlado resoplar más cerca, porque miró por encima del hombro, con la cara pálida en la penumbra. Las voces de la policía parecían retroceder. Debían de haber rodeado el camión, quizá persiguiendo a Matek, o preocupados por la cappella.

Habían llegado a una cuesta y Vlado avanzaba formando un extraño ángulo, manteniendo a duras penas el equilibrio, pero a diez metros de Harkness, impulsado por la cólera. Vio que Harkness se detenía y se volvía con el arma dispuesta, cambió de dirección bruscamente y dio un traspié hacia la derecha al tiempo que veía salir el fogonazo de la pistola, acompañado de un estruendo que resonó en las colinas. Se abalanzó hacia los tobillos de Harkness mientras perdía el equilibrio, sabiendo que seguramente el próximo disparo sería desde demasiado cerca para que errase. Sintió que las piernas de Harkness se doblaban bajo su pecho al desplomarse, todavía intentando seguir adelante. Cayeron los dos con fuerza en el suelo húmedo; Vlado se quedó sin aliento, y trató de incorporarse torpemente, con las manos atadas todavía a la espalda, mientras Harkness buscaba algo a tientas, quizá la pistola. Vlado se estremeció con un segundo fogonazo, pero éste era mucho más pequeño, y vio que Harkness había sacado un encendedor y lo acercaba al borde del sobre marrón, que estaba un poco más allá sobre la hierba. La llama iluminó la escena con un resplandor ámbar que le permitió ver el blanco de los ojos de Harkness. La esquina del sobre comenzaba a prenderse mientras Vlado avanzaba hacia él de rodillas. Harkness avanzó retorciéndose detrás de él hasta que consiguió agarrar el sobre y lanzarlo un palmo más allá. Pero el movimiento apagó la llama, y mientras el sobre caía al suelo girando, Vlado cayó desplomado, con el pecho sobre la cabeza de Harkness. El humo con olor a humedad se le metió en la nariz.

– ¡Maldito imbécil!

La voz de Harkness era un grito apagado bajo el estómago de Vlado. Harkness se revolvía como un animal enterrado que intentaba volver a la superficie. Vlado se separó rodando y miró rápidamente a su alrededor en busca del arma, pero no la encontró.

– ¡Vlado! -gritó otra voz a su espalda.

Era Pine, que venía hacia ellos y estaba ya a unos veinte metros.

– Por aquí. He cogido a Harkness.

– Tengo una pistola -dijo Pine-. De modo que nada de movimientos bruscos.

Vlado se incorporó lentamente, mientras Harkness permanecía boca abajo, jadeando pesadamente y maldiciendo entre dientes. Pine se arrodilló en el suelo y recogió algo.

– Mira -dijo-. Ahora sí que tengo un arma. Debe de ser suya. Levantaos despacio los dos. Y si piensas que no voy a disparar, Harkness, piénsatelo dos veces.

– Sois unos malditos imbéciles los dos si creéis que las cosas se hacen así. Sobre todo tú, Pine.

Pine no hizo caso.

– ¿Estás bien, Vlado? ¿Es sangre lo que tienes en la cara?

– Sólo es un rasguño. Estaré bien si me quitas el alambre de las muñecas. ¿Dónde está Matek?

– ¿Está aquí?

– ¿No lo has visto?

– No. Los policías están histéricos con las cajas. Tu amigo Torello las ha encontrado en el camión.

– Matek está herido. No puede haber ido muy lejos.

– Será mejor que vayas a decírselo a los demás. Yo me ocuparé de éste. Date la vuelta y deja que te quite esto. Harkness, no te muevas.

Harkness seguía en el suelo, agotado. Un policía corría hacia ellos entre las lápidas, y Pine le dejó gustoso que cortara el alambre de Vlado, que se frotó las muñecas; tenía los brazos doloridos. Vlado recogió el sobre chamuscado de los documentos y se dirigió deprisa hacia la cappella. Había otros dos policías junto al camión, y uno de ellos era Torello.

– Encontramos una escritura de la cappella en la habitación de Andric -dijo-. Pensé que lo mejor era darnos prisa. Pero no pensé que te encontraríamos aquí.

Había un leve tono de desaprobación en su voz, pero Vlado tenía preocupaciones más importantes en ese preciso momento.

– ¿Dónde está el otro hombre? -preguntó apresuradamente.

– ¿Tu colega, el señor Pine?

– El otro sospechoso. Matek.

– No he visto a nadie. Sólo a ti y a ese otro americano.

Hizo una seña en dirección a Harkness, que cruzaba el cementerio con Pine y el policía detrás. Caminaban en fila de a uno, tan lentos como si portaran un féretro.

Vlado miró en el interior de la cappella, pero sólo encontró a otro policía husmeando en el sepulcro. Junto a la puerta recogió la linterna de Harkness. Seguía encendida, y trazó con su haz de luz un amplio arco en la lejanía. Nada. Después de todo aquello, Matek había logrado escabullirse otra vez, un superviviente a través del tiempo. Vlado sintió una tremenda decepción. Por lo menos había podido salvar los documentos. ¿Pero dónde estaba Matek? No podía haber ido muy lejos en el estado en que se hallaba, pero si había llegado a la carretera podía haber parado un taxi.

Vlado recorrió unas hileras de tumbas, escudriñando en la oscuridad pero sin ver otra cosa que ángeles de piedra, panteones y losas de mármol. Nada estaba vivo, nada se movía. Entonces la poscombustión de su adrenalina le hizo derrumbarse sobre una de las lápidas. Apagó la linterna mientras pensaba en su siguiente movimiento, preguntándose hasta qué hora circulaban los trenes.

El motor de uno de los coches de la policía se puso en marcha. Era probable que estuvieran deseosos de difundir la noticia del hallazgo del oro. Al amanecer toda la ciudad estaría enloquecida, y sería más difícil que nunca conseguir que alguien buscara a Matek. Pero por ahora al menos podían alertar a la estación de ferrocarril y a las centralitas de taxis. Vlado se levantó cansinamente en medio de la oscuridad. Volvería a ser una caza lenta y meticulosa, en la que seguramente no le dejarían participar.