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– ¿Qué quieres decir con desaparecido? -pregunté.

– ¿Qué coño te parece que quiero decir? Ha desaparecido. No está por ninguna parte y nadie lo ha visto desde hace tres días.

– ¿Y tú crees que tengo algo que ver?

– No. Por eso te he hecho venir. Quiero que lo encuentres.

– Estoy ocupado.

– Sí… y una de las cosas que te tienen ocupado es encontrar al joven Gainsborough. Todo está relacionado, Paul andaba con él. Los dos tenían grandes ideas; quién carajo sabe cuáles serían, pero tenían grandes ideas. -La fea boca de Costello se aflojó todavía más por debajo del bigotito-. Es lo único que tiene Paul… grandes ideas. Ni putas pelotas ni cerebro para que sean algo más.

Di un sorbo de whisky. En comparación, el mejunje que me habían servido en el establo de Sneddon era verdadero néctar. La cantante seguía con su serenata de fondo.

– ¿No sabes dónde desapareció ni por qué?

Costello meneó su cabezota sombría.

– Esos dos payasos que me han traído… ¿cómo se llaman?

– ¿Cómo? -Me miró desconcertado-. El de pelo negro se llama Skelly. Y su compañero, Young. ¿Por qué?

– ¿Tú le has dicho a Skelly que me pusiera una pistola en las costillas para traerme aquí? Me tomo muy a mal que me apunten con un arma.

Costello me miró muy serio y negó con la cabeza.

– Es un puto gilipollas. Le he dicho que se asegurase de que vinieras, pero ninguno de mis hombres tiene que llevar armas salvo que yo lo diga. Ya arreglaré cuentas con él.

– No -dije-. Yo le hablaré. Creo que será más eficaz si la cosa viene de mí, ya me entiendes. Pero no te preguntaba por Skelly y Young por eso. Me han dicho que los vieron con Sammy Pollock antes de que desapareciera. Si no eran ellos, serían sus gemelos por la descripción que me dieron.

– Son más jóvenes que el resto de mis hombres. Siempre van por ahí con Paul, creyendo quizá que él es el futuro. Una esperanza bien jodida. Pero vamos, Paul andaba con Sammy, y Skelly y Young andaban con Paul.

Me disponía a dar otro sorbo de whisky, pero dejé el vaso en la mesa. Prefería mantener el estómago entero.

– Hagamos una cosa -le dije-. Aún estoy investigando el asunto de Sammy Pollock. Si descubro algo sobre Paul, te lo diré.

– Te pagaré…

– No hace falta. Pero me deberás un favor. Y otra cosa: quiero que olvides lo que sucedió entre Paul y yo. Y también con tus tres matones.

– Ya he dicho…

– Es que aún queda algo… -Miré a Skelly, que estaba en la barra hablando con su colega rubio-. Soy un hombre de principios, si quieres decirlo así. Y uno de tales principios es que no tolero que la gente me encañone con un arma.

– Uf… Joder. -Costello miró a Skelly y luego a mí-. ¿No podrías dejarlo correr? No puedo permitir que andes abofeteando a mis hombres.

– Ese es el trato.

Costello se quedó callado unos instantes mientras resonaban los aplausos y vítores con los que concluyó la interpretación de la diva del canto. A mí mismo me daban ganas de aclamarla. Al extinguirse la ovación, Costello hizo un gesto de asentimiento de la única manera que él sabía hacerlo: hoscamente.

– Y ahora, volviendo a Paul -añadí-, lo primero que pensé que habrías hecho es hablar con ese tal Largo…

– ¿Qué? ¿Quién coño es Largo?

– ¿No conoces a nadie que se llame así?

– ¿Debería?

Me eché hacia atrás, con un suspiro.

– No tienes por qué. Toda la gente a la que le he preguntado dice que nunca ha oído hablar de ese Largo. Cuando me tropecé con Paul en el piso de Sammy, él creyó primero que yo era poli.

– ¿Te tomó por un poli?

– Sí… ya ves -dije, dando otro suspiro-, voy a presentarle una queja formal a mi sastre. En fin, cuando comprendió que no lo era, me preguntó si me había enviado Largo. Yo le pregunté quién era y él se negó a contestar, pero sí me dijo que se trataba de alguien a quien le debía dinero.

Costello me miró. La suya era una cara inexpresiva y no resultaba fácil descifrarla.

– No me gusta cómo suena -dijo por fin-. ¿Por qué iba Paul a pedirle prestado a nadie? Y si lo hizo, ¿cómo es que nunca he oído hablar de ese cabronazo de Largo?

– Pillé a Paul desprevenido, así que quizá esa historia de que le debía dinero a Largo fue lo mejor que se le ocurrió en ese momento. En todo caso, me interesa averiguar quién es ese tipo porque podría estar relacionado con lo de Sammy Pollock. Que Paul haya desaparecido del mapa probablemente también está relacionado, como ya has deducido. -Hice una pausa-. ¿Y qué me dices del Poppy Club?, ¿te suena de algo?

Costello negó con la cabeza.

– ¿Tiene que ver con Paul?

– Tal vez -dije-. Tal vez con Sammy Pollock, o tal vez con nada. -Me puse de pie y recogí el sombrero-. Muy bien, ¿quieres decirle a tu matón que me devuelva las llaves del coche? Te avisaré si averiguo algo sobre Paul.

– Una cosa, Lennox -dijo Costello-: En esta historia de Sammy Pollock, y ahora de Paul… ¿buscas gente o cadáveres? Porque no tiene muy buena pinta, ¿no?

Me encogí de hombros.

– Que hayan desaparecido no quiere decir que estén muertos, Jimmy. Empiezo a sospechar que los dos tenían algún trapicheo por su cuenta, seguramente con ese Largo del que nadie sabe nada. Podría ser que los estuviera persiguiendo para recuperar el dinero y que los dos hayan tenido que poner pies en polvorosa una temporada. Quién sabe.

– Es mi chico, Lennox. Mi hijo. Es un gandul y un gilipollas, pero es mi hijo. Encuéntramelo. No me importa lo que tú digas. Te aseguro que te saldrá a cuenta.

Asentí.

– Vale, Jimmy. A ver qué averiguo. -Me puse el borsalino-. Esperaré en el coche; dile a Skelly que me traiga las llaves.

El aire fresco era un término más bien relativo en Glasgow, pero me alegré de salir del Empire y de encontrarme en la calle. Sin prestar atención a las mugrientas casas de vecinos, levanté la vista por encima de los tejados y de las columnas de humo. Eran más de las diez, pero el cielo aún conservaba cierta claridad. La latitud de Escocia daba lugar a largas noches de verano. Me llegó una ráfaga de ruido al abrirse a mi espalda la puerta del pub. Me di la vuelta y vi salir a Skelly, acompañado de su compinche, el tal Young.

– Aquí están tus llaves, Lennox -dijo Skelly, dedicándome otra vez aquella sonrisa de dientes amarillentos.

– Gracias. -Tomé las llaves que me ofrecía con la mano izquierda-. Y tengo una propina para ti…

Me llevé la mano derecha al bolsillo de la chaqueta. A juzgar por la expresión de su cara, yo diría que Skelly pensaba realmente que iba a darle un billete de diez pavos. Saqué mi porra plana y flexible, y en el mismo movimiento con que la sacaba le aticé en el lado de la boca. Sonó algo a medio camino entre un chasquido y un crujido, y cayó redondo como una piedra. Su amigo dio un paso adelante y yo extendí la mano y le hice un gesto con dos dedos para que se acercase. Young decidió declinar la invitación y retrocedió.

Me agaché junto a Skelly. Estaba recobrando el conocimiento y tenía la cara llena de sangre. Se diría que le había hecho un favor: era obvio que no le tenía mucha afición a la pasta de dientes y deduje que ahora le quedarían unos cuantos dientes menos que cepillarse. Lo cacheé con la mano libre hasta dar con lo que andaba buscando y saqué del bolsillo de su chaqueta la pequeña Webley del 32.

– Ya tienes la propina. Y ahí va un consejo, Skelly: nunca, jamás se te ocurra apuntarme con una pistola. Ni siquiera con una pieza de anticuario como esta. Si vuelves a hacerme otro truquito parecido, te mato. No es una manera de hablar: te dejaré frito. ¿Entendido?

Él emitió un gemido incoherente por detrás de sus dientes rotos que tomé como una expresión de asentimiento. Me metí la Treinta y Dos en el bolsillo y miré al matón del pelo rubio.