– Ella ha encadenado a todos los de la Casa de Nerys con cadenas de hierro frío para que no puedan hacer ninguna magia -dijo Mistral.
– No puedo discutir eso -dije. -Nos atacaron en la Corte, todos ellos. Deberían perder su magia por un tiempo.
– Ella ha dado a los hombres la oportunidad de convertirse en sus Cuervos. A las mujeres les ha ofrecido ser Grullas de la guardia del príncipe.
– Cel está preso, encerrado. Él no necesita guardia -dije.
– La mayor parte de las mujeres no estarían de acuerdo con eso, de todas formas -dijo Mistral. -Pero la reina tenía que ser vista otorgándoles a todos ellos una elección.
– ¿Una elección entre convertirse en guardias y qué más? -Pregunté. Casi me daba miedo la respuesta. Ella llevaba a Terror Mortal. Recé para que no los hubiera ejecutado. La Corte entera abjuraría de ella. Y yo necesitaba a Andais en el trono hasta que me confirmase como su heredera.
– La reina ha ordenado a Ezekiel y a sus ayudantes tapiarlos vivos -dijo Mistral.
Parpadeé ante eso. No podía asimilarlo todo. Mi primer pensamiento fue protestar diciendo que la reina era perjura; luego me percaté de que no lo era.
– Son inmortales, así que no morirán -dije, suavemente.
– Pasarán un hambre y una sed horribles, y desearán morir -dijo Mistral-, pero no, son inmortales, y no morirán.
Miré más allá de él a mi tía.
– Muy astuto- dije. -Muy malditamente inteligente.
Ella inclinó levemente la cabeza.
– Estoy encantada de que aprecies tan sutil razonamiento.
– Oh, lo hago -y realmente lo hacía. -No has roto ningún juramento. De hecho, técnicamente, estás haciendo exactamente aquello por lo que Nerys sacrificó su vida. Su clan, su casa, su linaje vivirá.
– Eso no es vida -dijo Mistral.
– ¿Realmente pensaste que la princesa podría influir en mí lo suficiente como para salvarlos de su destino? -Preguntó Andais.
– Antiguamente habría buscado a Essus, para solicitarle ayuda contigo -dijo Mistral. -Así que busqué a la princesa.
– Ella no es mi hermano -gruñó Andais.
– No, ella no es Essus -dijo Mistral-, pero es su hija. Ella es de tu sangre.
– ¿Y qué significa eso, Mistral? ¿Que ella puede negociar por la gente de Nerys? Ya ha sido negociado, por la misma Nerys.
– Tú te estás burlando del espíritu de ese pacto -dijo Rhys.
– Pero no rompiéndolo -dijo ella.
– No -dijo él, y pareció muy triste. -No, los sidhe nunca mienten, y siempre mantenemos nuestra palabra. Excepto que nuestra versión de la verdad puede ser más peligrosa que cualquier mentira, y mejor harías en pensar cuidadosamente en cada una de las palabras que forman parte de cualquier juramento al que demos nuestra palabra, porque encontraremos la manera de hacerte lamentar el haberte encontrado con nosotros. -Él sonaba más enojado que triste.
– ¿Te atreves a criticar a tu reina? -preguntó ella.
Toqué el brazo de Rhys, apretándolo. Él miró primero mi mano, luego mi cara. Lo que sea que él vio allí le hizo respirar profundamente y negar con la cabeza.
– Nadie se atrevería a hacer eso, Reina Andais. -Su voz sonaba resignada otra vez.
– ¿Qué darías tú por una señal de que la vida está regresando a los jardines? -preguntó Doyle.
– ¿Qué quieres decir con una señal? -preguntó ella, y su voz contenía toda la sospecha de alguien que nos conocía demasiado bien.
– ¿Qué darías por algún indicio de vida aquí en los huertos?
– Un poco de viento no es un signo -dijo ella.
– ¿Pero no valdrían nada para ti, los albores de la vida aquí en los jardines, mi reina?
– Por supuesto que valdría algo.
– Podría significar que nuestro poder está regresando -dijo Doyle.
Ella señaló con la espada, la plata brillando débilmente bajo la luz.
– Sé lo que significaría, Oscuridad.
– ¿Y un regreso de nuestro poder, qué valdría eso para ti, Reina?
– Sé a dónde quieres llegar, Oscuridad. No trates de jugar a estos juegos conmigo. Yo los inventé.
– Entonces no jugaré. Lo expondré claramente. Si podemos traer algún indicio de vida a estos mundos subterráneos, entonces tú te esperarás para castigar, de cualquier forma, a los integrantes de la Casa de Nerys. O a cualquier otro.
Una sonrisa tan cruel y fría como una mañana de invierno curvó sus labios.
– Buena jugada, Oscuridad, buena jugada.
Se me cerró la garganta al darme cuenta de que si él hubiera olvidado la última frase, algún otro habría pagado su cólera. Alguien que habría sido importante para Doyle, o para mí, o para ambos, si ella los pudiera haber encontrado. Rhys estaba en lo cierto: era un juego peligroso, este juego de palabras.
– ¿Y qué esperaré? -preguntó ella.
– A que nosotros traigamos la vida a los jardines muertos, por supuesto -dijo él.
– ¿Y si no traéis la vida a los jardines muertos, entonces qué?
– Entonces cuando estemos todos convencidos de que la princesa y sus hombres no pueden traer de vuelta la vida a los huertos, estarás en libertad de hacer con la gente de Nerys aquello que pretendías.
– ¿Y si devolvéis la vida a los huertos, qué entonces? -preguntó ella.
– Si traemos de vuelta incluso aunque sólo sea un indicio de vida a los huertos, dejarás que la Princesa Meredith escoja el castigo de aquéllos que trataron de asesinarla.
Ella negó con la cabeza.
– Inteligente, Oscuridad, pero no lo bastante inteligente. Si devolvéis un indicio de vida a los huertos, entonces yo permitiré a Meredith castigar a la Casa de Nerys.
Ahora fue el turno de Doyle de negar con la cabeza.
– Si la Princesa Meredith y algunos de sus hombres traen de vuelta incluso un indicio de vida a estos jardines, entonces sólo Meredith decide qué castigo será asignado a la gente de Nerys.
Andais pareció pensarlo durante uno o dos momentos, luego asintió con la cabeza.
– De acuerdo.
– ¿Das tu palabra, la palabra de la reina de la Corte Oscura? -Preguntó Doyle.
Ella asintió con la cabeza.
– Lo hago.
– Atestiguado -dijo Rhys.
Andais agitó la mano despectivamente.
– Bien, bien, tú tienes tu promesa. Pero recuerda, tengo que estar de acuerdo con que allí haya por lo menos un indicio de vida. Y mejor que haya alguna prueba lo suficientemente impresionante que me impida burlar el juramento y escapar de él, Oscuridad, porque tú sabes que lo haré, si puedo.
– Lo sé -dijo él.
Ella me miró, entonces. No fue una mirada amistosa.
– Disfruta de Mistral, Meredith. Disfrútale y sabe que él regresará a mí cuando esto esté hecho.
– Gracias por prestármelo -dije, y mantuve mi voz absolutamente vacía.
Ella me hizo una mueca.
– No me lo agradezcas, Meredith… todavía no. Tú sólo te has acostado con él una vez. -Ella me señaló con la espada. -Aunque veo que has descubierto lo que él considera placer: A él le gusta provocar dolor.
– Entonces habría pensado que él sería tu amante ideal, tía Andais.
– Me gusta causar dolor, sobrina Meredith, no ser la víctima.
Tragué con fuerza, para evitar decir lo que pensaba. Finalmente lo conseguí.
– No sabía que eras una sádica pura, Tía Andais.
Ella me miró ceñudamente.
– Sádica Pura… esa es una frase extraña.
– Sólo quise sólo decir que no sabía que a ti no te gustaba soportar ningún tipo de dolor en absoluto.
– Oh, me gustan unos pequeños mordiscos, unos leves arañazos, pero no me gusta eso. -De nuevo, ella señaló mi pecho. Dolía donde Mistral me había mordido, y tenía una huella casi perfecta de sus dientes, aunque él no había roto la piel. Estaba amoratado, pero nada más.