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Aproveché la posibilidad que Mistral me había dado, para decir…

– Abeloec, ¿estás creando magia a la vez que tienes relaciones sexuales?

Su voz llegó tensa debido a la concentración con la que actuaba.

– Sí.

Comencé a decir, Oh Diosa, pero la boca de Mistral encontró la mía, y sólo pude decir…

– Oh, Dios…

Mistral empujó su lengua tan profunda y bruscamente en mi boca, que pareció el sexo oral que se practica a veces, cuando el hombre es demasiado grande como para que sea cómodo. Si luchas contra ello, duele, pero si te relajas, a veces, puedes hacerlo. Puedes dejar que el hombre se introduzca en tu boca sin que te llegue a romper la mandíbula. Nunca había dejado que nadie me besara como él, y justo mientras luchaba por permitírselo, pensé en todo el poder que él podía ejercer en otros asuntos, y ese pensamiento me hizo abrirme aún más, a los dos.

Los dos eran muy expertos, pero de modos tan diferentes, que me pregunté cómo sería tener su plena atención por separado. Pero no había ninguna posibilidad de pedirle a Mistral que esperara, que nos diera tiempo, porque apenas podía respirar, ni mucho menos hablar con su lengua profundizando en mi garganta. Quería hablar; quería no tener que luchar contra él para conseguir respirar. La mandíbula me dolía lo suficiente como para distraerme del asombroso trabajo de Abeloec. Mistral había cruzado aquella línea que separaba el “es estupendo” del “detente de una jodida vez”.

No habíamos acordado ningún signo que le avisara de que tenía que parar. Cuando no puedes hablar, por lo general tienes alguna forma, ya convenida, de avisar. Comencé a empujar sus hombros, a empujarlo de verdad. No soy tan fuerte como los sidhe de pura sangre, pero por si sirve de aclaración, una vez atravesé con el puño la puerta de un coche para ahuyentar a unos aspirantes a atracadores. Me quedó la mano cubierta de sangre, pero no se me rompió. Así que empujé, y él empujó más como respuesta.

Tenía la boca tan dentro de la mía que no podía ni morderle. Me ahogaba, y no le importaba.

Pude sentir el inicio del orgasmo. No quería que el buen trabajo que Abeloec estaba llevando a cabo se estropeara porque Mistral me estuviera ahogando.

Las uñas podían usarse para el placer, o para otros propósitos. Coloqué las uñas sobre la firme carne del cuello de Mistral y las enterré. Esculpí sangrientos surcos en su piel. Saltó hacia atrás, y viendo la rabia en su rostro, volví a alegrarme de que no estuviéramos solos.

– Cuando diga que te pares, te paras -le dije. Y comprendí que yo también estaba enojada.

– No dijiste que parara.

– Te aseguraste de que no pudiera decirlo.

– Dijiste que te gustaba el dolor.

Tenía bastantes problemas para controlar mi respiración, porque Abeloec continuaba vibrando y moviéndose en mi interior. Estaba tan cerca…

– Me gusta el dolor hasta cierto punto, pero no tener una mandíbula rota. Tendremos que poner unas normas antes de que… tú… tengas… tu turno… -y la última palabra me salió en un grito cuando eché atrás la cabeza y mi cuerpo se colapsó. Mistral me sujetó la cabeza o me la hubiera roto contra el duro suelo.

El placer de Abeloec se extendió en oleadas a través de mí, sobre mí, dentro de mí. Oleadas de placer, oleadas de energía, una y otra vez, como si aquí, también, fuera capaz de controlar lo que estaba ocurriendo. Como si pudiera controlar mi clímax de la misma manera en que había controlado todo lo demás. El orgasmo irradió desde mi ingle hacía cada centímetro de mi cuerpo, y después comenzó de nuevo, extendiéndose desde el centro de mis piernas, por toda mi piel, con una rapidez que me hizo buscar con las manos algo a lo que anclar mi convulso cuerpo. La parte superior de mi cuerpo se elevó del suelo y cayó repetidas veces, mientras Abeloec me mantenía las caderas y piernas atrapadas contra su cuerpo.

Alguien a mi espalda me sujetó tratando de dominarme, pero el placer era demasiado agudo. Lo único que podía hacer era forcejear y gritar, con un desgarrado grito detrás de otro. Mis dedos encontraron carne, arañándola, y unas fuertes manos me inmovilizaron la mía. Mi otra mano encontró mi propio cuerpo, desgarrándolo. Otra mano me cogió la muñeca y la sujetó contra el suelo.

Escuché voces por encima de mis gritos:

– ¡Vamos, Abeloec, acaba ya!

– ¡Ahora, Abeloec! -le urgió Mistral.

Lo hizo, y de repente el mundo se convirtió en una luz blanca, y fue como si pudiera sentir su liberación entre mis piernas, cálido y grueso, y tan profundamente enterrado en mí como podía llegar. Me fundí con aquella luz blanca y me encontré en el centro de una explosión estelar de colores rojos, verdes y azules. Después no hubo nada, nada excepto una blanca, blanca luz.

CAPÍTULO 5

NO ME DESMAYÉ, NO DEL TODO, AL MENOS, NO REALMENTE, pero fue como si me hubiera quedado totalmente débil, indefensa, sumergida en esa sensación de bienestar ante el poder de Abeloec. Mis ojos parpadearon hasta abrirse cuando el regazo en el que descansaba mi cabeza se movió. Encontré a Mistral encima de mí, sus manos todavía sujetaban mis muñecas, y todavía acunaba suavemente mi cabeza.

– Quiero hacerte daño, pero no quebrarte -me dijo, como si hubiera visto algo en mi cara, que le hubiera obligado a aclarar este hecho.

Me llevó tres intentos contestarle.

– Me alegra oírlo -dije finalmente.

Entonces él se rió, y comenzó a moverse cuidadosamente sobre mí. Dejó mi cabeza suavemente sobre la tierra muerta. Por lo visto, yo había deshecho nuestra improvisada manta, porque podía sentir los bultos de la vegetación seca y áspera por doquier contra mi piel.

Giré la cabeza y busqué a los demás. Abeloec gateaba algo inestablemente hacia mi cabeza, como si él y Mistral fueran a intercambiar sus posiciones. Me costó un momento enfocar la proximidad de Abe, situado un poco más atrás en la oscuridad.

La oscuridad estalló en brillos de neón, azules, verdes, y rojos. Los colores estaban por todas partes, algunas líneas eran incandescentes hebras individuales, otras se entrelazaban como fibras formando parte de una trama más fuerte, uniéndose unas con otras como para formar una cuerda más gruesa. Doyle estaba arrodillado prácticamente pegado a nosotros como si hubiera intentado hacerme recobrar el conocimiento. Esgrimía su espada como si hubiera algo entre nosotros que el metal pudiera matar. Toda su oscura piel estaba cubierta de líneas azules y carmesíes.

Rhys estaba justo detrás de él, también cubierto por líneas azules y rojas, y había otras figuras en la oscuridad cubiertas por líneas verdes y azules, e imágenes de plantas en flor. Percibí el brillo de un largo pelo pálido. Ivi estaba cubierto por enredaderas muertas y verdes líneas de poder. Brii estaba de pie cerca de un árbol, abrazándolo, o atado a él con líneas verdes y azules. Parecía como si el árbol se hubiera inclinado sobre él, sus ramas delgadas y sin vida abrazando su cuerpo desnudo como si fueran brazos. Adair se había subido a un árbol y estaba de pie sobre una de las ramas más altas y gruesas. Se estiraba como para alcanzar algo, como si viera alguna cosa que yo no podía percibir. Distinguí otros cuerpos sobre el suelo, todos cubiertos por la vegetación muerta.

Frost y Nicca estaban arrodillados un poco más lejos. Sólo líneas azules serpenteaban por sus cuerpos. Estaban sosteniendo a alguien por brazos y piernas. Me costó un momento el comprender que ése alguien era Galen. Estaba tan cubierto por un brillo verde que casi estaba escondido de la vista. Los demás parecían disfrutar del poder, o al menos parecían no sufrir ningún dolor, pero el cuerpo de Galen parecía convulsionar, casi como el mío cuando Abeloec hizo que me corriera, pero con más violencia si cabe.