Aquello era un eufemismo, pensó Vlado, recordando los perturbadores silencios de su padre. Como un pájaro en su percha, viendo cosas debajo que los demás no veían, pero sin molestarse nunca en compartir cuáles eran. Su madre siempre había sido la habladora de la familia.
– La familia siempre parece marcar la diferencia en su país -dijo Pine-. Las familias y el lugar donde uno se ha criado. Es algo que siempre me asombra. Se encuentra uno con personas de las aldeas más minúsculas que fueron desarraigadas durante los combates, que tal vez tuvieron que mudarse a treinta kilómetros valle abajo, pero podría pensarse que se habían mudado a otro país, por su forma de hablar. Su aldea era lo único que les importaba. Caray, cuando se ha nacido en una pequeña ciudad de Estados Unidos, lo que uno desea es salir de allí. Quedarse es morir poco a poco. Creo que ésa es una de las razones por las que no entendemos ni la mitad de lo que ha sucedido en Bosnia. Nosotros tuvimos la guerra civil, y por el camino expulsamos a unos pocos millones de indios, y tenemos problemas raciales y delincuencia y pobreza. Pero la historia es más o menos, en fin, historia. La gente está demasiado preocupada por su trabajo y sus equipos deportivos y por lo que pongan esa noche en la televisión por cable para liarse a tiros por algo que sucedió hace unos cincuenta años, y menos aún hace seiscientos.
– Eso es porque ustedes no crecieron oyendo a los mayores renegar de la última guerra. Diciendo que no te creas todas esas tonterías de la paz y la hermandad porque un día esa gente de la casa de al lado intentará hacértelo otra vez. En algunos lugares daba igual que fueras serbio, musulmán o croata. La desconfianza nunca llegó a desaparecer de verdad, y una vez que comenzaron los combates… ¡zas! Se acabaron la paz y la hermandad.
– Nosotros también tenemos un montón de viejos chochos que refunfuñan cuando se sientan a cenar. Pero pensaba que crecer era en parte no creer ni una palabra de lo que los padres te dicen. En América nadie escucha a los viejos chochos excepto otros viejos chochos. ¿Pero qué os pasó a vosotros, tíos?
A esas alturas Pine estaba borracho. Pero Vlado, también alegre, se dio cuenta de que aquel hombre había hecho una buena observación.
– Supongo que todos adquirimos algo más de lo debido de la «sabiduría de los mayores». Hasta yo lo hice. Y mire dónde nos ha llevado.
– Pero usted no se dedicó a cazar serbios durante la guerra, así que no es posible que estuviese demasiado envenenado. ¿Cuál era la sabiduría de los mayores de su casa?
Otra buena pregunta. Vlado se encogió de hombros, mientras lo pensaba.
– A mi padre le traía sin cuidado la política, así que tal vez sea por eso por lo que yo tampoco me preocupé mucho por ella. Lo que transmitía eran cosas pequeñas en su mayoría. Su forma de vivir. Sus hábitos de trabajo. Ser leal, una persona en la que se pudiera confiar. Demostrar que, incluso cuando venían mal dadas, era posible doblarse sin romperse.
– Nada de estrechez de miras, entonces. Nada de la mentalidad pueblerina en la que debió de criarse.
– También en eso, sólo pequeñas cosas. Viejas historias sobre sus primos o sus tías. Tradiciones los días de fiesta. La mejor manera de descuartizar un cordero para un banquete de boda. La mejor manera de reparar una junta universal rota. Cosas que se podían hacer con las manos. Algunos padres transmitían sus creencias, sus odios y pasiones. El mío me dio su forma de ver la vida. Y una caja de herramientas.
– ¿Una caja de herramientas?
– Es lo más importante que me dejó al morir. Eso y algunas fotografías antiguas.
Pine no tenía nada que decir a aquello. Se pasó la mano por la cara y se inclinó hacia la mesa.
– He bebido demasiado.
– Tal vez un poco -dijo Vlado con una sonrisa.
– Supongo que hemos obligado a Jasmina a acostarse.
La sonrisa de Vlado se hizo más amplia.
– Ahora somos nosotros los que actuamos como viejos chochos aldeanos. Bebiendo hasta las tantas una vez que las mujeres se han ido a la cama. Ahora es cuando se supone que debemos sacar una baraja, o comenzar a discutir y tirar al suelo la mesa.
Pero Jasmina no estaba dormida. Vlado miró hacia el pasillo y vio una línea de luz debajo de su puerta. Aquello le hizo recordar algo que le había estado rondando por la cabeza durante toda la noche. Antes de acabar la noche, tenía que ocuparse de ello, cara a cara. Pine habló en voz alta desde el otro lado de la mesa, rompiendo su ensoñación.
– Bueno, dele otros seiscientos años a América y tal vez nos quememos las casas unos a otros. Desde luego, entonces todos tendremos un número ilimitado de canales en el sistema de televisión por cable, así que nadie tendrá tiempo de empezar una guerra.
Entrechocaron las copas por eso, riendo.
– Tal vez toda Bosnia necesite perder un poco la memoria colectiva -dijo Pine-. Muchos de nosotros en el Tribunal pensamos que es la única solución verdadera. Un poco de terapia de electrochoque para todos y se acabaron los problemas.
Pine volvió a reír.
Vlado quiso hacerlo. Pero había algo vagamente perturbador en el pensamiento de todos aquellos americanos y europeos en sus elegantes apartamentos holandeses, que se reían mientras tomaban cócteles de la recurrente locura genocida de su país. Divirtiéndose a costa de todos aquellos rudos campesinos con su curiosa ignorancia, tan distantes de los europeos más modernos como de los campesinos con cara de pan de Brueguel.
Vlado aspiró profundamente de su cigarrillo y expulsó una nube hacia Pine. Si aquel hombre podía habituarse a la historia de los Balcanes, podía acostumbrarse al humo de los Balcanes.
– Mire, ese trabajo que me pide que acepte; se lo voy a decir ahora mismo, es probable que lo haga. Jasmina no querrá mudarse. Detesta el trabajo que hay por aquí, pero le gusta la paz, la estabilidad, así que eso es algo que tendremos que decidir más tarde. Pero me sigo preguntando en qué diablos me estoy metiendo. Tal como yo lo entiendo, ustedes quieren mi «pericia local» para ayudarles a echar mano a un anciano del que nunca he oído hablar, de una guerra que no conocí, en una ciudad que puede que nunca haya visto. Y le voy a decir ahora que nunca he trabajado en la clandestinidad. No estoy seguro de lo convincente que pueda ser haciéndome pasar por algún tipo de agente de concesiones de remoción de minas. Así que dígame, ¿qué parte del cuadro me estoy perdiendo? ¿Por qué yo?
Pine sonrió, entrecerrando los ojos en medio del humo del tabaco. Vlado lo vio tambalearse ligeramente, quizá por el agotamiento del largo viaje en tren, la comida fuerte y las cinco copas de brandy. Después Pine se enderezó en su silla, como si se hubiera dado cuenta de que había bajado la guardia. Tenía cuidado cuando debía tenerlo, observó Vlado. Tal vez aquello era parte de su formación como abogado.
– Buena pregunta. Pero tendrá que reservarla para mi jefe. Lo conocerá esta misma semana. Sólo diga que sí y lo sabrá muy pronto. Lo único que puedo decirle es que, basándome en su expediente, es usted lo que se suele llamar «el último policía honesto de Bosnia».
Aquello mereció otras risas, y Vlado sirvió una última copa. La respuesta de Pine debería haber activado una alarma, Vlado lo sabía, pero tenía sus propios medios para responder a las preguntas que seguían inquietándolo, sin importar lo tardío de la hora.
Por el momento, sin embargo, su impulso dominante era hacer el equipaje, sentarse ante un montón de notas sobre casos y comenzar a hacer el trabajo que hacía antes. Si lo hubieran presionado, incluso se habría subido a un coche en aquel mismo instante para viajar hacia el sur durante dieciocho horas, cruzar la frontera y ascender a las verdes colinas, con los oídos destapándose, las ventanillas abiertas, sintiendo en la cara el aire fresco de las hayas, los álamos y los pinos. Estaba listo para ir a casa; cuanto antes, mejor.