Ella sacudió la cabeza, como si ahuyentara un pensamiento, luego se volvió, y el movimiento hizo que su túnica negra se arremolinara a su alrededor. Sujetó el borde de la túnica para ponerla en su lugar. Miró hacia atrás por encima de su hombro una última vez antes de entrar en la oscuridad y viajar de regreso del mismo modo que había venido. Sus últimas palabras no fueron un alivio.
– Después de que Mistral tenga su pequeña experiencia con ella, no vengáis gritándome que él ha roto a vuestra pequeña princesa. -Y el pedazo de oscuridad donde ella había estado se quedó vacío.
Tantos de nosotros dejamos escapar un suspiro de alivio al mismo tiempo que fue como el sonido del viento en los árboles. Alguien dejó escapar una risa nerviosa.
– Ella tiene razón sobre una cosa -dijo Mistral, y sus ojos reflejaban pena. -Me gusta causar un poco de dolor. Siento si te hice daño, pero ha pasado tanto tiempo desde que… -Él extendió sus manos abiertas. -Me olvidé. Lo siento.
Rhys se rió, y Doyle se unió a él, y finalmente incluso Galen y Frost tomaron parte en ese suave sonido masculino.
– ¿Por qué os reís? -preguntó Mistral.
Rhys se volvió hacia mí, su cara todavía radiante con la risa.
– ¿Quieres decírselo tú, o lo hacemos nosotros?
Realmente me sonrojé, lo cuál casi nunca hago. Mantuve sujeta la mano de Abe en la mía y tiré de nosotros dos andando por la hierba seca, quebradiza, hasta detenernos delante de Mistral. Miré la sangre que goteaba oscura por su cuello pálido y alcé la vista para mirarle a los ojos, tan ansioso. Tuve que sonreír.
– Me gusta lo que hiciste con mi pecho. Fue casi tan duro como me gusta, apenas a un pelo de sacar sangre con los dientes.
Él me miró ceñudamente.
– A ti te gusta que los arañazos sean más fuertes que los mordiscos -dijo Rhys. -No te importa sangrar un poco por los arañazos.
– Pero sólo si has cumplido con los preliminares -dije.
– ¿Preliminares? -dijo Mistral, pareciendo perplejo.
– Estimulación -dijo Abeloec.
La mirada desconcertada se desvaneció, y alguna otra cosa llenó completamente sus ojos. Algo caliente y seguro de sí mismo, algo que me hizo temblar simplemente porque estaba mirándome.
– Puedo hacer eso – dijo.
– Entonces quítate la armadura -le dije.
– ¿Qué? -preguntó él.
– Desnúdate -pidió Rhys.
– Puedo hablar por mí misma, gracias -dije, echando una mirada hacia atrás.
Él hizo un pequeño movimiento como diciendo, Sírvete. Me volví hacia Mistral. Alcé mi rostro para mirarle y me encontré con que sus ojos ya comenzaban a cambiar hacia un gris suave, como las nubes de lluvia. Le sonreí, y él me devolvió la sonrisa, un poco vacilante, como si no estuviera acostumbrado a sonreír mucho.
– Desnúdate -le dije.
Él sonrió, un breve vislumbre de sonrisa al menos.
– ¿Y entonces?
– Nos acostaremos.
– Yo primero -dijo Abeloec, abrazándome desde atrás.
Incliné la cabeza.
– De acuerdo.
La cara de Mistral se ensombreció; casi podía ver nubes en sus ojos. No quería decir que sus iris se volvieran grises, sino que veía nubes flotando en sus pupilas.
– ¿Por qué es él el primero? -preguntó.
– Porque él puede ser parte de los juegos sensuales previos -dije.
– Ella quiere decir, que una vez que yo la haya follado, luego tú podrás ser más rudo -dijo Abeloec.
Mistral sonrió otra vez, pero esta sonrisa fue diferente. Ésta fue una sonrisa que me hizo respirar más profundamente.
– ¿Realmente te gustó lo que le hice a tu pecho? -preguntó.
Tragué saliva, apretándome contra el cuerpo de Abeloec, casi como si tuviera miedo al hombre más alto parado delante de mí. Asentí con la cabeza.
– Sí -susurré.
– Bien -dijo él, y trató de alcanzar las ligaduras de cuero que sostenían su armadura en su sitio. -Muy bien -murmuró.
CAPÍTULO 4
EN EL MOMENTO EN QUE ABELOEC ME DEJÓ SOBRE UN LECHO de ropa, nuestra piel comenzó a brillar. Era una delgada capa formada por las camisas y las túnicas de mis guardias, con el suficiente grosor para que no me pinchara con la seca vegetación que cubría el suelo. Allí estaba amontonada toda la ropa que los hombres llevaban puesta, que no era mucha, dejándoles a todos desnudos. Aún así, todavía podía sentir las ramas y las hojas secas mientras se desmenuzaban bajo mi peso.
La sensación que transmitía no era la de una tierra en invierno. No importa lo frío que sea el invierno, ni la profundidad de la nieve, la tierra transmite una sensación de espera dando la impresión de que simplemente está dormida, que el sol la despertará y la primavera llegará. Pero aquí no. Era como diferenciar entre un cuerpo profundamente dormido y otro que está muerto. A simple vista, los ojos no pueden captar ninguna diferencia, pero si lo tocas, lo sabes. El suelo contra el que me presionó el cuerpo de Abeloec, no tenía nada, ninguna calidez, ni exhalación, ni vida. Vacío, como los ojos de los muertos, que unos momentos antes contenían personalidad, y después parecían espejos oscuros. Los jardines no esperaban volver a despertar, simplemente estaban muertos.
Pero nosotros no estábamos muertos.
Abeloec presionó su cuerpo desnudo contra el mío y me besó. La diferencia de alturas entre nosotros supuso que lo único que podía hacer era besarme, pero fue suficiente. Lo suficiente como para invocar la luz del interior de nuestros cuerpos.
Se elevó sobre sus brazos para poder mirarme a la cara. Su piel lucía tan brillante, que de nuevo sus ojos se volvieron como oscuras cuevas grises en su rostro. Nunca había conocido a un sidhe cuyos ojos no brillaran cuando su poder les alcanzaba. Su largo cabello se derramó a nuestro alrededor, mientras sus hebras blancas comenzaban a brillar mostrándose de un suave azul, de la misma forma que había sucedido antes. Se elevó aún más alto sobre sus brazos, casi bruscamente, de manera que su cuerpo quedó suspendido sobre del mío, apoyado únicamente en sus manos y los dedos de los pies.
Las azuladas líneas resaltaban sobre su blanca piel. Emitían imágenes de vides, y flores, de árboles y animales. Nada permanecía, nada perduraba. No había muchas líneas, y además no se movían muy rápido. Debería haber podido percibir más claramente el tipo de vid, fruta, o animal, pero a parte de poder ver si eran grandes o pequeños, parecía como si mi mente no pudiera retener esas imágenes.
Tracé el azul con mis dedos, y se quedó sobre mis manos, cosquilleando y persistiendo sobre el pálido brillo de mi propia piel. E incluso observándolo en mi propia mano, no pude discernir lo que aparecía y florecía allí. Era como si no estuviera destinada a verlo, o al menos a entenderlo. Al menos aún no, o tal vez nunca.
Desistí de intentar darle sentido a esas imágenes, y miré hacia él, a la larga longitud de su cuerpo suspendido encima del mío. Se sostenía sobre mí a modo de refugio, como si hubiera podido permanecer allí para siempre, sin cansarse. Alcancé su cuerpo, deslizándome bajo su firme fortaleza, hasta poder cubrir con mi mano su dura longitud.
Se estremeció sobre mí.
– Debería tocarte -. Su voz sonó tensa y ronca por el esfuerzo, pero, ¿En qué se estaba esforzando? Sus brazos, hombros y piernas aún permanecían sobre mí, como si fueran de piedra en vez de carne. No era su esfuerzo lo que provocaba que su voz fuera tensa. Al menos no el esfuerzo físico. Quizás fuera por su propia determinación.
Presioné suavemente su miembro, y estaba duro, terriblemente duro. El ritmo de su respiración cambió; pude ver cómo se ondulaba su estómago ante el esfuerzo que le suponía permanecer erguido sobre mí.