– Si vuelvo a verte esa jeta, te la dejaré peor que esta. ¿Has entendido?
Él asintió.
– Que paséis una buena noche, chicas -dije en plan amable. Subí al Atlantic y me alejé.
Capítulo 7
Me pasé los dos días siguientes remando con brío sin llegar a ningún lado, ni sobre lo sucedido con Sammy Pollock, ni sobre lo que estaba sucediendo con Bobby Kirkcaldy. Empezaba a sopesar la posibilidad de cambiarle el nombre a la oficina y ponerle Investigaciones Sísifo. Lo único positivo era que pude dejar un mensaje en el Horsehead para que me llamara el joven Davey. Al final quizá sí tendría un trabajillo para él.
Sheila Gainsborough había vuelto a la ciudad. Me llamó a su regreso de Londres y no pareció nada satisfecha al comprobar que tenía tan poco que contarle. Insistió en que habláramos personalmente y yo le pedí que nos viésemos en el apartamento de Sammy. Fui allí esa misma tarde con el Atlantic.
Al llegar, casi no reconocí el piso. No había ni rastro del estropicio de la otra vez y el ambiente olía a cera de abeja.
Sheila llevaba su pelo rubio recogido con horquillas y lucía una indumentaria idónea para las tareas domésticas: una blusa a cuadros rojos con las puntas anudadas en el ombligo, que dejaban al descubierto unos centímetros de piel, y unos pantalones pirata azul cielo. No llevaba ninguna de las prendas sofisticadas que había exhibido en nuestro primer encuentro ni tampoco maquillaje, dejando aparte un toque de carmín. Y aun así tenía un aspecto de cine.
– Me he puesto a adecentar el piso -dijo-. Me hace sentirme mejor. Es como dejarlo bonito para cuando vuelva Sammy.
Me preguntó si quería un café y decidí correr el riesgo: el café típico de Glasgow era un turbio mejunje de achicoria mezclado con agua caliente. Pero Sheila podía ser cualquier cosa menos la típica representante de Glasgow y regresó con una bandeja cargada con una cafetera de filtro, lo cual prometía, con un par de tazas y un plato de dulces. Sirvió el café y se sentó frente a mí con las rodillas ladeadas y los tobillos juntos, al más puro estilo de las escuelas para señoritas. Volví a pensar que en su caso habían hecho un excelente trabajo.
Me ofreció un pasteclass="underline" una de aquellas cosas demasiado dulces que se habían vuelto tan populares desde el fin del racionamiento. Era una especie de dónut relleno de crema y mermelada que en el oeste de Canadá llamábamos Burlington Bun. No sabía cómo lo llamaban en otros sitios.
– No gracias. -Sonreí-. No soy goloso.
Observé que dejaba el plato sin servirse ella. Aquella figura se la trabajaba a fondo.
– La última vez que hablamos estaba muy preocupada por la desaparición de Sammy. -Se mordió el labio inferior pintado de rojo y me sorprendí pensando que habría preferido que mordiera el mío-. Ahora, señor Lennox, estoy muy asustada. Es como si hubiera desaparecido de la faz de la Tierra. Y usted no parece tener el menor indicio…
– Escuche, señorita Gainsborough. He averiguado una cosa. No quería contárselo por teléfono, pero… ¿se acuerda de Paul Costello, el tipo con el que nos tropezamos aquí la otra vez?
Ella asintió. Percibí una súbita agitación en sus ojos.
– Bueno -proseguí-, me temo que él también ha desaparecido. De la misma manera.
La agitación dio paso al temor y sus ojos adquirieron un brillo de lágrimas.
– Creo que debería contactar con la policía -le dije, dejando la taza en el platito y echándome hacia delante-. Sé que está muy preocupada y, para serle sincero, también yo lo estoy.
– Pero la policía… -Se interrumpió y frunció el ceño-. ¿Por qué cree que han desaparecido los dos?
– Mi teoría es que había algo de cierto en lo que dijo Costello sobre ese misterioso Largo. No creo que le debiera dinero, tal como él explicó, ni tampoco creo que Largo hubiese enviado aquí a sus matones si Sammy no hubiese estado implicado de algún modo. Aunque eso también lo negó Costello.
– Entonces, ¿usted qué cree que ha sucedido?
– No lo sé, con franqueza, pero me figuro que Sammy y Paul Costello se habían enredado en un negocio con Largo y que la cosa se torció. Si estoy en lo cierto, eso no tendría por qué ser malo. Podría significar que Sammy y Costello se han escondido por propia voluntad, lo cual explicaría por qué resulta tan difícil localizarlos: es justo lo que ellos quieren. Pero se trata solamente de una corazonada. Creo que debería ir a la policía. Aquí pasa algo serio, es evidente. Incluso suponiendo que sea cierto que Sammy se ha evaporado por sus propios medios, eso quiere decir que tiene motivos para estar asustado.
– No, nada de policía. Si es verdad lo que dice, es muy posible que Sammy haya infringido la ley. Gravemente. Y él no sería capaz de soportar la cárcel. -Frunció el ceño de aquel modo delicioso y sacudió la cabeza con decisión-. No, no. Quiero que siga buscándolo usted. ¿Le hace falta más dinero?
– Estoy servido por el momento, señorita Gainsborough. Lo único que voy a pedirle es que le diga a su agente que yo no trabajo para él. No tengo nada que explicarle a ese caballero. Yo trato directamente con usted, ¿de acuerdo?
Asintió. Busqué un cigarrillo, pero mi paquete estaba vacío.
– Ah, espere. -Se puso de pie y miró alrededor-. Sammy fuma. Estoy segura de que he visto unos cigarrillos por aquí mientras limpiaba. Ah, sí.
Se acercó al aparador pegado a la pared y trajo una pitillera de mesa plateada. La abrió y me ofreció uno.
– Tienen filtro -dijo, excusándose. Luego arrugó el ceño-. Mire… son del tipo por el que usted me preguntó. Igual que aquella colilla con pintalabios.
Tomé un cigarrillo y lo examiné. Tenía dos cercos dorados alrededor del filtro.
– Sí… son Montpellier, una marca francesa. Hay muchos circulando, por lo visto.
Encendí el cigarrillo y di una calada. Era como aspirar humo a través de una manta. Le arranqué el filtro con dos dedos y lo tiré en el cenicero. Luego estrujé el extremo desgarrado.
– Perdón -dije-. Los filtros están bien para las mujeres, pero le quitan todo el sabor, para mi gusto.
Sheila sonrió con la sonrisa de quien ya ha escuchado otras veces lo mismo.
– Entonces, ¿seguirá buscando? -preguntó.
– Seguiré buscando -contesté, haciendo una pausa para sacarme de la lengua unas hebras de tabaco-. Ya sé que no quiere que se entrometa la policía, pero ¿le importa que hable con un par de contactos que tengo allí? Estrictamente confidencial y sin que quede constancia.
– ¿Y si aumenta sus sospechas?
– Entre esos polis con los que trato lo único que aumenta son las tarifas. Déjemelo a mí.
Seguimos hablando otra media hora. Le pregunté si recordaba algo más de la gente que frecuentaba su hermano y en especial de la chica, Claire. Le pedí también que hiciera memoria y volviera a pensar si le sonaba el nombre de Largo. Doble negativa. Le pregunté si había algún lugar al que Sammy se sintiera especialmente ligado y a donde pudiera haber ido a refugiarse. Ella se detuvo a pensar. Lo intentó de veras, la pobre, pero no se le ocurría nada, ninguna persona, ningún detalle que pudiera hacerme avanzar en la búsqueda de su hermano.
La dejé con sus meticulosas y desesperadas tareas domésticas. Le dije al marcharme que al menos Sammy se encontraría el piso en perfectas condiciones.
La verdad era que los dos sospechábamos que solo estaba adecentando una tumba.
Fue el jueves por la noche cuando encontré un indicio, aunque tampoco fuera gran cosa. Había hecho toda la ronda por los clubes y los bares. A la mayoría Paul Costello solo les sonaba como hijo de Jimmy Costello, y los pocos que habían oído hablar de Sammy Pollock/Gainsborough lo relacionaban simplemente con Sheila Gainsborough. Apenas encontré músicos o cantantes que los conocieran, y mucho menos que hubieran recibido una oferta para que ellos dos los representaran. Me recorrí desde los contados locales de moda de Glasgow -como el Swing Den y el Manhattan- hasta los clubes más tirados y proletarios que abundaban a lo largo de la ciudad.