La puerta apareció otra vez, toda de oro y madera clara, y vides talladas. Doyle hizo señas a Mistral para tomar la delantera. Mistral alcanzó el picaporte de oro, con la espada desnuda en su otra mano. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaban asustados? ¿Qué era lo que me estaba perdiendo?
Mistral pasó a través de la puerta con Abe detrás de él, yo en el medio, y Rhys y Doyle después. Frost venía al final. Pero antes de que yo cruzara a través de la entrada, Abe se detuvo, y la voz de Mistral se oyó urgente desde dentro de los jardines muertos…
– ¡Atrás, volveos!
– No podemos quedarnos aquí en el vestíbulo negro. -dijo Doyle mientas Rhys empujaba contra mi espalda, y Abe presionaba contra mi frente. Estábamos congelados entre los dos capitanes de los guardias, cada uno tratando de movernos en dirección contraria.
– No podemos tener dos capitanes, Mistral -dijo Frost. -Sin un único líder estaremos indecisos y en peligro.
– ¿Qué pasa? -Pregunté.
Se oyó un sonido proveniente del fondo del vestíbulo, un pesado, deslizante sonido que congeló mi corazón en mi pecho. Tuve miedo cuando lo reconocí. No, tenía que estar equivocada. Luego un segundo sonido llegó: un gorjeo alto que casi podría ser confundido con aves, pero que no lo eran.
– Oh, Diosa -susurré.
– Avanza, Mistral, ahora, o estamos perdidos -dijo Doyle.
– No es nuestro jardín lo que está más allá de la puerta -dijo Mistral.
Los agudos sonidos parecidos a los pájaros se acercaban, dejando atrás la pesada masa deslizante. Los sluaghs, la pesadilla de la Corte Oscura y un reino por derecho propio, se movían rápido pero las aves nocturnas siempre se movían más rápido que el resto de los sluagh. Estábamos dentro de la colina hueca de los sluagh; de alguna manera habíamos cruzado a su sithen. Si ellos nos encontraban aquí… quizás podríamos sobrevivir, o no.
– ¿Los Sluagh nos esperan al otro lado de la puerta? -le preguntó Doyle a Mistral urgentemente.
– No -respondió Mistral.
– ¡Entonces avanza, ahora! -ordenó Doyle.
Abe dio un traspié hacia delante como si Mistral se hubiera movido repentinamente fuera del camino. Atravesamos la puerta apresuradamente con Doyle empujando desde detrás. Él era como algún tipo de fuerza elemental a nuestras espaldas. Terminamos en un montón sobre el suelo. Yo no podía ver nada excepto carne blanca, y sentía el peso musculoso de todos ellos alrededor de mí.
– ¿Dónde estamos? -Preguntó Frost.
Rhys se movió, levantándome con él. Doyle, Mistral, y Frost estaban todos en alerta, con las armas a punto, buscando algo contra qué luchar. La puerta había desaparecido, abandonándonos en la orilla de un lago oscuro.
Lago era quizás una palabra demasiado fuerte para describirlo. El hoyo estaba seco excepto por una viscosa capa de agua a ras de fondo. Había huesos ensuciando el fondo del moribundo lago, y la orilla donde estábamos. Los huesos brillaban tenuemente bajo la débil luz que caía del techo de piedra, como si la luna hubiera sido frotada en la roca. A todo lo largo de la orilla, las paredes de piedra de la caverna se elevaban abruptamente en la penumbra, rodeadas sólo por una repisa estrecha que bajaba escarpada hasta el lecho del lago.
– Llama a la puerta otra vez, Meredith -dijo Doyle, su cara oscura todavía rastreando la tierra muerta.
– Sí, y sé más específica sobre nuestro destino esta vez -dijo Mistral.
Abe estaba todavía en el suelo. Oí cómo contenía agudamente el aliento, y volví la vista hacia él. Su mano era negra y brillante bajo la débil luz.
– ¿Qué son estos huesos que pueden cortar la carne sidhe?
Doyle le respondió…
– Estos son los huesos de lo más mágicos de los sluagh. Seres tan fantásticos que cuando el poder de los sluagh comenzó a desvanecerse, no había suficiente magia para sostener sus vidas.
Me aferré a Rhys y le susurré…
– Estamos en los jardines muertos de los sluagh.
– Sí. Llama la puerta, ahora. -Doyle se giró para mirarme, mirando después otra vez hacia el oscuro paisaje.
Rhys tenía un brazo rodeándome y en la otra mano sostenía su pistola.
– Hazlo, Merry.
– Necesito una puerta al sithen de la Corte Oscura.
En el lado opuesto del lago muerto, la puerta apareció.
– Bien, esto es un inconveniente -susurró Rhys irónicamente, apretándome más fuerte contra su cuerpo.
– Hay espacio para andar por el borde, si tenemos cuidado -dijo Mistral. -Podemos caminar entre las paredes de la caverna y el lago, si escogemos nuestro camino cuidadosamente alrededor de los huesos.
– Ten mucho cuidado -dijo Abe. Ahora estaba de pie, pero su mano y brazo izquierdo estaban cubiertos de sangre. Todavía sostenía el cáliz en su mano derecha, y nada más, pues había dejado todas sus armas en el dormitorio. Mistral se había vestido y rearmado. Frost llevaba tantas armas encima como al principio de la noche. Doyle tenía sólo lo que había sido capaz de agarrar, no llevar ropa limitaba la cantidad que podías coger.
– Frost, venda la herida de Abeloec -dijo Doyle. -Entonces comenzaremos a ir hacia la puerta.
– No es tan grave, Oscuridad -dijo Abe.
– Éste es un lugar de poder para los sluagh, no para nosotros -dijo Doyle. -Prefiero no tener que vérmelas con la posibilidad de que mueras desangrado por falta de una venda.
Frost no discutió, sino que fue hacia el otro hombre con una tira de tela rasgada de su propia camisa y comenzó a vendar la mano de Abe.
– ¿Por qué todo duele más estando sobrio? -preguntó Abe.
– También las cosas se sienten mejor estando sobrio -dijo Rhys.
Alcé la vista hacia él y dije…
– Lo dices como si supieras eso con certeza. Nunca te he visto borracho.
– Pasé la mayor parte de los mil quinientos tan borracho como mi constitución me permitía estar. Tu has visto a Abe intentarlo a conciencia, pero no permanecemos ebrios mucho tiempo. Pero lo intenté, la Diosa sabe que lo intenté.
– ¿Por qué entonces? ¿Por qué ese siglo?
– ¿Por qué no? -preguntó, haciendo una broma de ello, pues eso era lo que Rhys hacía cuando estaba escondiendo algo. La arrogancia de Frost, la inexpresividad de Doyle, el humor de Rhys: diferentes formas de esconderse.
– Su herida necesitará un sanador -dijo Frost-, pero hice lo que pude.
– Muy bien -dijo Doyle, y empezó a avanzar por el camino alrededor del borde del lago, hacia el brillo suave, dorado de la puerta que había venido porque yo la había llamado. ¿Por qué había aparecido en el lado opuesto haciéndonos cruzar el lago? ¿Por qué no a nuestro lado, como las dos veces anteriores? ¿Y ya que estábamos, por qué había aparecido? ¿Por qué estaba el sithen de los sluagh obedeciendo mis deseos, como lo hacía el sithen de la corte Oscura?
La orilla era tan estrecha que Doyle tuvo que pegar su espalda contra la pared y avanzar de lado a todo lo largo del borde, ya que sus hombros eran demasiado anchos. De hecho yo cabía mejor que los hombres en el estrecho camino, pero incluso yo tuve que presionar mi espalda desnuda contra la pared lisa de la cueva. Las piedras no estaban frías como tendrían que haber estado en una cueva ordinaria, sino que parecían extrañamente cálidas. El borde de la orilla por la que avanzábamos poco a poco estaba hecho para que cosas más pequeñas pasaran, o quizás ni siquiera estaba destinado para andar por ahí en absoluto. Los esqueletos esparcidos por la orilla parecían ser de criaturas que nadaban o reptaban, no parecían ser de nada que caminara erguido. Los huesos parecían estar mezclados, amontonados de cualquier manera, recordando a peces, serpientes y criaturas que normalmente, en los océanos de la tierra mortal, no habrían tenido esqueletos. Cosas que se parecían a un calamar, excepto que el calamar no tenía esqueleto interno.
Estábamos a mitad de camino de aquella estrecha orilla jalonada de huesos, cuando el aire tembló en el margen más lejano a la puerta. Durante un momento el aire giró, y luego Sholto, Rey de los Sluagh, Señor de Aquello Que Transita Por En Medio, estaba de pie allí.