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– ¿Quién es la competencia? -pregunté.

– Los corsos. Entre tú y yo corre el rumor de que el Tío Sam llegó a un acuerdo con la mafia corsa para mantener a los comunistas fuera de Marsella. El Tío Sam revestido con los ropajes de la CIA. La otra cara del trato es que esos mismos corsos traen la heroína desde la Indochina francesa hasta Turquía y Marsella y se la suministran a la mafia de Nueva York. El asunto es que Largo utiliza una ruta distinta y que el material acaba aquí, en Glasgow, desde donde se envía a Estados Unidos.

Reflexioné un instante en lo que Devereaux me decía. Me recliné en el banco, apoyando los codos en el respaldo y ladeando el ala de mi borsalino para que me diera el sol en la cara.

– ¿Y por qué estás aquí y no en Marsella? Me da la impresión de que Largo es un don nadie comparado con esos corsos.

– No, en absoluto. Largo constituye una seria competencia y los corsos no se toman estas cosas a la ligera. Créeme, John Largo tiene más que temer de esos morenos competidores isleños que de las fuerzas policiales. Lo que pasa es que la mafia de Nueva York está integrada en su mayor parte por familias napolitanas y sicilianas. Existe una cierta animosidad entre los italianos y los corsos. Tienen cuentas pendientes, supongo. Y Largo se ha dedicado a desbancarlos con precios más baratos y ha conseguido poco a poco un pedazo más grande del mercado estadounidense.

– ¿Cómo supiste de él?

Un par de chicas jóvenes pasaron por delante y volvimos a levantarnos el sombrero. Ellas soltaron una risita estúpida y se alejaron. «Qué poca clase», pensé. Una de ellas iba con una falda blanca de lino tan ligera que el sol la volvía transparente y resaltaba la silueta de sus caderas y sus muslos. «Poca clase, pero buen culo.»

– Hace seis meses encontré una pista -dijo Devereaux-. Los italianos no hablan a causa de su pacto de silencio, la omertà, pero se ven obligados a trabajar con otros en el sindicato del crimen y fuera de él. Han estado situando en Harlem a toda una red de intermediarios de color. Uno de ellos era un tipo llamado Jazzy Johnson, casualmente uno de mis soplones. Johnson no poseía información de calidad; a él nunca le contaban nada, solo lo mínimo imprescindible, pero lo que lo convertía en un buen soplón era su capacidad para volverse todo oídos y siempre me contaba lo que pillaba. Una de las cosas que oyó fue una conversación sobre un envío que procedía de Glasgow, y ahí salió el nombre de John Largo. -Deveraux se encogió de hombros-. Nada más. No era gran cosa, pero al menos pude ponerle nombre a una figura que sabíamos que estaba trabajando en Europa. No teníamos más información, excepto que se trataba de un antiguo soldado…

– ¿Acaso no lo somos todos? -lo interrumpí.

– Claro, pero se supone que Largo era una especie de profesional. Ya me entiendes, un militar de carrera.

– ¿De qué ejército?

– No lo sé. Estadounidense, canadiense… tal vez británico. El principio de la cadena de suministro tiene que estar en Extremo Oriente y podría ser que John Largo hubiese empezado en alguna colonia británica como Hong Kong. O que hubiera combatido contra los japoneses más que contra los boches. Sea donde sea donde haya combatido y para quién, los rumores afirman que es un hijo de su madre de cuidado. Se ha derramado mucha sangre en Asia y en Europa solo para montar esta historia. -Devereaux se detuvo de nuevo y echó una ojeada por el parque-. Dime, ¿podríamos remojar un poco la conversación?

Miré el reloj.

– Los pubs están abiertos. Conozco un sitio cerca.

En cada lugar tiende a existir un estilo arquitectónico, un diseño común a todos los edificios utilizados con un mismo propósito. Los bares de Glasgow parecían cortados todos según un patrón de eterna melancolía. Allí donde había ventanas, los cristales eran esmerilados o estaban empañados, al parecer para ocultar al mundo exterior la ingesta de bebidas alcohólicas (siempre una cosa muy seria en Escocia) y para atenuar la luz del sol hasta convertirla en una claridad insípida y lechosa.

No seguimos hablando de Largo ni del FBI mientras cruzábamos el parque y salíamos a la avenida. Hablamos en cambio de Vermont y New Brunswick. Diferentes lados de la frontera, pero más o menos con el mismo estilo de vida y la misma manera de mirar las cosas. Algunas caras se volvieron cuando penetramos en la penumbra del bar, pero dejaron de hacernos caso en cuanto pedimos un par de whiskys y nos acomodamos en un rincón alejado del resto de la clientela.

– Volviendo a tu soplón… ¿no podría averiguar algo más sobre Largo?

– Ya no puede averiguar nada más.

Alcé una ceja. Deveraux meneó la cabeza.

– Un riña en un bar. Lo de siempre: una mujer, una bebida derramada, un comentario. Vete a saber. Y le metieron un cuchillo entre las costillas.

– Entiendo -dije, y el fugaz pensamiento de que Glasgow era tal vez como Harlem se desvaneció-. ¿No tienes otras pistas?

– Tengo tanto como tú.

Era la primera vez que veía a Deveraux casi sombrío. Pero quizá fuese la atmósfera del pub.

– Oye -le dije-, no vayas a malinterpretarme, no estoy regateando, pero… mil dólares no son mucho, viniendo del FBI, para conseguir una información que conduzca a alguien tan importante, y de quien tenéis tan pocas pistas, como John Largo.

– Tenemos otras prioridades. Los comunistas, sobre todo. Entre Hoover y McCarthy hemos malgastado los últimos cinco o seis años persiguiendo fantasmas rojos y hemos permitido entre tanto que la mafia se dedicara a asesinar con toda impunidad. Literalmente. Además, mis jefes no le dan a Largo tanta importancia como yo. Consideran que la Conexión Francesa, como ellos la llaman, es la amenaza más grave. Y si he de ser sincero, este problema no es un verdadero problema para la mayoría de mis superiores mientras se circunscriba a Harlem. Si fuese en Upper Manhattan o en Nassau County ya tendríamos una unidad especial con un presupuesto de un millón de dólares. Pero Harlem… solo son negros.

Inspiré hondo y solté el aire lentamente. Todo encajaba.

– Puedes quedarte con el dinero de la recompensa -le dije-. Si descubro algo sobre Largo te lo daré gratis. Como te he dicho, ya son muchos los que me pagan por encontrar gente que no consigo encontrar.

Devereaux se me quedó mirando como si no estuviera seguro de si hablaba en serio.

– ¿Por qué, Lennox?

– ¿Te caía bien ese tipo de color? ¿Jazzy?

– Era un matón de poca monta.

– ¿Te caía bien, de todos modos?

– Supongo.

– El motivo de que la recompensa sea solo de mil dólares es que sale de tu propio dinero, ¿no es cierto?

– Nadie más ve el cuadro completo. -Deveraux suspiró-. Esa gente está confinada en un sitio de mala muerte y la heroína viene a ser para ellos como unas vacaciones. Se supone que te da unas sensaciones increíbles, te sitúa en un sitio distinto, a millones de kilómetros de tus problemas… Pero te deja el cerebro hecho mierda y te convierte en su esclavo el resto de tu vida. Y eso, amigo mío, quiere decir que ofrece la oportunidad criminal del siglo. Es imposible que vaya a limitarse solo a Harlem, Watts o Englewood. Y aunque así fuera, yo no entré en el FBI para mirar cómo se va pudriendo la gente lentamente para que las mafias se saquen unos pavos. Todo lo que te expliqué en tu apartamento es cierto, ya te lo he dicho. Mi investigación aquí es privada, o lo es a medias. El Bureau accedió a pagarme el viaje y el alojamiento, y a darme una especie de sanción oficial ante la policía de Glasgow. Pero si no consigo resultados… si no doy con esta gente literalmente con las manos en la masa, entonces me espera una larga y dichosa carrera en el departamento de archivos.

– ¿Por qué «literalmente con las manos en la masa»?

– El departamento de policía de Nueva York ha tenido que apechugar con las consecuencias de lo que ha ocurrido en Harlem en los dos últimos años. Consecuencias en la calle. Lo cual significa que los policías de Nueva York, hartos del problema, se han convertido en nuestra mejor fuente de información. Según esas informaciones, se ha producido una interrupción en el suministro. Se esperaba un cargamento hace tres semanas, pero no llegó. El resultado es que hay en la calle un montón de consumidores fuera de sí, y lo último que sé es que el cargamento aún no ha llegado. Por eso estoy aquí. Ha habido algún contratiempo y me figuro que John Largo ha venido a Glasgow a solucionarlo con mano de hierro. Esperemos que sea un problema grave y que yo tenga tiempo de dar con él.