– Doyle… -le llamé.
Él agitó su cabeza hacia mí.
– Por milagros como éste, ¿qué importa la felicidad de una persona, Princesa?
Casi lo había convencido de que dejara de llamarme princesa. Finalmente había llegado a ser para él, Meredith, o simplemente Merry. Pero por lo visto, volvíamos a las andadas. Toqué su brazo. Él se apartó, suave pero firmemente.
– Te rindes demasiado fácilmente, amigo mío -fue Frost quien dijo esto.
– Hay un cielo encima de nosotros, Frost -le contestó Doyle, señalándolo con su brazo extendido-. Hay un bosque por el cual caminar -dijo, alzando su rostro y dejando que cayera la tibia lluvia sobre sus ojos cerrados. -Llueve dentro del sithen una vez más. -Doyle abrió los ojos y miró a Frost, agarrando su brazo, oscuridad contra pálida luz. -¿Qué mensaje más claro necesitas para entenderlo, Frost? Parece que Mistral lo consiguió.
– No me rendiré y entregaré mi esperanza, Oscuridad. No la perderé, cuando tan recientemente la hemos ganado. Y tú no deberías, tampoco.
– Me he perdido algo -dijo Rhys.
– No te has perdido nada -dijo Doyle negando con la cabeza.
– Vaya, eso está demasiado cerca de ser una mentira, y nosotros nunca mentimos -dijo Rhys.
– No discutiré sobre ello, estando él aquí -dijo Doyle, mirando por encima de Rhys hacia la alta figura de Mistral. Fue apenas una mirada de reojo, pero suficiente para decirme que estaba celoso.
– Contempla tu propio poder, Oscuridad -dijo Abe.
– Ya basta -dijo Doyle. -Debemos explicar a la reina lo que ha pasado.
– Mira tu pecho, Oscuridad -dijo Abe.
Doyle le miró frunciendo el ceño, luego miró hacia abajo. Mi mirada le siguió. Era difícil ver en su piel negra, y con aquella la luz incierta, pero…
– … hay marcas en tu piel, líneas rojas. -Me acerqué, tratando de descifrar qué poder de Abe había marcado la piel de Doyle.
Comencé a alargar la mano para trazar las líneas en su pecho. Pero Doyle se apartó moviéndose fuera de mi alcance.
– No puedo soportar mucho más, Princesa.
– Su cuerpo lleva impreso su símbolo otra vez -dijo Abe. -No es sólo Mistral quién ha regresando.
– Pero ha sido él, el que ha devuelto la magia a la Colina de las Hadas -dijo Doyle. -Yo estaba preparado para seguir intentándolo, ya que mi corazón no me iba a dejar perder esta lucha. Pero eso fue antes de que esta maravilla ocurriera, de que los jardines muertos volvieran a la vida, y de que mi signo de poder regresara. He servido a esta Corte siglo tras siglo, mientras nosotros perdíamos todo aquello que éramos. ¿Cómo podría no servirla cuando comenzamos a reconquistar lo qué fue perdido? O mi juramento de obediencia representa algo, o no significa nada en absoluto. O hago esto por el bienestar de nuestra gente, o nunca habré sido la Oscuridad de la Reina. Lo hago, o no soy nada, ¿no lo entiendes?
Abe fue hacia él, tocando su brazo.
– Te escucho, honorable Oscuridad, pero te digo que este poder es generoso. La Diosa es una diosa generosa. El Consorte es un dios generoso. No dan con una mano y toman con la otra. No son tan crueles.
– He encontrado el servicio muy cruel.
– No, tú has encontrado el servicio de Andais muy cruel -dijo Abe, con voz suave.
Se escuchó el suave gorjeo de un ave en la penumbra de los bosques mientras se acomodaba para pasar la noche, soñolienta e indecisa.
Una voz salió de esa misma penumbra…
– Pensé que eras un tonto borracho, Abeloec, pero ahora compruebo que no es la bebida lo que te hace así. Simplemente es tu estado natural.
Giramos hacia la voz. La reina Andais caminaba por la pared más lejana, de donde ella había surgido poco antes. Habíamos sido muy descuidados por no pensar que ella podría regresar.
Abe cayó sobre una rodilla en el barro.
– No quise ofenderte, mi reina.
– Sí, lo hiciste -dijo mientras caminaba un pequeño tramo hacia nosotros, luego se detuvo y haciendo una mueca, prosiguió -me siento muy feliz de ver la lluvia y las nubes, pero el barro, podría haber pasado de él.
– Sentimos que te disguste, mi reina -dijo Mistral.
– La disculpa sería más creíble si estuvieras de rodillas -dijo ella.
Mistral cayó de rodillas en el barro, al lado de Abe. Su pelo era demasiado largo, estaba empapado y pesaba; lo arrastraba por el barro. No me gustó verles así. Me hizo sentir miedo por ellos.
Ella caminó por el barro, que ahora le llegaba a los tobillos hasta que pudo haberlos tocado, pero pasó de largo por delante de ellos. En cambio, avanzó hasta que sus dedos pudieron acariciar el pecho de Doyle.
– Cachorritos -dijo, sonriendo.
Doyle permaneció inmóvil, impasible bajo la caricia de su mano, aunque Andais hubiera hecho una tortura con sus caricias. Ella jugaría y les atormentaría, para después negarles la liberación. Había jugado a esto durante siglos.
Después tocó el brazo de Frost.
– Tu árbol es oscuro contra tu piel ahora.
Se movió hacia Rhys, tocando el dibujo de los dos peces. Luego se giró hacia mí, y luché por no apartarme lejos de ella. Puso su mano sobre mi estómago donde se encontraba la impresión exacta de una polilla, como uno de los mejores tatuajes del mundo.
– Hace unas horas esta polilla revoloteaba, luchando por escapar de tu piel.
Bajé la mirada mirando dónde tocaba y esperando que no bajara más. No me gustaba, pero ella podría tocar mis partes más íntimas simplemente porque sabía que yo la aborrecía. El sexo y el odio siempre era una mezcla gratificante para mi tía.
– Mis guardias me dijeron que se acabaría convirtiendo en un tatuaje.
– ¿Te dijeron qué era?
– Una marca de poder.
Ella sacudió la cabeza.
– Los demás tienen el contorno de una criatura, o una imagen, pero tu polilla parece real. Es más bien una fotografía impresa en tu piel. No es algo que la magia de Abeloec pueda darte. Esto… -dijo, presionando con fuerza contra mi estómago-…quiere decir que tú puedes marcar a otros. Significa que aquellos que marcas son poderes menores que se congregan al calor de tu fuego. -Ella pasó su brazo alrededor de mi cintura, y presionó mi cuerpo contra su vestido negro, susurrando contra mi oído… -A los hombres no les gusta esto, no, no les gusta. No les gusta que yo te toque, ni un… -ella lamió el borde de mi oído -…poco… -volvió a lamer, bajando por la curva de mi cuello-… nada -. Entonces me mordió, fuerte y repentinamente, sin llegar a sacar sangre, pero haciendo que me sobresaltara.
Ella apartó la cabeza y dijo en voz baja:
– Pensaba que te gustaba el dolor, Meredith.
– No, de esta manera no.
– No es eso lo que yo oí. -Me dejó ir y caminó a nuestro alrededor. -¿Dónde están todos los hombres que desaparecieron del dormitorio contigo?
– El jardín los ha tomado -dijo Doyle.
– Los ha tomado, ¿cómo?
– Ellos fueron tomados por el árbol, la flor y la tierra -dijo él, sin mirarla a los ojos.
– Al igual que Amatheon que resurgió de la tierra, ¿ellos volverán? o, ¿es su muerte el precio que tenemos que pagar por este milagro? -dijo susurrando, aunque su voz pareció hacer eco.
– No lo sabemos -dijo Doyle.
Un ave comenzó a cantar otra vez. Un trino agudo, como una cascada de música cayó del cielo, bailando sobre nosotros. Y si el sonido pudiera ser como una caricia, éste nos rodeó como algo hermoso, aunque invisible. Pareció un recordatorio de que el alba vendría y la muerte no sería para siempre. Era el sonido de la esperanza que llega con cada primavera para avisarnos de que el invierno no durará y la tierra no está muerta.