La operación que se realiza, la habitación que se limpia, la convicción que se expresa, la mano que se tiende, la lección que se dicta, el tratado que se firma, el sueño que se interpreta, el objeto que se persigue, el peso que se levanta, son sucesos que no tienen, al menos para mí, esa característica de llenar o vaciar. Pero el escozor que se rasca, el libro que se escribe, el agujero que se horada, la apuesta que se gana, la bomba que explota, el furor que termina en asesinato, las lágrimas que se secan, estos son los modelos de plenitud y abolición. En esta segunda lista de actos, lo que se hace se concluye realmente. Y esto es, en definitiva, lo que todo el mundo busca o desea. Ejecutar una intención significa abolir un deseo. El advenimiento de cualquier cosa trae consigo el problema de su desbordamiento, su disolución. Lo único subrayable en mi persona es que me entregué a esta tarea con mayor comprensión que el común de la gente, limitando por consiguiente mi vida mucho más de lo que suele hacerse. El verdadero advenimiento a mí mismo me sugería el problema de mi propia disolución.
¡No es tarea fácil! Existe una gran dificultad para concluir algo. Por fortuna, la conclusión de la mayoría de las cosas no depende de nosotros. Por ejemplo, no tenemos que decidir cuándo vamos a morir. Aguardamos inesperadamente nuestras muertes, sin justicia. Este es el único y verdadero término de todo.
De igual modo, mis sueños y mis preocupaciones por mí llegaron a su fin por puro azar. No había simetría intelectual en ellos. Fui yo quien los dotó de significado mediante mi propia sumisión a los sueños y al modo de limitar mi vida. Quizás, en cierto modo, mi vida acabó con el fin de mis sueños y sus perturbaciones. Pero no realmente. Soy un creyente convencido de la existencia póstuma. ¿No es acaso a la visión póstuma que todos inconscientemente aspiramos? Y no sólo cuando nos permitimos la esperanza de la inmortalidad. He sido mucho más afortunado que la mayoría. He tenido tanto mi vida, como la continuación de mi vida: esta existencia póstuma se prolonga a sí misma en la meditación y en el goce de un paisaje limpio y claro. No tengo proyectos para el futuro. Lejos de mí, sin embargo, decidir si la parte activa de mi vida se halla realmente concluida. Quién sabe si una nueva serie de sueños podría algún día devolverme a un conjunto de especulaciones que también podrían ser muy diferentes de las que hasta ahora he realizado. Sin proyectos, pues, ni de fin ni de nuevo principio, sigo viviendo la vida que se me permite.
Ahora, aunque es difícil, debo dar término a lo escrito. Pues debo acabar, tendré que hacerlo sin intentar convencer, del mismo modo que Dios, o la Naturaleza, no tratan de convencernos de que ha llegado la hora de morir; convencidos o no, morimos. Concluiré, no mediante la descripción de un acto, no con una de mis ideas favoritas, sino con un gesto. No con palabras, sino con silencio. Con un retrato de mí mismo, tal como estaré sentado al terminar esta página. Es invierno. Pueden imaginarse en una habitación desnuda, mis pies junto a la estufa, abrigado con varios suéteres, mi pelo negro volviéndose gris, disfrutando las pequeñas tribulaciones de la subjetividad y el descanso de una intimidad genuina.