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– ¿Cuánto tiempo ha pasado? – Le pregunté.

– No lo recuerdo -me contestó.

Acaricié la cabeza de su miembro con mi mano. Su espalda se arqueó y casi se me cayó encima, pero entonces sus brazos y piernas volvieron a su firme postura.

– Creí que los sidhe no mentían.

– No lo recuerdo exactamente -dijo. Ahora su voz sonaba entrecortada.

Deslicé la otra mano hasta llegar a sus testículos, para poder juguetear suavemente con ellos.

Tragó con tanta fuerza que pude oírlo, y dijo…

– Si continuas con eso, me correré, y no es como lo quiero hacer la primera vez.

Seguí jugando con él, suavemente. Estaba muy duro, temblorosamente duro. Sólo por sostenerle con mis manos. Sabía que la frase, duele de necesidad, no eran simples palabras. Brillaba y pude sentir cómo surgía el poder en él, aunque no palpitaba igual que los demás. Éste era un poder sosegado.

– ¿Cómo quieres que sea la primera vez? -Le pregunté, y mi voz sonó profunda, ronca, ante la sensación de tenerle en mis manos.

– Quiero estar dentro de ti, entre tus piernas. Quiero ver cómo te corres antes de que yo lo haga. Pero no sé si aún tengo ese tipo de disciplina.

– Entonces no seas disciplinado. Esta vez, la primera vez, no te preocupes de eso.

Él sacudió la cabeza, y las hebras azules de su pelo parecieron brillar con más intensidad.

– Quiero darte tanto placer que haga que me quieras en tu cama cada noche. Tantos hombres, Meredith, hay tantos hombres en tu cama. No quiero tener que esperar mi turno. Quiero que vengas a por mí una y otra vez, porque nadie te dé tanto placer como yo.

Un sonido hizo que ambos giráramos nuestras cabezas, encontrando a Mistral de rodillas a nuestro lado.

– Date prisa y termina con esto, Abeloec, o no seré el segundo.

– ¿No te importa, como a mí, si le das placer a la princesa? – Preguntó Abeloec.

– A diferencia de ti, yo no tendré una segunda oportunidad. La reina ha decretado que este momento sea todo lo que podré tener con la princesa. Por lo tanto, no, no estoy tan preocupado por mi rendimiento.

Pasó la mano sobre mi pelo, hundiéndola profundamente, rastrillando con sus dedos mi cuero cabelludo. Eso me hizo colocar la cabeza sobre su mano. Cerró sus dedos en un puño y de repente lo sacudió tirando de mi pelo que estaba sujeto en su mano. Esto hizo que el pulso se acelerara en mi garganta, arrancando un sonido de mi boca, que no fue de dolor. Mi piel relució cobrando vida.

– No tenemos que ser suaves -dijo Mistral. Acercó su cara a la mía. -¿Verdad, Princesa?

– No -susurré.

Tiró de mi pelo aún más fuerte y lancé un grito. Sentí, más que vi, como los demás hombres se acercaban a nosotros. Mistral tiró de mi pelo de nuevo, doblándome el cuello hacia un lado y moviendo un poco mi cuerpo bajo el de Abeloec.

– ¿No te estoy haciendo daño, verdad, Princesa?

– No -fue lo único que pude susurrar.

– No creo que te hayan oído -dijo. Repentinamente enroscó su mano aún más fuerte sobre mi pelo. Puso los labios contra mi mejilla y susurró, -Grita para mí -. Las líneas azules se deslizaron lentamente de mi piel a la suya y volví a ver el contorno de un resplandor en su mejilla.

– ¿Qué harás si no grito? -Susurré.

Me besó, muy suavemente, en la mejilla.

– Te haré daño.

Exhalé el aliento estremeciéndome.

– Por favor -suspiré.

Mistral se rió, una maravillosa y profunda risa, con su cara rozando la mía y su mano todavía en mi pelo.

– Deprisa, Abeloec, apresúrate o tendremos que pelear para ver quién es el primero -. Me soltó el pelo tan repentinamente, que ese movimiento también resultó un poco doloroso y me provocó un gemido. Mistral me giró hacia Abeloec, mientras yo aún tenía la mirada desenfocada y mi respiración o bien era demasiado rápida o casi se detenía. En realidad no lo sabía. Mi pulso parecía no saber decidir si yo tenía miedo o estaba excitada. Pero fue como si ahora que Mistral me había tocado de nuevo, no pudiera dejar de hacerlo. Mantuvo los dedos contra un lado de mi cuello, como si quisiera ayudar a que mi pulso se decidiese.

– No me gusta causar dolor -dijo Abeloec. Su cuerpo no parecía tan contento como antes.

– El dolor no es el único camino al placer -le dije.

Sus oscuros ojos se centraron en mí, resaltando contra el brillo de su cara.

– ¿No tienes que sentir dolor para obtener placer?

Negué con la cabeza, notando el persistente dolor en el lugar donde la mano de Mistral me había sujetado.

– No.

La profunda voz de Doyle se dejó oír en la oscuridad.

– A Meredith le gusta la violencia, pero también la suavidad. Depende de su estado de ánimo y del tuyo.

Tanto Abe como Mistral le miraron.

– A la reina no le importa en absoluto nuestros estados de ánimo – dijo Mistral.

– A ella, sí -contestó Doyle.

Abeloec me miró y comenzó a descender lentamente, a todo el mundo le hubiera parecido que estaba haciendo una flexión, salvo que mi cuerpo estaba en medio. Su boca encontró la mía antes de que su cuerpo me presionara. Me besó, y el brillante azul resplandeció, apareciendo líneas carmesí y esmeralda. Las líneas multicolores brillaron hacia la mano de Mistral, y parecía como si aquellas líneas fueran de cuerda, yendo de su boca a la mía y pasando del cuerpo de Abeloec a mi cuerpo. Yacía medio arrodillado y medio atravesado sobre la zona inferior de mi cuerpo. Extendió mis piernas de modo que su cuerpo se acomodara entre ellas. Pero creo que fue su dedo el que encontró el primer indicio de humedad.

Su voz sonó ahogada cuando dijo…

– Todavía estás húmeda.

Habría contestado, pero la boca de Mistral encontró la mía, y di la única respuesta que pude. Levanté mis caderas hacia la inquisitiva mano de Abeloec. Lo siguiente que sentí fueron sus manos moviéndose hacia mis caderas. La punta de su verga rozando mi sexo.

Mistral separó su boca de la mía y dijo, mitad susurrando, mitad gimiendo…

– Jódela, jódela, jódela, por favor -y la última palabra salió en un largo suspiro que terminó en algo parecido a un grito.

Abeloec se empujó hacia mi interior, y sólo entonces comenzó a palpitar con su poder. Casi se parecía a un gran vibrador, excepto que este vibrador estaba caliente, vivo, y tenía una mente y un cuerpo detrás.

Aquella mente movió el cuerpo con ritmos que con ninguna otra ayuda mecánica se podían haber producido. Observé el empuje de Abeloec entrando y saliendo de mí cuerpo como un brillante astil, aunque indudablemente era carne lo que entraba y salía de mí. Carne suave, firme y vibrante.

Mistral me agarró de nuevo del pelo, girándome la cabeza de modo que no pudiera ver cómo trabajaba la magia de Abeloec sobre mi cuerpo. La mirada en la cara de Mistral me podría haber asustado si hubiéramos estado solos. Me besó con fuerza, con tanta fuerza que lastimaba. No tenía otra opción que abrirle mi boca o cortarme los labios con mis propios dientes. Abrí la boca.

Su lengua se sumergió en mi interior, como si tratara de hacerle a mi boca lo que Abeloec hacía entre mis piernas. Fue sólo su lengua, pero continuó empujando dentro, presionando hasta que tuve que abrirla tanto que comenzó a dolerme la mandíbula. Empujó su lengua hasta tan hondo en mi garganta que tuve arcadas y retrocedió. Pensé que lo hacía para dejarme tragar y tomar aliento, pero retrocedió para poder reírse. Dejó escapar un sonido de puro placer masculino que bailó sobre mi piel y provocó un eco semejante al ruido de unos truenos distantes.

Que se detuviera me dio la posibilidad de centrarme en Abeloec. Había encontrado un ritmo con el que se hundía hasta lo más profundo de mí, con una fricción continuada y rítmica que finalmente me habría hecho culminar. Pero es que además, su cuerpo palpitaba dentro del mío. Era como si su magia palpitara con el mismo ritmo que su cuerpo, de manera que cada vez que se sumergía profundamente en mi interior, la magia palpitaba aún más duramente, y vibraba más rápida.