Aisling era un hombre tan hermoso que cualquiera que lo mirara, caería enamorado. Yo le había ordenado utilizar ese poder con uno de nuestros enemigos. Ella había tratado de matar a Galen, y casi había tenido éxito. Pero no había entendido qué le había pedido a él, o peor, a qué la había condenado a ella. Ella nos había dado toda la información, pero también se había cortado sus propios ojos para no caer bajo su poder.
Incluso había tenido miedo de quitarse su camisa delante de mí, por miedo a que yo fuera demasiado mortal para mirar su cuerpo, y eso sin mencionar su cara. Yo no había caído bajo su hechizo, pero al contemplar su forma pálida, sin vida, perdida ente el crepúsculo y la lluvia, lo recordé. Recordé su piel dorada, cubierta de oro como si alguien hubiera sacudido oro en polvo por todo su pálido y perfecto cuerpo. Él centelleaba bajo la luz, no sólo con magia, sino más bien del modo en que una joya atrapa la luz. Brillaba como la belleza que era. Ahora colgaba bajo la lluvia, muerto o moribundo. Y yo no tenía ni idea del por qué.
CAPÍTULO 8
LA TIERRA ERA BLANDA BAJO NUESTROS PIES MIENTRAS caminábamos hacia donde estaba el cuerpo de Aisling. La punzante y seca vegetación se había ablandado sobre la tierra árida. Si el aguacero continuaba todo se iba a convertir en barro. Tuve que proteger mis ojos con la mano para mirar fijamente hacia arriba, al cuerpo que pendía del árbol.
Un cuerpo, solamente un cuerpo. Yo ya me estaba distanciando de él. Estaba haciendo ese cambio mental que me había permitido trabajar en los casos de homicidio en Los Ángeles. Era el cuerpo, no él, y sobre todo no era Aisling. Eso estaba colgado allí, con una rama negra más gruesa que mi brazo sobresaliéndole del pecho. Tenía que haber como mínimo unos 60 cm. de rama sobresaliendo de su cuerpo. ¿Qué fuerza había sido necesaria para conseguir perforar el pecho de un hombre de esta manera, de un guerrero de la Corte Oscura? Un ser casi inmortal, una vez adorado como un dios. Seres así no mueren fácilmente. Él no había gritado hasta… o… ¿lo había hecho? ¿Había gritado él en el momento de su muerte?, y mis oídos… ¿habían estado sordos para él? ¿Mis gritos de placer habían ahogado los suyos de desesperación?
No, no, tenía que dejar de pensar de esta manera, o si no empezaría a gritar.
– Él est… -comenzó a decir Abe.
Ninguno de los hombres le contestó o terminó la frase. Miramos hacia arriba, mudos, como si no diciéndolo, pudiéramos negar la realidad. Él colgaba fláccido, como una marioneta rota, pero más grande y musculoso, y mucho más real que cualquier muñeca. Estaba completamente quieto y laxo de esa manera pesada, que ni el sueño más profundo podía llegar a imitar.
Hablé en ese silencio empapado por la lluvia.
– … muerto.
Y esa única palabra sonó mucho más fuerte de lo que en realidad era.
– ¿Cómo? ¿Por qué? -preguntó Abe.
– El cómo parece bastante evidente -dijo Rhys. -El por qué es un misterio.
Aparté la mirada de lo que colgaba del árbol para mirar hacia el final de los jardines. No es que quisiera apartar la mirada de Aisling, más bien es que estaba buscando a los demás. Traté de ignorar la opresión en mi garganta, la aceleración de mi pulso. Traté de ignorar la idea que me había hecho girarme y buscar en la penumbra. ¿Había allí otros hombres muertos, o moribundos, en la oscuridad? ¿Alguien más habría sido atravesado por un árbol mágico?
No había nada que ver, excepto ramas muertas estirándose desnudas hacia las nubes. Ninguno de los otros árboles sostenía otro espantoso trofeo. La opresión en mi pecho se alivió cuando estuve segura de que, salvo éste, todos los demás árboles estaban vacíos.
Apenas conocía a Aisling. Nunca había sido mi amante, y había sido uno de mis guardias sólo durante un día. Sentí su pérdida, pero había otros de entre mis guardias por los que me preocupaba más, y todavía estaban perdidos. Me sentía feliz de que no decoraran esos árboles, pero eso no evitaba que siguiera preguntándome qué podría haber pasado con ellos. ¿Dónde estaban?
Doyle habló tan cerca de mí que pegué un salto.
– No veo a ninguno de los demás en los árboles.
Negué con la cabeza.
– No, no.
Busqué a Frost. Él estaba cerca, pero no lo bastante como para abrazarme. Quería ser consolada por uno de ellos, pero sabía que era un deseo infantil. El deseo de un niño que necesita que le mientan en la oscuridad, que le digan que el monstruo no está bajo la cama. Pero yo había crecido en un mundo donde los monstruos eran muy reales.
– Tú sujetabas a Galen, y Nicca estaba contigo -le dije. -¿Qué les ocurrió?
Frost se retiró el pelo empapado de la cara, y su pelo plateado parecía gris, tan gris como se veía el del Mistral bajo una luz mortecina.
– A Galen se lo tragó la tierra. -Sus ojos mostraron dolor. -Yo no pude sujetarle. Fue como si una gran fuerza tirara de él.
De repente me sentía helada, y esta lluvia tibia no era suficiente para mantener el frío a raya. Dije:
– Cuando Amatheon hizo lo mismo en mi visión, él se fue por voluntad propia. Sólo se fue hundiendo en el barro. No hubo ninguna fuerza desgarradora.
– Sólo puedo decirte lo que pasó, Princesa.
Su voz se había tornado algo malhumorada. Si pensaba que yo lo estaba criticando, entonces que así fuera; no tenía tiempo para cogerle de la mano y consolarle.
– Era una visión -dijo Mistral. -A veces, en este lado del velo, la realidad no es tan suave.
– ¿Qué no es tan suave? -Pregunté.
– El ser consumido por su poder -dijo él.
Sacudí la cabeza, limpiando impacientemente la lluvia de mi cara. Comenzaba a sentirme irritada. El milagro de que lloviera en los jardines muertos no era bastante para calmar el frío del miedo.
– Desearía que esta lluvia dejara de caer -dije sin pensarlo. Estaba enojada y asustada, y quejarme de la lluvia era algo que podía hacer sin dañar ningún sentimiento.
La lluvia cedió. De ser un aguacero pasó a una ligera llovizna. Otra vez notaba el pulso en mi garganta, pero no por la misma razón. Era un milagro que lloviera aquí, y no era mi intención hacerla desaparecer.
Doyle tocó mi boca con la yema de uno de sus callosos dedos.
– Silencio, Meredith, no destruyas la bendición de esta lluvia.
Asentí con la cabeza para avisarle de que le había entendido. Él retiró su dedo, despacio.
– Olvidé que el sithen escucha todo lo que digo. -Tragué tan fuerte que me dolió. -No deseo que la lluvia se detenga.
Nos quedamos ahí de pie, juntos, esperando. Sí, Aisling estaba muerto, y muchos más faltaban, pero los jardines muertos habían sido una vez el corazón de nuestra Colina de las Hadas, y eso era más importante que cualquier otra vida. Había sido el corazón de nuestro poder. Cuando este lugar murió, nuestro poder había comenzado a morir con él.
Vi con alivio que la tibia llovizna primaveral seguía cayendo. Despacio, dejamos escapar el aliento.
– Ten cuidado con lo que dices, Princesa -susurró Mistral.
Sólo asentí con la cabeza.
– Nicca se levantó, contemplando sus manos -dijo Frost, como si yo le hubiera preguntado. -Tendió una mano hacia mí, pero antes de que pudiera tocarlo, desapareció.
– ¿Desapareció… cómo? -preguntó Abe.
– Sólo desapareció, como si se convirtiera en aire.
– Él fue absorbido por su círculo de influencia -dijo Mistral.
– ¿Qué significa eso? -Pregunté.
– Aire, tierra.