Tormé seguía cantando y nos ahorraba el esfuerzo de una conversación. No sabía muy bien lo que estaba pasando entre May y yo, pero nos pasaba a los dos. Era como si ambos estuviéramos a punto de convertirnos en otras personas. A punto de dejar atrás el pasado. Y cada uno constituía para el otro un embarazoso recordatorio de lo que había sido antes.
Estábamos a medio camino de Partick cuando May me confirmó mi hipótesis.
– He conocido a alguien, Lennox -dijo tímidamente-. Un viudo. Es mayor que yo, pero es un buen hombre. Amable. Tiene dos hijos.
– ¿Es de Glasgow? -pregunté. Si me respondía que no, querría decir que el pringado era un billete para salir de la ciudad. May me había dejado claro en el pasado lo mucho que odiaba Glasgow. En el pasado, en el pluscuamperfecto y en el pretérito perfecto.
– No. Tiene una granja en Ayrshire. ¿Sabías que mi exmarido era granjero?
– Me lo habías dicho alguna vez -dije. Varias veces en plena borrachera, pensé-. ¿Te hace feliz?
– Consigue que deje de ser infeliz. A mí ya me basta. Nos necesitamos el uno al otro, y me llevo bien con sus hijos. Están en una edad en la que necesitan a una madre.
– Bueno… -Le sonreí-. Me alegro por ti, May. De veras. Supongo que hay un motivo para que me lo cuentes.
– No puedo hacer más trabajillos para ti después de esta noche. George no sabe que he intervenido en esos casos de divorcio y no llegará a saberlo. Vamos a empezar de nuevo y a romper del todo con el pasado.
– ¿En Ayrshire? -No pude reprimir un tono de perplejidad-. Eso es el pasado. El siglo XVIII, en concreto.
– No -dijo fríamente-. No en Ayrshire. Te vas a reír…
– Bueno. Inténtalo.
– En Canadá. Vamos a emigrar a Canadá. Andan buscando granjeros por allí.
No me reí. De hecho, me sorprendió mi propia reacción. Una sensación aguda y desagradable me mordió en las entrañas, y comprendí que era envidia.
– ¿En qué parte de Canadá?
– Saskatchewan. Cerca de Regina.
Nos detuvimos frente a Craithie Court. Apagué los gorjeos de Mel Tormé.
– Te deseo lo mejor de todo corazón.
– La otra cosa que quería decirte, Lennox… es que sería mejor que no volvieras a pasarte por el piso.
Puse una mano sobre la suya. Ella reprimió el ademán instintivo de retirarla, pero no lo bastante deprisa como para que no percibiera cómo tensaba los músculos.
– Está bien, May, lo comprendo. Espero de verdad que te vaya bien. Hagamos nuestro último trabajo, ¿de acuerdo? Prometo que no me pasaré más por tu casa.
Ella sonrió. Habría sido agradable que su sonrisa se hubiese teñido de tristeza, pero la idea de no volver a verme pareció animarla enormemente. Ejerzo ese efecto en algunas mujeres. Repasé con ella lo que había de decirle a Claire Skinner y le recordé otra vez el nombre de Sammy Pollock. Luego se bajó del coche y entró en el hostal. Cuando vi que no salía de inmediato, lo tomé como una buena señal.
Tardó media hora en reaparecer y subió al coche toda sofocada y con expresión sombría.
– Conduce hasta la esquina -dijo sin mirarme-. Seguramente está mirando.
Hice lo que me decía.
– ¿Qué sucede? -pregunté en cuanto volvimos a parar.
– No lo sé, Lennox, pero esa chica está aterrorizada. Me ha dicho que no pensaba salir a hablar contigo. Dice que no tiene ni idea de dónde está Sammy Pollock y que tampoco te lo diría si lo supiera. No es que se haya puesto borde, es que está aterrorizada. -May frunció el ceño-. No sé en qué estarás metido, Lennox, pero será mejor que te andes con ojo. Han dejado a esa pobre chica muerta de miedo.
– De acuerdo. Supongo que tendré que esperar hasta que tenga una actuación en el Pacific Club. Entonces haré otro intento.
– Tendrás suerte si lo consigues. Me da la sensación de que está haciendo todo lo posible para pasar desapercibida.
– ¿Tú estás bien?
May me miró un momento. Sonrió y dio un suspiro.
– Sí, estoy bien. Es solo que esa chica estaba muy… agitada. Creí que iba a atacarme.
– Lo siento. No pensaba…
– Olvídalo, me las habría arreglado…
Bruscamente aguzó la vista a través del parabrisas.
– Mira… -susurró.
– ¿Es ella?
Seguí su mirada y distinguí a doscientos metros a una joven de unos veinte años que venía desde el lado de Craithie Court y caminaba a toda prisa por la calle. Desde aquella distancia me pareció bastante atractiva. Según mi experiencia, las mujeres de Glasgow solían ser atractivas solo de lejos o a través de la niebla del bourbon. La chica no era del todo delgada; se le notaba en la cintura y los tobillos que le sobraba un poco. Llevaba una blusa azul y una chaqueta gris claro colgada del brazo, y todos sus movimientos respiraban urgencia.
– ¿Nunca la habías visto? -dijo May, sorprendida-. Sí, es ella.
La observamos mientras caminaba hacia la esquina.
– ¿Sabes conducir, May? -le pregunté. Resultaba extraño, pero era una de las muchas cosas que ignoraba de ella.
Negó con la cabeza. Saqué la cartera y le entregué todo lo que llevaba, salvo un par de billetes de una libra; unos treinta pavos en total. Se los puse en las manos.
– Esto es por lo de esta noche. He de seguirla, así que va incluida la tarifa para tomar un taxi a casa. Gracias, May.
– Es demasiado, Lennox.
– Considéralo un regalo de boda -le dije. Me bajé del coche y May me siguió-. Siento que hayas de volver en taxi.
– No importa -dijo.
Miré con impaciencia hacia la esquina por la que acababa de desaparecer Claire Skinner. Me volví hacia May. Daba la impresión de que estuviera tratando de perfilar una idea, de expresar algo con las palabras adecuadas.
– Está bien, May -dije-. Nos vemos.
Ella asintió de un modo extraño, rehuyendo mi mirada. Dijo: «Gracias» y «Adiós», se volvió bruscamente y echó a andar con paso enérgico por Thornwood Road, en dirección a Dumbarton Road y lejos de mi vida.
Subí a toda prisa al Atlantic. Lo más probable era que Claire Skinner no hubiera identificado el coche mientras estaba frente al hostal, y mi cara le era totalmente desconocida. Había empleado demasiado tiempo despidiéndome de May como para seguir a pie a Claire. Estaba a demasiada distancia. Una vez que la alcanzara, de todos modos, la cosa se complicaría. No es nada fácil seguir en coche a una persona que va a pie sin que te acaben detectando. Pero me figuré que Claire tomaría un autobús o un tranvía, o pararía un taxi. No sabía adónde se dirigía, pero estaba bastante seguro de quién era la persona a la que iba a ver. La divisé otra vez al doblar la esquina. Había aminorado el ritmo y ahora solo andaba a paso vivo, lo cual no dejaba de ser un esfuerzo en una noche tan bochornosa. Observé que miraba el reloj, pero estaba prácticamente seguro de que no acudía a una cita prefijada. No: se había sentido impulsada a actuar ante la desagradable aparición de May.
Le di alcance y tuve que adelantarla a velocidad normal. Decidí parar un poco más arriba, dejar el Atlantic y seguir a pie. Un coche a paso de tortuga llamaría demasiado la atención. Frené junto al bordillo y eché un vistazo para ver dónde me encontraba: Fairlie Park Drive. Ya estaba a punto de bajarme cuando ella pasó de largo sin mirar. Había una cabina telefónica en la esquina de Crow Road y Claire entró precipitadamente. Hizo una breve llamada, salió y aguardó junto a la cabina. Me fijé en sus pies, más bien pequeños a pesar de tener los tobillos demasiado gruesos, y vi que los movía sin parar de un lado para otro. Decidí quedarme quieto en el coche. Tal vez la montaña viniera a Mahoma. Al cabo de unos diez minutos, vi que la chica hacía señas con la mano. Un taxi negro se detuvo a su lado. Subió de un salto. Aguardé a que el taxi me adelantase, dejé que se interpusiera otro coche delante y arranqué.