Él apartó sus brazos de mí y se levantó lo suficiente para ver mi cara.
– No quiero besar el frente de tu cuerpo para llegar abajo. Quiero morder mi camino hacia allá.
Tuve que tragar con fuerza antes de poder contestar, con voz entrecortada.
– Nada de sangre, ni señales permanentes, y nada tan fuerte como lo que le hiciste a mi pecho. No has hecho bastante trabajo preparatorio para eso.
– ¿Trabajo preparatorio? -dijo Mistral en tono interrogatorio.
– Caricias -dijo Abeloec. Él estaba arrodillado detrás de mi cabeza, tan quieto que yo había olvidado que estaba allí.
Ambos lo miramos.
– Danos un poco más de espacio -le pidió Mistral-. Soy el único dentro de este círculo contigo, y debo permanecer.
Círculo, pensé, entonces comprendí que él tenía razón. Líneas azules, verdes y rojas nos rodeaban a nosotros tres. Todos los demás estaban cubiertos con ellas, pero formaban una barrera a nuestro alrededor. Era una barrera que el viento podía cruzar a voluntad, pero habría otras cosas que no podían cruzarla. No estaba segura de cuáles eran esas otras cosas, pero yo sabía lo suficiente de círculos mágicos para saber que servían para mantener algunas cosas dentro, y algunas cosas fuera. Era su naturaleza, y esta noche todo tenía que ver con la naturaleza de las cosas.
Recorrí con mis manos la espalda de Mistral, remontando la línea de su columna, jugueteando con los músculos que lo mantenían justo encima de mí. Él cerró los ojos y tragó antes de bajar la vista y mirarme.
– ¿Deseas algo?
– A ti -le dije.
Esto me ganó una sonrisa. Una verdadera sonrisa, no de sexo, o dolor, o pena, sólo una sonrisa. Valoré esa sonrisa de la manera que valoraba las sonrisas de Frost y Doyle. Ellos habían venido a mí sin una verdadera sonrisa, como si hubieran olvidado cómo hacerlo. De acuerdo a los estándares que los otros dos hombres habían dejado establecidos, Mistral era un aprendiz rápido.
Moví una mano para poder trazar su labio inferior con mi dedo.
– Haz lo que deseas hacer. Sólo recuerda las reglas.
Su sonrisa contenía un borde de algo que no parecía feliz ahora, y yo no estaba segura de si los parámetros que había impuesto eran lo que lo provocaba, o si yo le había recordado algo triste.
– Nada de sangre, sin señales permanentes, y nada tan fuerte como lo que le hice a tu pecho, porque no te he acariciado suficiente para eso aún.
Era casi palabra por palabra lo que yo le había dicho.
– Buena memoria.
– La memoria es todo lo que tengo -Mientras lo decía, ese dolor crudo volvió a sus ojos. Ahora creí entenderlo. Él se divertía, estaba decidido a divertirse, pues cuando hubiese terminado, no habría más. La reina lo devolvería a la solitaria prisión de sus reglas, sus celos, su sadismo. ¿Sería peor haber tenido este momento y luego que se lo negaran otra vez? ¿Le causaría dolor mirarme con mis hombres, y no ser parte de ellos? No era que yo fuese tan especial para él, o para ellos. Era simplemente que yo era la única mujer con la que los guardias podían romper su largo celibato.
Me separé un poco del suelo y lo besé.
– Soy tuya.
Él me besó, suavemente al principio, luego más fuerte. Su lengua empujó entre mis labios. Abrí la boca y le permití explorarla. Él empujó profundamente dentro, luego se echó un poco hacia atrás, lo suficiente para que sólo fuera un buen beso profundo. La sensación de su boca atrayendo la mía más cerca hacía que mi cuerpo se elevara para presionarse más fuerte contra el de él, rodeándole con mis brazos, presionando mis senos con fuerza contra su pecho.
Él hizo un pequeño sonido con su garganta, y el viento de repente se sintió fresco contra mi piel. Apartó su boca de la mía, y la expresión en sus ojos era salvaje. Los nubarrones se revolvían en sus ojos, pero habían reducido la velocidad, de modo que ya no mareaban. Si yo no supiera lo que estaba mirando, podría haber pensado simplemente que sus ojos eran del color gris de las nubes de lluvia.
Él puso su cara en la curva de mi cuello. No me besó sino que apoyó sus labios contra mi piel. Su aliento salió en un suspiro pesado que extendió el calor a través de mi piel. Me hizo temblar, y así fue. Puso sus dientes en el costado de mi cuello, y me mordió. Me hizo gritar y tensar mis dedos a lo largo de su espalda, dejando un surco en su piel con el borde de mis uñas.
Mordió mi hombro, rápido y fuerte. Grité, y él se movió otra vez. No creo que él confiara en sí mismo para mantener mi carne en su boca durante mucho tiempo. Yo sabía que él quería morder profundo y con más fuerza, y yo podía sentir el esfuerzo que le costaba luchar contra ese impulso en sus labios, en sus manos, en su cuerpo entero. Él se divertía, pero luchaba para mantener sus impulsos bajo control.
Puso su boca en el costado del pecho que no había marcado y apenas había tocado con sus dientes. Sujeté su mejilla, sin fuerza, pero eso lo detuvo. Levantó su mirada hasta la mía, su boca a medias abierta, y vi su expresión decaer. Creo que él esperaba que yo le detuviera. Incluso si hubiera sido eso lo que pensaba hacer, no habría tenido corazón para decirlo. Sin embargo, no era eso lo que iba a hacer.
– Más fuerte -le dije en cambio.
Él me ofreció una sonrisa lobuna, y otra vez pude vislumbrar algo en él que me habría hecho vacilar en estar a solas con él. Pero no estaba segura de si era ésa realmente la naturaleza de Mistral, o si los siglos de prohibición lo habían vuelto loco de necesidad.
Puso sus dientes en mi costado y mordió con fuerza, con la fuerza suficiente para que me retorciera bajo él. Se movió sólo un poco más abajo por mi costado, hasta mi cintura, y esta vez cuando noté que comenzaba a dejarse ir, le dije…
– Más fuerte. -Me mordió con más profundidad esta vez, hundiendo sus dientes hasta que casi los sentí introducirse en mi piel. Lancé un grito y dije… -Basta, basta.
Él levantó la cara como si fuera a detenerse del todo. Me reí de él.
– No dije que pararas, sólo quise decir que ya era bastante fuerte.
Mistral se movió al otro lado de mi cuerpo y me mordió otra vez, sin urgencia, pero lo bastante fuerte como para decirle, casi inmediatamente, que no fuera más lejos. Él alzó la vista hacia mí, y lo que vio en mi cara le satisfizo, porque mordió al lado de mi ombligo, hundiendo sus dientes con tanta fuerza y rapidez que tuve que decirle que parara.
Él había dejado una línea de señales rojas de dientes sobre mi estómago. Había señales rojas aquí y allá en mi cuerpo, pero nada tan perfecto como esto. Un juego perfecto de sus dientes marcando la carne blanca de mi cuerpo. Mirarlas me hizo temblar.
– Te gusta esto -susurró él.
– Sí -le dije.
El viento contenía un atisbo de humedad cuando se arrastró a través de mi piel. Él lamió mi estómago, y el viento pareció soplar a través de aquella línea mojada, casi como si el viento tuviera una boca también, y pudiese soplar donde desease.
Mistral presionó su boca donde había lamido, y me mordió. Fuerte y brusco, lo bastante para asustarme, y levantar la parte superior de mi cuerpo del suelo.
– Suficiente -le dije, y mi voz fue casi un grito.
El viento comenzó a aumentar, haciendo volar más hojas muertas a través de mi cuerpo. Extendió mi pelo a través de mi rostro, de modo que durante un momento no pude ver lo que Mistral hacía. El viento era húmedo, como si trajera un indicio de lluvia. Pero nunca llovía en los jardines muertos.
Sentí su boca puesta en el montículo entre mis piernas, descansando sobre el apretado y rizado vello. No podía ver, pero yo sabía lo que estaba haciendo. Me mordió, y grité…
– Suficiente.