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– ¿A dónde quiere ir? -pregunté.

– A algún sitio tranquilo -respondió sin dejar de sonreír-. Donde podamos hablar.

Diez minutos después estábamos aparcados bajo el arco de ramas acogedoras que cubría Kelvin Way a su paso por el centro de Kelvingrove Park.

– Un día agradable para dar un paseo -dijo Deveraux, bajándose.

Cerré las puertas del Atlantic y lo seguí. Entramos en el parque y caminamos en dirección al museo y la galería de arte hasta que encontramos un banco bajo la sombra de un árbol. Deveraux llevaba un traje de estilo y corte muy parecido al que lucía cuando fue a verme a casa con Jock Ferguson, salvo que esta vez era de color azul; un azul demasiado claro que ningún nativo de Glasgow se habría decidido a llevar. Me figuraba que habría quedado bien en medio del calor bochornoso de un verano neoyorquino, pero entre los tonos apagados de tweed y sarga propios de Glasgow cantaba tanto como una trompeta chirriante amplificada con altavoz.

– Así que se le ha ocurrido tratar de averiguar quién me reservó la habitación, ¿no? -dijo, dejando sobre el banco su sombrero de paja y exhibiendo otra vez la precisión de ingeniería de aquel corte totalmente nivelado. Sacó un pañuelo y se lo pasó por la frente antes de volver a ponerse el sombrero.

– Esto parece típico de Graham Greene -dije-. Charlas misteriosas en los parques…

– ¿Creía que iba averiguar así quién me ha enviado? -inquirió Devereaux, sin hacer caso de mi comentario-. O sea, la identidad de mi cliente. ¿De veras lo creía?

– ¿Su cliente? -Me salió casi un bufido-. Si tiene un cliente, seguro que su lema es Fidelidad, Bravura, Integridad [7].

Devereaux soltó una risotada y me miró como evaluándome. Había un atisbo de respeto en sus ojos. También el brillo con que el león observa al antílope.

– Sí. Jock Ferguson tenía razón -dijo-. Es usted un tipo listo. De acuerdo, me ha pillado.

– ¿Cómo lo llamo, pues? -pregunté-. ¿Agente especial Devereaux?

– Sigue bastando con Dex. Y todo lo que hablamos la otra noche era cierto.

– Bueno, ¿y qué demonios hay en John Largo tan sumamente importante como para que el FBI mande a uno de sus mejores hombres en barco hasta Glasgow?

– En realidad llegué en avión. A Londres. Y tomé un tren hasta aquí. Y John Largo es así de importante, sin duda. En vista de que siente tanta curiosidad por mí, y en vista de que disfruta de una relación tan interesante con las fuerzas policiales locales, he pensado que sería bueno que mantuviéramos una charla sin la presencia de Jock Ferguson.

Se puso de pie y empezamos a caminar por el parque.

– ¿No se fía de Jock? -pregunté.

– Soy cauto, simplemente.

– Y sin embargo, ¿está dispuesto a confiar en mí?

Devereaux se echó a reír.

– Esa es una buena pregunta: ¿se puede uno fiar de un hombre que no se fía realmente de sí mismo? Bueno, permítame que le diga, Lennox, que es usted un tipo interesante. Como ya supondrá, he revisado todos los expedientes que hay sobre usted: historial de guerra, historial de posguerra. Sé que se relaciona con criminales, y que usted mismo ha realizado algún que otro trapicheo sucio. Y sé más de lo que podría creer sobre lo sucedido el año pasado.

No dije nada. Probablemente sabía más de lo que yo hubiera deseado. Más de lo que sabía Jock Ferguson, o de lo que creía saber.

– Como digo, revisé su expediente. Sé muy bien lo que es pasar una guerra como la que usted pasó. Yo estuve en el Primer Batallón Ranger. Ese fue uno de los motivos por los que me ofrecí a venir… Conozco Escocia. Hice la instrucción aquí, con los comandos británicos, antes de Omaha Beach.

Seguí sin decir nada. Todo el mundo tenía un historial bélico.

– También conozco los… -Deveraux hizo una pausa, contemplando los árboles del parque, para encontrar la palabra adecuada-… los problemas en los que se vio metido hacia el final de su servicio en el ejército. Las acusaciones de trabajar para el mercado negro. Y lo sé todo sobre ese socio alemán suyo que apareció muerto en el puerto de Hamburgo. -Devereaux se detuvo en medio del camino y se volvió hacia mí-. ¿Y sabe lo que veo, Lennox? Veo a un hombre en quien se puede confiar por la mejor razón de todas: el dinero. No sé en qué líos andará metido Ferguson, quizá en ninguno, pero me da la impresión de que la mitad de los polis de esta ciudad se dejarían sobornar. Estoy casi seguro de que Largo ya tiene a un par en el bolsillo. Así que este es el trato: le pagaré por cualquier dato que me sirva para atrapar a Largo. Usted deme los medios para llegar a él y yo le pagaré mil dólares; eso aparte de lo que pueda sacarse por su cuenta de los casos que está investigando. Debería ser suficiente, además, para resolver cualquier conflicto de intereses, si llegara a presentarse.

– Es una oferta interesante, Dex. -Ahora, de repente, me sentí cómodo usando su nombre de pila. Las promesas de grandes sumas de dinero solían volverme más sensible a la posibilidad de ampliar mi círculo social-. Pero, para serte sincero, un montón de gente me ha pagado para que localice a otras personas. Y hasta ahora mi porcentaje de bateo ha sido bastante penoso.

– No hace falta que lo localices, Lennox. Tú consigue lo suficiente para encaminarme en la buena dirección.

Echó a andar de nuevo y lo seguí. Una mujer con un vestido camisero acampanado y gafas de sol pasó empujando un cochecito del tamaño de un taxi. Devereaux se alzó el sombrero y yo lo imité. Éramos bastante refinados para ser un par de americanos.

– Todavía no me has contado por qué es tan importante ese tipo -dije-. ¿Qué ha hecho?, ¿robar el diente de madera de George Washington del Smithsonian?

– Cuando nos vimos en tu apartamento la otra noche, te dije que Largo había construido una cadena de suministro a lo largo de tres continentes. Es un montaje de veras impresionante. Pero más impresionante aún es la visión que hay detrás. Tú y yo ya hemos visto infiernos de todas clases en la guerra, me parece, pero John Largo tiene una visión de futuro capaz de proporcionarnos nuevas pesadillas. ¿Has oído hablar de un estupefaciente llamado heroína?

– Algo, sí -respondí-. Lo usaron en la guerra en lugar de la morfina. Me han dicho que algunos se quedaban enganchados, pero es menos adictiva que la morfina. Por eso la utilizaban.

– En eso te equivocas. En eso se equivocó toda la gente que estaba detrás de la heroína. La crearon como una alternativa menos adictiva, pero en realidad provoca mayor dependencia entre sus consumidores. Lo cual no ha constituido un problema hasta ahora. Aquí, en Inglaterra, sigue siendo legal y se prescribe como medicamento. Si tu hijo tiene una tos persistente, el médico te dará una receta para que tome una dosis de heroína en gotas. De hecho, las autoridades han empezado este año a llevar un registro de adictos. No llegan a cuatrocientos los registrados en Gran Bretaña; casi todos médicos o personal sanitario. Aquí no tenéis un problema. Pero en Estados Unidos sí, y está creciendo. La heroína ha sido controlada desde que se promulgó la ley Harrison y la declaramos totalmente ilegal hace más de veinte años.

Hizo una pausa mientras nos cruzábamos con un par de jóvenes desaliñados. Nos sentamos en otro banco.

– Yo trabajo en la central del Bureau en Nueva York. El año pasado observamos en Harlem una rápida expansión del suministro ilegal de heroína. Este verano tenemos ya una epidemia… una epidemia de negros que se inyectan esa sustancia.

– Así que ese es el negocio de Largo. ¿Es él quien se la proporciona a los negros?

Devereaux negó con la cabeza.

– John Largo se encarga de abastecer a la gente que abastece a los negros. O sea, al sindicato del crimen. Pero Largo no es el único que abastece al sindicato. Glasgow no es la principal vía de suministro ni Largo el único exportador.

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[7] Lema del Federal Bureau of Investigation, FBI.