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Le dije la única cosa en la que pude pensar:

– Termina.

Él sonrió, y sus labios contenían un poco de ese brillo.

– Termina; ¿Sólo termina?

Asentí con la cabeza.

– Sí.

– ¿Disfrutarás de ello?

– No lo sé.

Su sonrisa se ensanchó, y sus ojos brillaron, y esa línea de luz centelleó hacia abajo por su cuerpo. El resplandor me cegó durante un momento. Él comenzó a salir de mí.

– Así sea -dijo con esa voz profunda y retumbante. Los truenos hicieron eco a lo largo del techo, y durante un momento pareció como si las mismas paredes retumbaran con él.

Él se empujó dentro de mí tan rápido y con tanta fuerza como pudo, y era demasiado grande. Grité, y esta vez no fue únicamente de placer. Intenté no hacerlo, pero comencé a retorcerme, no acercándome, sino alejándome, retrocediendo lentamente lejos de ese dolor fuerte y agudo.

Él agarró fuertemente mi pelo, sosteniéndome en el sitio mientras se empujaba contra mí.

Grité, y esta vez, había palabras.

– Termina, Diosa, por favor acaba. Vamos, sólo vamos.

Él me puso sobre mis rodillas, usando mi pelo como palanca para presionar nuestros cuerpos el uno contra el otro. Todavía estaba sepultado en mí, pero la posición era más cómoda. Profundizaba menos y no dolía.

Con el otro brazo me rodeó manteniéndome aprisionada contra su cuerpo. Apretó la mano en mi pelo, extrayendo un sonido de mí que no era de dolor.

Habló con la boca presionada contra el costado de mi rostro.

– Sé que te hice daño antes, pero tu cuerpo ya me perdona. Tan pronto, y ya haces ruidos de placer para mí -Tiró de mi cabeza hacia atrás con su puño enterrado en mi pelo. Dolía realmente, pero me gustaba de todos modos. Tal como hizo.

– Te gusta esto -susurró él contra mi cara, y sentí el viento contra mi rostro.

– Sí -dije.

– Pero no lo otro -dijo él, y el viento nos golpeó, con fuerza suficiente para hacer que nos balanceáramos durante un momento. Miré más allá de él y pude ver que el techo estaba repleto de nubes. Nubes que podrían haber sido gemelas de las que se movían bajo su piel.

Él tiró de mi pelo otra vez, acercándome a su cara.

– Pensé que me iba a correr demasiado pronto, y ahora me estoy tomando demasiado tiempo.

– Tú no te correrás hasta que la tormenta lo haga -Era la voz de Abeloec, y a la vez de una forma extraña no lo era.

Mistral me soltó el pelo, de modo que ambos pudiéramos mirar al otro hombre. Lo que vi fueron unos ojos que resplandecían con colores carmesíes, verdes esmeralda y azul zafiro, como si estuvieran llenos de joyas líquidas. Su pelo llameaba alrededor de él, pero no porque el viento lo levantase; parecía más bien la cola de un ave, o una capa sostenida con cuidado por unas manos invisibles. Las hebras de color brillaban a través de ese pelo, y se extendían hacia la oscuridad como cuerdas. Cuerdas de brillantes colores que generaban formas oscuras fuera de nuestro círculo de poder. Todos los hombres en los jardines muertos estaban cubiertos con esas líneas. Traté de ver si estaban bien, pero los truenos rodaban a través de nosotros, y era como si el mundo mismo temblase.

Mistral se estremeció a mi alrededor y dentro de mí, haciéndome estremecer. Me abrazó muy fuerte con ambos brazos. No me hizo daño durante un momento, o intentó no hacerlo.

– Si tomarte desde atrás es demasiado, entonces ¿qué queda? Te he hecho daño por delante también.

Me apoyé contra su cuerpo, relajándome contra él completamente.

– Si eres lo bastante fuerte para mantenerte por encima y separado de mi cuerpo mientras follamos, no rozarás mi parte frontal.

– ¿Lejos de tu cuerpo? -dijo sonando perplejo.

– Me giraré, te pones encima, pero la única parte de ti que me tocará es aquello que está dentro de mí ahora.

– Si te pones plana, no seré capaz de entrar mucho en ti.

– Me elevaré hasta encontrarte. -Luego pregunté- ¿Lo eres?

– ¿Soy qué? -preguntó él, y el relámpago en sus ojos me cegó durante un momento.

– Bastante fuerte -le contesté con mi visión llena de brillantes puntitos blancos.

Él se rió, y me pareció un estruendo de truenos no sólo a mis oídos, sino a lo largo de mi cuerpo, como si el sonido viajara desde sus mismos huesos hacia los míos.

– Sí -dijo-. Sí, soy lo bastante fuerte.

– Demuéstralo -le dije, y mi voz fue un susurro que casi se perdió entre el sonido del viento y de los truenos.

Él permitió que me separara y me ayudó a recostarme en lo que quedaba de nuestra manta. Si hubiéramos estado a punto de hacer el amor en la tradicional posición del misionero, entonces habría estado más preocupada por la manta. Pero si hacíamos esto bien, muy poco de mí tocaría el suelo.

Yací contra el suelo duro y seco durante un momento, con mis rodillas elevadas. Mistral vaciló, arrodillándose entre ellas. El relámpago destelló en sus ojos, danzando hacia abajo por su cuerpo, de modo que por un momento pareció como si el rayo dentado saliera de sus ojos y sus piernas para penetrar en la tierra. Oí un crujido muy distante, y vi el primer baile de relámpagos en las nubes del techo. El olor a ozono era débil; el olor a lluvia cercana más fuerte.

– Mistral -dije- ahora, entra en mí ahora.

– Rozaré el frente de tu cuerpo -dijo él-. Te va a doler.

– Entra en mí, y te mostraré.

Se inclinó sobre mí, manteniendo sus brazos y su cuerpo encima del mío. Se deslizó dentro de mí, y antes de que hubiera terminado, me alcé hasta encontrarlo.

Levanté mi cuerpo en una especie de abdominal. Yo no podía mantener esta posición para siempre, pero podría mantenerla mucho tiempo, si colocaba mis manos a ambos lados de mis muslos y me sujetaba. Eso me mantenía en la posición y me dejaba ampliamente abierta al mismo tiempo.

Miré cómo se empujaba dentro de mí, a través de la brillante y blanca luz de luna de mi propia piel, y del lejano relámpago que él había liberado en las nubes. Era casi como si ahora el relámpago estuviera allá arriba, y no dentro de él.

Comenzó a bombear su cuerpo en el mío. Sólo su verga entraba y salía de mi cuerpo, mientras yo me mantenía como una pequeña pelota apretada, y él sostenía el resto de su cuerpo por encima del mío.

– Adoro mirar tu cuerpo entrar y salir del mío -dije.

Él bajó la cabeza hasta que su pelo se arrastró sobre mí, y pudo mirar su propio cuerpo entrar y salir del mío.

– Síííí´-jadeó- síííí.

Comenzó a perder el ritmo y tuvo que apartar la mirada de nuestros cuerpos unidos. Pronto reanudó unos golpes seguros y largos. Los truenos aporreaban el mundo, el relámpago chisporroteaba y se rompía contra la tierra. La tormenta estaba llegando.

Él comenzó a ir más rápido, más fuerte, golpeándose contra mí. Pero en esta posición no me dolía. En esta posición se sentía maravilloso. Ya podía sentir el inicio de mi propio placer creciendo dentro de mí.

– Voy a correrme pronto -dije, y mi voz fue casi un grito sobre el sonido del viento y la tormenta.

– No todavía -dijo él- no todavía. No estaba segura de si me estaba hablando a mí, o hablaba consigo mismo, pero de repente pareció como si se otorgara el permiso para follarme con tanta fuerza como quería. Se condujo dentro y fuera de mí con una fuerza tal que meció mi cuerpo, enterrando mi trasero en las hojas, y me hizo lanzar un grito de la más pura alegría.

Los relámpagos comenzaron a bajar de las nubes. Un rayo candente tras otro como si las nubes estuvieran gritando, y fuera lo más rápido que podían lanzar los relámpagos sobre nosotros. La tierra se estremeció con el redoble de los relámpagos y el retumbar de los truenos. Era como si el relámpago golpeara la tierra tan a menudo como el cuerpo de Mistral golpeaba el mío. Una y otra y otra vez, se hundió en mí, y una y otra y otra vez, el relámpago golpeó la tierra. El mundo olía metálico con el ozono, y cada cabello se erizó debido a la electricidad estática del ambiente.