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Desde allí emprendí viaje a San Petersburgo, donde un viejo y buen amigo me hizo un regalo inapreciable: un perro de caza, descendiente de la perra que parió persiguiendo a la liebre. Por desgracia, un cazador poco avezado mató a este perro, al tirarle a una bandada de perdice, la piel del animal me sirvió para hacerme un morral que, cuando lo llevo de caza, me conduce infaliblemente hacia donde está la pieza. Si me hallo a distancia de tiro, salta uno de sus cierres hacia la presa, y nunca yerro el disparo. Como veis, me quedan aún tres cierres, pero cuando llegue la temporada de caza haré que le pongan algunos más.

Por hoy, me tomaré la libertad de dar por terminado mi relato. Os deseo a todos, muy buenas noches.

Fin